La mirada de Paula Ortiz revive a Lorca

  • Dirigida por Paula Ortiz, llega precedida por su éxito en las nominaciones de los Premios Feroz y su gran acogida en la sección Zabaltegi de San Sebastián

Paula Ortiz se ha lanzado ahora a abordar a Lorca por dos razones. La primera es personal, íntima y primitiva: se remonta a su infancia, cuando descubrió el universo del poeta. Comenzó a imaginar sus elementos y su paisaje, a comprender el mapa del alma que dibuja el granadino en su obra. La segunda es coyuntural. “Sigue siendo necesario reivindicar su palabra y aquellas historias clásicas que constituyen nuestros textos fundacionales”, argumenta la directora. En una época en la que se entremezclan tradición y modernidad constantemente, el ansia de ruptura, de búsqueda de libertad y de nuevos caminos perenne en la poesía y el teatro de Lorca se vuelve más actual que nunca. Ortiz pensó que era el momento.

Tanto ella como los actores repiten que con La novia, adaptación de Bodas de sangre, han llevado al cine el Romeo y Julieta español. Pero lo cierto es que Bodas de sangre, además de una gran historia de amor desdichada, es la crónica más negra de España: la tragedia del mundo rural, las brechas abiertas de la represión, de la violencia, de la venganza y del dolor, transmitidas de generación en generación. Dice la realizadora zaragozana que en la obra de Lorca “se cuestionan las grandes preguntas de la humanidad, por eso cuando redescubrimos Bodas de sangre, Yerma o La Casa de Bernarda Alba, nos vemos reflejados”.

La fábula lorquiana

Trasladar una obra de teatro de los años 30 al lenguaje cinematográfico del siglo XXI implica una reestructuración, la creación de un “puzzle nuevo” que no traicione la palabra ni el mundo del creador. Tiene sus ventajas: “Los paisajes, la tierra, los caballos, que en teatro te tienes que imaginar, aquí puedes verlos”, argumenta la también autora, junto con Javier García Arredondo, de un guión en el que se alternan verso y prosa. Es precisamente en los elementos estéticos donde ha puesto extremo cuidado. El acercamiento al texto de una manera sensorial, reconstruido no sólo en las palabras sino en las texturas, la fotografía, los escenarios, los símbolos y la propia atmósfera del film destacan sobre todo lo demás en esta versión. “A veces Lorca se ha leído de una manera excesivamente realista, nosotros hemos querido ir también a la fábula”, explica Ortiz. 

Al espectador español se le puede venir a la memoria otra versión de un clásico del teatro en verso realizada por otra directora, Pilar Miró, en 1996: El Perro del Hortelano. Es una referencia pero no la única. Ortiz ha revisado para su propia adaptación de Bodas de sangre la de otro aragonés, Carlos Saura, que convirtió en 1981 las palabras del poeta asesinado durante la Guerra Civil en ballet, movimiento e imagen. También ha cogido algo de la manera de llevar un clásico al cine del Jane Eyre de Cary Fukunaga, y de Andrea Arnold y su Cumbres borrascosas.

El otro aspecto que destaca de esta versión es que, más allá de un triángulo amoroso, la película innova respecto al texto en que lo que cuenta es la historia del personaje de la novia. Ortiz argumenta que Lorca explora el alma a través de sus personajes femeninos, y por tanto, en ella ha querido que recaiga el foco de la acción: la novia es el centro del conflicto y el motor que genera la pasión y la destrucción que finalmente se desencadena. La elección de Inma Cuesta para darle vida la tenía clara la realizadora desde el primer momento: “Cuando tienes que elegir a un actor o actriz para un personaje que forma parte de la tradición cultural, todos tenemos miedo de decepcionar. Pero creo que Inma Cuesta es la novia que todos habíamos imaginado, que el propio Federico hubiese imaginado”.

La novia, el novio y Leonardo

Para Cuesta, meterse en la piel de la protagonista ha sido un proceso catártico. El papel le llegó en un momento en el que era capaz de entenderlo, aunque eso supuso meterse en “laberintos personales y emocionales bastante complejos”, admite la intérprete. Aunque nunca había interpretado a la novia, Lorca también había formado parte de su imaginario íntimo desde la adolescencia, cuando soñaba con ser actriz y memorizaba versos de Bodas de sangre. Así que cuando Paula la llamó, “algo latió de una manera especial”. Reconoce que, siendo andaluza, sentía además la cultura y el folclore de Lorca como algo muy cercano: “Meterme en su universo fue como estar en casa, es un lenguaje que entiendo muy bien”.

Las otras puntas del triángulo, el novio (Asier Etxeandia) y Leonardo (Alex García) también insisten en la trascendencia de la obra en el trabajo de cualquier actor. Aunque en el original lorquiano el novio está presentado como un secundario ajeno a la gran historia de amor, la versión de Ortiz dignifica al novio y vuelve más terrenal a Leonardo. “En el texto no hay buenos y malos, el único antagonista es la pasión de la que todos son víctimas.

Por eso, al verla, los entiendes a todos“, explica Etxeandía, quien sintió que ”la vida rimaba“ cuando recibió la llamada para encarnar a este mito literario. Por su parte, García asegura que lo más difícil que le resultó fue transmitir el verso del granadino sin que se percibiese la emoción en la garganta. Para él, entender a su personaje fue sencillo: ”Lo bueno que tiene Lorca es que está tan bien escrito que hace que lo comprendas, que conecta. La suya es una historia universal“.

Los otros vértices

Bodas de sangre, y por ende La novia, no es realmente sólo un triángulo, pues la historia tiene muchos más vértices. Además de la pasión y de la violencia, uno de los más importantes es la madre del novio, interpretada por Luisa Gavasa. Ella dibuja el contrapunto a la novia, las dos fuerzas que tiran del núcleo que conforman el amor y el dolor.

Otro es la muerte, que tanto en el original como en la versión cinematográfica toma aspecto de mendiga; en la película tiene el rostro de María Alfonsa Rosso. La muerte ha trascendido para el equipo más allá del papel: justo antes de su exitoso estreno en el Festival de Cine de San Sebastián, falleció Carlos Álvarez Novoa, Padre de la novia, a quien está dedicado el filme.

Otro aspecto significativo fue el clima: el rodaje, en pleno verano entre la Capadocia turca y el desierto monegrino, fue extremadamente duro, lo cual ayudó a construir los personajes y es un matiz imprescindible en la creación de la atmósfera.

En los Goya nadie quiere pensar todavía. Ortiz ha hecho la película que quería hacer y que quiere pensar que le hubiera gustado al propio Federico: “Creo que hubiese disfrutado del proceso creativo. Hubiese estado de acuerdo con arriesgar, con los retos, con las experimentaciones y con la actitud de libertad, de búsqueda de compromiso y de pasión del equipo”. De momento, esta Boda Roja mediterránea y atemporal ya ha comenzado a volar.