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'Mujer al borde del tiempo': airada y soñadora 'sci-fi' anarco-feminista donde el futuro es mejor que el presente

Un exponente de fantasía dura y esperanzada escrita durante el auge de la segunda ola feminista

Ignasi Franch

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Aun sin tecnologías futuristas, las editoriales también pueden abrir túneles en el tiempo: los que conectan al público del presente con creaciones de un pasado con el que dialogar y del que aprender aciertos y errores. En los últimos años, la ciencia ficción politizada de la Norteamérica de los años 70, nacida al calor de la lucha por los derechos civiles, ha ganado presencia en las librerías.

Al habitual flujo de reediciones y recuperaciones alrededor de la obra de Ursula K. Le Guin, responsable de títulos como Cuentos de Terramar, se ha añadido la reinvindicación de otras firmas. Capitán Swing inició la recuperación reciente de la figura de Octavia Butler mediante la publicación de Parentesco. Posteriormente, sellos como Consonni y Mai Més han ahondado en ella al comercializar la versión castellana de Hija de sangre y otros relatos y la versión catalana de Alba, respectivamente.

La misma editorial Consonni ha editado una muestra insualmente furiosa de narrativa utópica recorrida de feminismo y antiracismo: Mujer al borde del tiempo, de la escritora y activista Marge Piercy. Si una buena parte de los exponentes de esta tradición se centran en destacar las bondades de tiempos venideros, Piercy alterna estos vistazos a un futuro esperanzador con escenas terribles de la vida de una excluída en los Estados Unidos de mediados de los años setenta.

Publicadas originalmente con apenas tres años de diferencia, las premisas de Mujer al borde del tiempo y Parentesco coinciden en un punto: los viajes temporales están desprovistos de componentes tecnológicos. La heroína de Butler se trasladaba al pasado esclavista de los Estados Unidos y a la doble opresión, lejos de estar completamente superada, que sufren las mujeres afroamericanas. La heroína ideada por Piercy entra en contacto con una mujer que vive en el año 2137.

La frustración del excluido

La trama de Mujer al borde del tiempo se inicia con un estallido de violencia machista. Consuelo, una neoyorquina de origen latino, intenta defender a su sobrina de una pareja (y proxeneta) que quiere forzarla a abortar. Tras una brutal pelea, la protagonista termina ingresada en un hospital psiquiátrico: el estigma de haber sufrido problemas previos de salud mental facilita que nadie verifique su versión del suceso. A partir de ahí, Connie vive a caballo entre dos tiempos cronológicos: su via crucis de violencia médica y deseos de fuga, con sus escapadas a un futuro donde conecta con una mujer andrógina llamada Luciente.

Piercy dibuja una utopía imaginada sobre las luchas sociales de la época de escritura del libro. A la vez, despliega una narración muy apegada a una realidad de sexismo, racismo y mil y una desigualdades. Nos transmite de manera energética la rabia y la frustración de la persona desposeída de autonomía. Nos habla de la violencia en el ejercicio del poder, sea el poder informal e ilegal de un chulo o el poder institucional de un psiquiatra. Y lo hace de manera vívida y vivida.

Connie explica las heridas psicológicas de la humillación cotidiana en personajes como Luis, el hermano de la protagonista, embrutecido por un anhelo de prosperidad con la que borrar las cicatrices de viejos sometimientos por tener otro color de piel, otra solvencia crediticia. Y alude a fantasías como la posibilidad de creerse una persona de clase media porque pagas una casa que pertenecerá durante muchos años al banco que te prestó el capital para comprarla.

Desde la perspectiva distante de un personaje de otro tiempo, los problemas socio-económicos del capitalismo contemporáneo se recubren de absurdidad. “Parece como si la gente hubiese luchado más duramente contra quienes tenían apenas un poco más o, más bien, apenas un poco menos, en lugar de luchar contra la peña que cada vez tenía más y más riquezas”, afirma dubitativamente Luciente.

La posibilidad de otro futuro

En una introducción a su libro redactada en el año 2016, Piercy afirma que tomó prestados “elementos de todos los movimientos progresistas de la época” para su novela. Más allá de la trama de ficción, estructurada con picos y valles de intensidad y dramatismo, Mujer al borde del tiempo es casi una cartografía de cómo podría ser un mundo diseñado desde el activismo social. La huella del feminismo, del anarquismo y del antiracismo es evidente, y el resultado también nos puede recordar al municipalismo libertario con sensibilidad ambientalista de pensadores como Murray Bookchin.

La autora nos muestra un futuro de producción limitada de bienes que se reutilizan y se reciclan, de educación y socialización colectiva en la que diluye la familia nuclear, de disolución de los roles asignados a los sexos biológicos... Destaca el deseo de horizontalidad en la toma de decisiones. Y, en general, la aversión al poder en cualquier relación entre individuos, incluidas las relaciones sentimentales... No se trata, en todo caso, de una comunidad perfecta: también hay celos que elaborar y purgar, e incluso aparece la opción de la pena capital como medida extrema dentro de un sistema de justicia orientado a la reparación y la reinserción.

Luciente y compañía mantienen una guerra, pero no están condicionadas por una escasez extrema como la comunidad anarquista establecida en la luna Anarres de Los desposeídos, la compleja utopía-distopía escrita por Le Guin. El buen vivir es posible en el mundo vislumbrado por Connie, aunque esa utopía choque militarmente con otros asentamientos que anticipan los ambientes habituales de lo que sería la literatura ciberpunk: ultracapitalismos hipertecnificados y dominados por grandes corporaciones multinacionales.

A pesar de este destello de oscuridad, los esfuerzos especulativos de la autora se centran en la vidas constructivas y reparadoras de Luciente y sus compañeros de Mattapoisett. Podemos preguntarnos por qué la ciencia ficción actual tiende al pesimismo y ha desterrado a los márgenes la esperanza en futuros mejores, siempre asumiendo que toda utopía resulta conflictiva y fácilmente incluye el germen de una distopía. En su escrito introductorio, Piercy ofrece su respuesta: “Cuando consumimos nuestra energía política defendiendo derechos y proyectos ya conquistados que hoy están bajo amenaza, queda mucha menos energía para imaginar sociedades futuras plenamente detalladas en las que nos gustaría vivir”.

Para los extenuados y cansados de derrotas sociales, de poderes adquisitivos menguantes, de neoliberalismos de los que emerge el monstruo del fascismo que permanecía escondido bajo máscaras nominalmente demócratas, ese fantasma del mundo por venir que es Luciente tiene un mensaje que enviarnos: “Se pierde hasta que se gana”. O, como se dice en varias ocasiones a lo largo de la novela, “un ejército de amantes no puede perder”. Porque Mujer al borde del tiempo no solo trata de ira, mucha ira, sino también de amor hacia aquello en lo que que puede convertirse, algún día, el ser humano.

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