Casi 200 personas mueren al día por culpa del abuso de OxyContin. Aunque en España el nombre de este medicamento no sea muy popular, en Estados Unidos este opioide ha provocado una crisis que se ha llevado por delante 200.000 muertos. Una droga recetada por los médicos para cualquier dolor, desde una tendinitis a un parto, y que crea una alta dependencia en los pacientes. Muchos de ellos acaban enganchados a otro tipo de drogas más baratas o fáciles de encontrar, como la heroína. Pero, esta vez, es la clase media trabajadora el tipo de población más golpeada por esta adicción.
Detrás de esta epidemia, hay un nombre propio: el de la familia Sackler, cuya farmacéutica, Purdue Pharma, fue la que en 1995 lanzó al mercado el OxyContin, que es casi tres veces más fuerte que la morfina. Rápidamente, se convirtió en el medicamento más habitual en las recetas analgésicas de los médicos, a pesar de que ya era conocida su gran capacidad adictiva. Lo consiguieron gracias a una campaña de marketing millonaria, y también pagando viajes y cohechos a los médicos, tal como desveló una investigación de American Journal of Public Health. Esta publicó que, entre agosto de 2013 y diciembre de 2015, varias empresas farmacéuticas, entre ellas Purdue Pharma, pagaron más de 46 millones a más de 68.000 médicos en forma de comidas, viajes y regalos para que recetaran opioides. El resultado es que la familia Sackler se ha convertido una de las más ricas de EEUU, con una fortuna estimada de más de 13.000 millones de dólares.
Entre las miles de víctimas del impero médico de los Sackler, se encontraba la fotógrafa Nan Goldin. Una tendinitis en la muñeca izquierda la llevó al médico, donde le recetaron OxyContin. Aunque tomó la dosis de pastillas que le indicaron, pronto se hizo adicta a ellas. De los 40 miligramos iniciales, pasó a consumir 450. Llegó a aplastarlos para esnifarlos. Cuando no conseguía el medicamento, compraba otras drogas en la calle. “Mi camello venía 24 horas al día, siete días a la semana. Fui una de sus mejores clientes. Me mandó un mensaje cuando estaba en rehabilitación diciendo que estaba de oferta”, contaba Goldin en una entrevista en The Guardian publicada en elDiario.es
Esta heroína, activista incansable y una de las artistas fundamentales de la contracultura neoyorquina, es la protagonista absoluta del documental All the Beauty and the Bloodshed, que acaba de ganar el León de Oro en el Festival de Venecia. Lo ha hecho por encima de grandes producciones, cargadas de dólares y ego. Ninguna ha emocionado tanto al jurado y al público como la historia de Goldin y su lucha contra los Sackler. Goldin nunca tuvo dudas de que detrás de ese apellido se encontraba los culpables de tantas muertes.
Tras la rehabilitación, Goldin se organizó, fundó el grupo PAIN y comenzó su cruzada contra los empresarios farmacéuticos. Su objetivo estaba claro: contar quiénes son en realidad los Sackler, una familia que dona millones de dólares a instituciones artísticas de todo el mundo. Es el apellido que se puede ver a la entrada del museo Victoria & Albert de Londres o en el Ala del Museo Metropolitano de Nueva York que lleva su nombre; o en el Centro Sackler para la Educación Artística del Guggenheim de Nueva York. Un lavado de cara en forma de filantropía que Goldin y su ejército de víctimas destapó con performances y acciones en los museos, donde aparecían y tiraban recetas y botes de OxyContin al grito de “Sacklers lie, people die” (los Sackler mienten, la gente muere). El año pasado, el MET retiró su nombre de la sala. Era la primera gran victoria de Goldin.
Mis fotografías no son sobre gente que muere, sino sobre las vidas de los individuos y de cómo en Nueva York las almas más libres y creativas morían. Morían de sida
Si All the Beauty and the Bloodshed funciona, es porque su directora —Laura Poitras ganadora del Oscar por CitizenFour— logra trazar un arco que une la crisis de los opioides actual con los años del sida y la heroína en Nueva York. Nan Goldin vivió en primera persona ambas epidemias. En la primera perdió a muchos amigos. En la segunda, fue ella quien cayó. Goldin ya tuvo que ingresar en una clínica de desintoxicación a finales de los años 80. A su regreso, aunque se dedicó más a la fotografía de moda, una de sus imágenes más potentes la realizó para un reportaje de The New York Times sobre la vida de una adicta de 15 años.
El activismo de Goldin, nacida en Washington en 1953, aparece desde sus primeros pasos. Tras el suicido de su hermana, huyó de casa a las 14 años. A los 15 ya se inició en la fotografía y a finales de los 70 se convirtió en uno de los elementos fundamentales de la contracultura en Manhattan. Era el estallido del punk y ella, con su cámara, no dudaba en retratar todo, convirtiendo lo íntimo en político. Su idea era captar la vida sentimental y sexual de aquellos ambientes. Lo que logró también es atrapar los inicios del movimiento queer, la vida de las mujeres trans, de los drag queens de los locales más alternativos, y también la llegada y la expansión del sida entre aquellas comunidades, algo que se plasma en su obra más conocida La balada de la dependencia sexual (título tomado de una ópera de Kurt Weill con libreto de Bertolt Brecht), que muestra en forma de película sus fotografías. Un tema en el que incide después con Balada en la morgue.
Los títulos de sus proyectos fotográficos son, precisamente, los que estructuran el documental de Poitras. Ella misma se colocaba como sujeto activo y activista de sus propias obras. En La balada de la dependencia sexual no dudó en mostrar el rostro de su pareja momentos antes de que él le diera una paliza. La siguiente imagen es la de su rostro con un ojo completamente morado tras recibirla. Las relaciones tóxicas marcarían su vida ya que, a mediados de los 90, lejos ya de los movimientos alternativos y consagrada como artista en Nueva York, recae en las drogas al comenzar una relación con un adicto a la heroína. Vuelve a desintoxicación y esta vez, la fotografía. El resultado es la devastadora Relapse/Detox Grid, 1998-2000. Incluso en sus coqueteos con la moda sus fotografías son políticas, como en la sesión que hizo para la casa Matsuda, donde coloca a cuerpos no canónicos y a un gran número de drag queens en las imágenes que la encargaron.
Ella misma nunca titubea al poner el adjetivo de 'político' a sus fotografías, como hizo en una entrevista con Adam Mazur y Paulina Skirgajllo-Krajewska en la que deja claro que las fotografías salvaron su vida: “Cada vez que he atravesado algún momento traumático, he sobrevivido sacando fotos”. Fotografías en las que aparece mucha gente muerta por el sida o las drogas, pero que ella cree que son una declaración sobre “la memoria”. “Mis fotografías no son sobre gente que muere, sino sobre las vidas de los individuos y de cómo en Nueva York las almas más libres y creativas morían. Morían de sida”, dice.
Esa unión de activismo y arte se cierra con este León de Oro. En Venecia, la propia Goldin explicaba que los temas que le interesan podrían definirse como “estigmas” en la sociedad, y su objetivo siempre es el mismo: “Lograr que las personas que sufren estos problemas logren hablar de ellos y que se las escuche. Aún hay 10 millones de personas en el mundo con sida. El estigma y la fobia contra el sida mató a mucha gente, a mi comunidad. No voy a permitir a otra comunidad morir”.