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Napoléon resucita en Cannes con el dinero de Netflix y tras 16 años de trabajos de restauración

Javier Zurro

Cannes —
14 de mayo de 2024 22:01 h

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Es curioso que el mismo año que Ridley Scott ha sido masacrado por los historiadores (y la crítica) por su versión de Napoleón, el Festival de Cannes haya decidido colocar el día de su inauguración la restauración del Napoleón de Abel Gance de hace casi un siglo. Son dos miradas antagónicas. Ambas ambiciosas, pero mientras que Scott se entrega a un delirio en donde el ejército napoleónico es capaz de dar cañonazos a las pirámides y donde la historia salta a golpes para encajar en una duración aceptable según los cánones comerciales actuales; Gance quiso entregar la mirada más fiel a su historia. Tanto, que la película que rodó tuvo dos versiones, la denominada Ópera, que duraba tres horas y media, y la Apollo, que se alargaba hasta casi las 10 horas.

Es como si Cannes quisiera hacer una enmienda a la totalidad del filme de Scott y dejar claro que el Napoleón bueno es el de Gance. Lo que se ha visto en el Teatro Debussy es la primera parte (de más de tres horas) de la restauración más ambiciosa de la película más ambiciosa. Un proyecto en el que se han tardado 16 años hasta conseguir la versión más fidedigna posible a la que quiso rodar el director en su proyecto original y que ha sido posible gracias a la colaboración de la Cinemateca Francesa con otras instituciones de todo el mundo. 

Entre ellas la de Netflix. La plataforma ha sido una de las grandes financiadoras de este proyecto mastodóntico ―también ha entrado como gran mecenas de la Cinemateca Francesa―, y serán ellos quien tras su puesta de largo en Cannes, y el 4 y 5 de julio en París ―en el Sena y con 250 músicos en directo―, la proyectarán marcándose un tanto y acercando posturas con una industria que sigue siendo reticente a su implantación en el país. 

El pase en Cannes estaba impregnado de esa sensación de acudir a algo histórico. Lo subrayaron al presentarla. “Enhorabuena, sois los primeros desde 1927 en ver esta película”, dijo el director de la cinemateca francesa, Frédéric Bonnaud, ante un público entregado entre los que se encontraban la hija de Abel Gance, que recibió la ovación dedicada a su padre. Un “momento excepcional”, como lo definió el director del Festival, Thierry Frémaux, antes de presentar a Costa-Gavras. El cineasta, que acudió como gran conocedor el filme, subrayó que no se llama Napoléon, sino Napoleón visto por Abel Gance, porque “no es una biografía, es un poema, es la pasión de un hombre por otro hombre célebre plasmada en imágenes de una forma lírica”, dijo el director de obras maestras como Z. 

Llegar hasta aquí no ha sido fácil. El estreno del filme en 1927 coincidió con la llegada del sonoro, y aquella maravilla destinada a cambiar el cine fue metida en un cajón y mutilada hasta que no quedó casi nada de ella. Los rollos de película original fueron esparciéndose por todo el mundo o fueron destruidos. Los coleccionistas privados compraban el material haciendo que localizarlo fuera cada vez más complicado, aunque se intentó remontar en muchas ocasiones (se conocen hasta 22 versiones). De hecho, el propio Gavras la definió en Cannes como “una película mártir”. Nunca nadie se había acercado tanto a lo que se vio entonces. 

No es una biografía, es un poema, es la pasión de un hombre por otro hombre célebre plasmada en imágenes de una forma lírica

Una restauración que, según el festival, “devuelve la integridad y la gloria” a una película que es el símbolo de un país y que hasta ahora no había conseguido dar con una versión definitiva (si es que eso es posible). Para ello, los restauradores han trabajado “fotograma a fotograma en casi 100 kilómetros de película”. Para ser fieles a la narrativa original se ha buceado en la Biblioteca Nacional francesa para seguir como una biblia no solo las notas de montaje que dejó Abel Gance escritas, sino también las cartas que se escribió con su montador.

Por fin se podrán ver todas las innovaciones técnicas y estilísticas que Abel Gance pergeñó para convertir su Napoléon en una experiencia épica e inolvidable. Gance colocó la cámara en lugares donde nadie hubiera pensado que se podía. La ató a un trineo para realizar un travelling sobre la nieve; le colocó una esponja para que fuera golpeada en una batalla; la puso en un péndulo o incluso a lomos de un caballo. Contrató a más de mil extras para conseguir una épica que supera con creces la de cualquier filme lleno de efectos digitales.

Debía ser el inicio de algo todavía más grande. Aquella película mastodóntica abarcaba solo una pequeña parte de la vida de Napoléon, la que va de 1781 a 1796, el año en el que comenzó su primera campaña militar en Italia. La idea era rodar otras cinco películas para contar toda su vida hasta su retiro y muerte en la isla de Santa Elena. Nunca se hicieron. La llegada del sonoro y posteriormente una crisis financiera terminaría de hundir su sueño. Aun así, lo que rodó ha quedado como una de las películas más importantes de la historia del cine.

No es la primera vez que se ha intentado realizar la restauración definitiva, aunque ahora se vende como tal, ya que es la que más se acerca a la ‘Grande Version’ de 1927. Una generación de cineastas entre la que se encontraba Coppola, Scorsese y Costa-Gavras comenzó a reivindicar el filme y el gran historiador del cine mudo Kevin Brownlow logró en el año 83 una versión de cinco horas y cuarto que llegó dos años después de la muerte de Abel Gance. Es lo más cerca que se había estado de sentir lo que sintieron hace casi un siglo los espectadores que se encontraron ante esa pantalla partida en tres que revolucionó, aunque fuera por poco tiempo, la historia del cine.

Una restauración “ejemplar”

El exhaustivo trabajo realizado para poder estrenar esta versión no ha pasado desapercibido. La directora de la Filmoteca Española, Valeria Camporesi, cree que nos encontramos ante “una restauración absolutamente ejemplar y de una obra crucial para la historia cultural francesa”. Camporesi, que además es historiadora de cine, destaca cómo los años 20 fueron importantes para las vanguardias y provocaron el asentamiento del cine mudo. 

“Dentro de esto, el cine francés tuvo un papel muy importante tanto en la parte más de cine de vanguardia como en esta a la que pertenece Napoleón, que es un cine, podemos decir, de autor y fuertemente innovador, asentado en un sistema industrial de pequeñas empresas que apoyan en la innovación con importantes inversiones en tecnología”, cuenta sobre la importancia histórica del filme y de su director, al que define como uno de los grandes cineastas de ese movimiento que “algunos denominaron 'impresionismo cinematográfico'”. Destaca las novedades técnicas de Napoleón y su aplicación “a una figura monumental para la cultura y la historia francesa como es Napoleón”.

Hay un movimiento muy importante dentro de los archivos fílmicos, que son las obras consideradas huérfanas, que no tienen quien las patrocine

Una restauración que pone en valor y coloca el foco en el patrimonio cinematográfico. Camporesi cree que 'el Napoléon' del cine español sería el trabajo que se hizo con Un perro andaluz, de Luis Buñuel, con motivo del centenario del nacimiento del director y que llevó a cabo Ferran Alberich, “uno de los grandes restauradores que hay en España, que emprendió un trabajo que se puede plantear como una operación similar, porque al fin y al cabo, también es una obra muy significativa, muy conocida, que tiene un espacio hasta en la propia historia del arte, dentro del surrealismo, que también tenía versiones que habían estado circulando y que eran, en realidad, versiones posteriores, por lo que tuvo que remontarse y hacer todo un trabajo de investigación que le llevó mucho tiempo”.

También valora la presencia de Netflix como gran mecenas de la cinemateca y en concreto en esta restauración tan ambiciosa. A Camporesi le gustaría pensar que “la implicación de agentes privados no es necesaria”, aunque es consciente de que “siempre puede ayudar y es importante y hay que abrazarla en el caso de que se dé”. “Pero también hay que recordar que hay un movimiento muy importante dentro de los archivos fílmicos, que son las obras consideradas huérfanas, que no tienen quien las patrocine. Sin embargo, a pesar de no tener un aparente valor comercial, son obras muy importantes. Entonces yo diría que es de agradecer la implicación de agentes privados, pero digamos que sería mejor que no fuera necesaria”.