Casi nunca ganan. Siempre hay excepciones: un señor de los anillos a lo lejos, un gladiador que recupera la gloria pasada en contra de su destino, un barco bautizado Titanic que se hunde en aguas del Atlántico. Pero son eso, excepciones. Los blockbusters en Hollywood dan dinero. Los miembros de la Academia lo saben y el público también, aunque el olor a palomitas que desprenden no termina de conquistar el ambiente de los Oscar: las superproducciones llenarán horas muertas; pero no así vitrinas de premios.
No hay un punto exacto en el que situar el origen del término blockbuster. Son de esas cosas que aparecen como por arte de magia y ya se quedan entre nosotros, para la posteridad. Todo comenzó con Spielberg y Tiburón, con George Lucas y Star Wars, u otra vez Spielberg, que envió a Harrison Ford a buscar el arca perdida. Las pop-corns films llegaron para quedarse. Y el público sigue mirando, mientras tanto, a su candidata ideal deseando que gane el Oscar a la mejor película. Aunque eso pase pocas veces. Muy pocas.
Los últimos 25 años no dejan lugar a dudas. A la Academia le gustan las películas que conmueven. Que desgarran un poco y luego cauterizan la herida. Son cintas dramáticas -Kramer contra Kramer (1980), Rain man (1989), El silencio de los corderos (1992), La lista de Schindler (1994), Gladiator (2001), Million dollar baby (2005), y así un largo etcétera-, comedias dramáticas como mucho, que aspiran a sacar la lágrima después de la carcajada -o viceversa-. Así que sí, a ese 80% de miembros mayores de 62 años con los que cuenta la Academia le cautivan las historias de superación -Forrest Gump (1995)-, de amor -El paciente inglés (1997)- o de amor mezclado con comedia -Shakespeare in love (1999)-.
La acción no gusta. Los efectos especiales no terminan de convencer. El DeLorean de Doc no maravilla, 007 no acierta a dar en el blanco, los dinosaurios de Parque Jurásico no son tan fieros como aparentan ni la cicatriz de Harry Potter tan mágica como parece. En la Academia no hay lugar para los blockbusters. Tan solo unos pocos de ellos entran en el Olimpo de los premiados a la mejor película. Un gran presupuesto no conlleva un gran premio. Quizá alguna estatuilla en los categorías técnicas. Tal vez un Oscar a la mejor canción o al mejor vestuario. Pero nunca, casi nunca, supone el premio gordo.
A la Academia le da igual el presupuesto
Si no, que se lo pregunten a George Lucas en 1978. Star Wars: Episodio IV estuvo nominada hasta en 10 categorías, incluyendo la de mejor película y mejor director. Ganó seis premios pero -¿adivinan?- ninguno de los grandes. Y esa fue la vez que más cerca estuvo la saga intergaláctica de alzarse con el Oscar a la mejor película. En los episodios V y VI, Star Wars fue en declive ganando dos y una estatuillas, respectivamente.
1978 fue el año de Annie Hall. Woody Allen contó con un presupuesto de cuatro millones de dólares para dirigir una de sus grandes obras, que a la postre terminaría alzándose con cuatro estatuillas. Star Wars: Episodio IV, por su parte, manejaba cifras cercanas a los 13 millones de dólares. Y es cierto: ganó seis premios. Pero la chicha se la llevaron Allen y Diane Keaton.
Tres años después, Steven Spielberg veía cómo se le escapaba el gran Oscar en detrimento de un Robert Redford que se estrenaba en la dirección. George Lucas, expectante desde la barrera, produjo y coescribió la cinta de Indiana Jones, para la que hubo un presupuesto cercano a los 20 millones de dólares. Poco le importó a la Academia: Gente corriente había costado tres veces menos y la estatuilla finalmente fue a parar al novel Redford, confirmando una vez más que los blockbusters ni vencen ni convencen a los académicos.
Si hablamos de presupuestos millonarios, Star Trek suma más de 621 millones de dólares entre sus 12 películas. Desde 1979 ha estado nominada a algún premio de la Academia hasta en 15 ocasiones, pero tan solo cuenta con un Oscar al mejor maquillaje en 2010. Un caso parecido ocurre con James Bond: 16 veces ha estado el agente 007 nominado a un premio de la Academia. En cuatro ocasiones ha recibido una estatuilla, las dos últimas hace tres años con Skyfall. Otro éxito que también entra en el saco es Alien: 11 nominaciones desde el estreno de El octavo pasajero (1979) y algo menos de 400 millones de dólares invertidos en las siete películas de la saga para ganar... dos premios Oscar, ambos de carácter técnico.
2016: cuando los blockbuster se transformaron
blockbusterNi ciencia ficción, ni alienígenas, ni agentes especiales viviendo aventuras en modo Dios. Si cogemos la lista de ganadores en los Oscar, las pop-corn films no motivan a la Academia. Y excepciones como las que mencionábamos al principio del artículo son las que lo confirman: El señor de los anillos, Braveheart, Gladiator y si acaso Titanic han sido lo más parecido a un blockbuster triunfante. Habrá que esperar a ver qué hace The Martian este año.
Con el permiso de Matt Damon, Star Wars y la última de Mad Max también presentan candidatura en 2016. Es particular el caso de la segunda. Nunca estuvo nominada por la Academia hasta este año, que reúne 10 -mejor película y mejor dirección incluidos-. Y es que ocurre una paradoja: mientras que Star Wars se ha diluido en la espuma de los días, Mad Max ha vuelto desde el Valhalla. Trayectorias opuestas, el olor a decadencia frente al chispazo provocado por la pólvora del siglo XXI. Por una pólvora que incluye elementos que la sociedad demandaba -y demanda- desde hacía mucho: una visión feminista y una óptica integradora, sobre todo.
Hablamos de Mad Max. Parece que el mensaje ha llegado a la Academia. Una protagonista sin brazo, un personaje masculino que a ratos lidera y a ratos se deja liderar y varias mujeres -tres modelos de Victoria's Secret para ser exactos- en busca de un paraíso feminista. La película que fue calificada por el Washington Post como “una persecución de dos horas” tiene mimbres para ganar. Pero son solo eso. Mimbres. Se agradece el intento, y desde Hollywood también lo hacen: compite por 10 estatuillas, entre ellas la de mejor película.
Star Wars también lo ha intentado. No es una sorpresa que ni siquiera vaya nominada en la categoría madre. “El hype ya pasó”, pensarán muchos, y es que el retorno de Mark Hamill y Carrie Fisher a la saga no parece haber devuelto la gloria de anteriores entregas.
Pero a diferencia de George Lucas o Irvin Keshner, J.J. Abrams ha encumbrado la figura de la mujer hasta el papel de indispensable; y Rey lidera, organiza, dispone, ataca, ayuda y pilota. El coprotagonista, Finn, es de raza negra. Y la normalización del papel de líder en una mujer, que esta vez adopta Rey -“Puedo correr sin que me des la mano”, dice en una escena-, ocurre sin que el espectador se de cuenta de que el director ha hecho una película feminista e integradora. Cinco nominaciones para un blockbuster que no cambiará la dinámica de años anteriores.