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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

De Nicole Kidman a Charlotte Rampling, el rostro y el paisaje

La anécdota es conocida: al ver Lawrence de Arabia de David Lean, el dramaturgo británico Noël Coward le soltó un piropo a Peter O'Toole: “Sales un poco más guapo y tendría que llamarse ya Florence de Arabia”. Lo cierto es que en los tiempos del personaje que inspiró la épica de Lean, T.E. Lawrence, el desierto tenía ya a su Florence de carne y hueso: Gertrude Lowthian Bell, aventurera, arqueóloga, escritora, espía y/o política al servicio del gobierno británico -según la fuente consultada-, que tuvo un papel destacado en la reordenación geopolítica de Oriente Próximo en el contexto de la Primera Guerra Mundial.

Es el personaje que inspira “Queen of Desert”, presentada a competición en la Berlinale, y firmada por un cineasta capaz de alternar documentales poco complacientes con el mainstream y producciones de Hollywood como la que nos ocupa. Gran presupuesto y reparto estelar, con Nicole Kidman a la cabeza. En la palestra crítica de un festival como el de Berlín, tal perfil, provoca recelo, y cierta estupefacción entre las afiladas plumas (léase teclados) de la prensa internacional, al ver al veterano cineasta alemán entregarse a una historia de amor de época con factura Merchant Ivory.

Pero Herzog tiene la virtud de la perpetua curiosidad, como tantos cineastas con años de oficio, y en Berlín exhibió sentido del humor y ADN de director hasta en la rueda de prensa, explicando a Kidman una pregunta que no acababa de comprender y planteando otra a Damien Lewis, al ver que al pasar el rato el actor no había sido objeto de ninguna.

 Una confesión: “Queen of the Desert” contiene “la escena más erótica que he rodado en mi vida”. Dos manos (las de Kidman y James Franco) que se acercan para un truco de cartas sobre el verde de una mesa de billar. Y una promesa: “Haré más películas con protagonistas femeninas. Tendría que haberlo hecho antes y me alegro que haya pasado al fin.”

Da la impresión que, más allá del resultado, el auténtico explorador de “Queen of the Desert” es Herzog mismo. Lo dijo James Franco, que disfrutó con la sensación de “ver a un maestro como él enfrentarse a algo nuevo”. Fue el personaje de Gertrude Bell lo que le atrajo, dice. Leer sus cartas, sus diarios, le llevó a interesarse más por el paisaje interior de esta mujer, que a los entresijos políticos del escenario en el que se movió y en los que también movió hilos. Un contexto tan complicado aún que en Berlín fue aludido solo de puntillas, no más allá de que que Herzog expresara su pasión por el desierto, por los beduinos y “la dignidad de la vida en el Islam, un mundo que últimamente sólo vemos demonizado en los medios, con su razón, claro”.

Si Binoche se “lanzó de cabeza” a los rigores del frío invierno para Isabel Coixet y “Nadie quiere la noche”, Kidman dijo sí a Herzog sabiendo que no es un “tipo que ruede en chroma”. El rodaje transcurrió en Marruecos, localizar en el paisaje original de Siria, Irán, Iraq, era evidentemente imposible. Un recuerdo de que la realidad no se suele doblegar a los finales felices de Hollywood o a pensar que, cuando concluye el film, al finalizar la Primera Guerra Mundial la zona se enfrentaba a un siglo de paz y harmonía gracias a los quehaceres de reyes o reinas del desierto como la que presenta la película. Lo podría sugerir el plano de Nicole Kidman alejándose a lomos de dromedario hacia el desierto con glorioso acompañamiento filarmónico y dando paso a los títulos de crédito.

Más cine con mujeres

Kidman está en un punto de su carrera en el que quiere “arriesgar” y lo único que preguntó a Herzog, dice, fue si podría llevarse a sus hijos con ella al rodaje: “habrá una tienda para ellos” la tranquilizó el cineasta. Y así, Kidman se metió en la piel de Gertrude Bell, “durmiendo bajo las estrellas y haciendo cosas que no había hecho antes”. El rodaje lo guardará como un “recuerdo exquisito”. La actriz aparece en todas las escenas de la película salvo la primera, en la piel de un personaje que huye con pasión “febril” del corsé victoriano que le corresponde habiendo nacido en el seno de una adinerada familia británica. Inteligente y con una voluntad de hierro tiene fusta de heroína. El mismo Herzog teje el vínculo para el análisis en el contexto de su filmografía: se trata de buscar el paisaje interior en los exteriores, lo que la jungla significó en Fitzcarraldo, aquí lo aporta el desierto, siguiendo la estela del western o el melodrama clásico. Unos géneros que la Berlinale rescata con algunos títulos en la retrospectiva dedicada al glorioso Technicolor de Hollywood de los años 30, 40 y 50.

Reflejar la poesía, el drama interior del personaje, su amor por el desierto en su mirada de director es “por lo que me pagan” apuntó Herzog, como si tentara con una pizca de carnaza a los que ven en “Queen of the Desert” una película de encargo. Aún en el contexto de una producción de este calibre, otra anécdota reveladora. Vio a un hombre con un buitre a pie de carretera, camino a una localización y fue un flechazo. El buitre saldría en la película, en una escena en la que se supone que Kidman y Franco se besaban por primera vez. Franco dio por hecho que se trataba de un animal amaestrado salido de una de las empresas que los facilitan asiduamente a la industria del cine pero casi le pega un picotazo a Kidman. “Qué bien amaestrado” pensó el actor. La historia real la supo después, cuando se había repuesto de una cabalgata a lomos de un hermoso caballo árabe para la que un jinete con poca experiencia como él tampoco diríamos que estuviera muy adiestrado.

El “gracias a Dios no es alemana!” de un beduino al personaje encarnado por Kidman desató las carcajadas en la proyección de prensa. Las mismas que se ganó Robert Pattinson con el look de un joven Lawrence de Arabia. El sentido del humor y el histrionismo de los secundarios salvan parte de la travesía del desierto de Herzog, así como la sensata decisión de centrarse en la poesía y el “mundo interior” de Gertrude Bell.

Otra película vista en la misma jornada, recordó que la realidad de los paisajes que recorrió Bell sigue siendo convulsa. La firmaba el cineasta iraní Jafar Panahi que sigue haciendo cine desde la trinchera, como puede, perseguido por la censura. “Esto no es una película” (2011) llegó a Cannes de contrabando y la tuvo que rodar en casa, en arresto domiciliario. “Taxi”, presentada ahora en la Berlinale, ha sido rodada también en un solo espacio, el taxi que el mismo Panahi conduce por las calles de Teherán.

Su Offside ganó el oso de oro en 2006 y su recepción en la Berlinale ha sido cálida para una película que se interroga sobre el oficio de cineasta en el contexto de una dictadura, una atadura a la que Panahi se resiste en “Taxi” sin renunciar al humor, más tras la pista de Woody Allen que de Kiarostami.

En competición, también brilló y mucho la británica “45 Years” de Andrew Haigh, protagonizada por Charlotte Rampling y Tom Courtney. El título alude al aniversario de boda que celebra un matrimonio, una celebración  empañada por la noticia del hallazgo en los Alpes del cadáver de una antigua novia de él, caída al vacío durante una excursión. Ésta vuelta al pasado precipita la reflexión sobre el sentido de la vida en común y de las “pequeñas y grandes” decisiones que marcan la vida, no sólo la de los protagonistas del film.

 Lo grande de “45 Years” es su sutileza, el calado de su mirada a la vida cotidiana, algo complejo en cine, y la confianza en el rostro de sus actores. Tom Courtney y Charlotte Rampling han un trabajo de premio, su rostro el mejor paisaje que se ha visto hasta ahora en la Berlinale.