Análisis Cine

‘Las niñas’ y la España de los noventa: entre la nostalgia cultural y la represión sexual

Francesc Miró

5 de septiembre de 2020 22:10 h

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Celia tiene 11 años y estudia en un colegio de monjas de Zaragoza. Vive con su madre, que trabaja como una descosida para pagar la educación de su hija y llenar la nevera. Pero la joven no sabe nada de su padre ni de sus abuelos: es un tema tabú en su hogar. Como lo es el sexo, el rock y el ocio más allá de la más estricta formalidad del ambiente educativo. 

La suya es la contradictoria España de 1992. Imagen de modernidad y progreso a través de una televisión que bombardeaba imágenes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, al mismo tiempo que censuraba campañas de educación sexual como la de ‘Póntelo, pónselo’, paralizada por la Audiencia Nacional tras una demanda de sectores eclesiásticos. 

Un mundo de contrastes, una época que la realizadora Pilar Palomero capta con sensibilidad y aplomo en su ópera prima: Las niñas, recientemente galardonada con la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga, que ha llegado a nuestros cines este fin de semana. Uno de los títulos de este año que, además, conecta bien con otras películas españolas recientes.

Crecer entre silencios y complicidades

En el colegio Celia conoce a Brisa, una chica de Barcelona, cosmopolita y moderna, que se acaba de mudar con sus abuelos a Zaragoza. Brisa es huérfana. Celia, por su parte, no conoció a su padre y su madre es incapaz de hablar del tema. Ambas construyen una amistad que las protege. 

Las dos niñas se descubren a sí mismas haciendo los deberes juntas, compartiendo cassettes de Niños de Brasil, Héroes del silencio y hasta de Manolo Kabezabolo, pero también se protegen del bullying en el colegio, donde se las llama ‘las huerfanitas’.

A través de escenas de una naturalidad que parte de vivencias personales y recuerdos de la propia Pilar Palomero, Las niñas se descubre como un retrato preciso e inevitablemente bello (pero no ausente de malos tragos) de la preadolescencia de una generación que creció llena de contradicciones. Y su mirada, apoyada en el magnífico trabajo de Daniela Cajías, directora de fotografía de la cinta, consigue momentos de descubrimiento admirables por su cercanía: la calada del primer cigarro, la manipulación del primer preservativo, el primer trago de alcohol...

Pero si en la amistad Celia encuentra refugio a su desasosiego, la tensión gana espacio en la relación maternofilial. La muchacha tiene interrogantes que no puede resolver. Su madre siempre le repite que su padre murió antes de que ella naciese y zanja el tema con un golpe en la mesa. El personaje, interpretado por Natalia de Molina, lidia con sus propios demonios, mientras el trauma irresoluto la aleja de su hija. Instala el silencio entre ambas.

Pilar Palomero construye una relación de portentosa credibilidad, a pesar de su contención constante, entre Natalia de Molina y Andrea Fandós, que interpreta a Celia. Una relación que, por momentos, recuerda a la de Ana Torrent y Geraldine Chaplin en Cría cuervos… de Carlos Saura.

Así, Las niñas explora magníficamente los silencios de una familia de dos que necesita de costuras que cierren heridas. La realidad de una madre soltera incapaz de avanzar ahogada por la presión económica y las tiranteces culturales de los noventa, y la de una hija forzada a crecer antes de tiempo. Silencios que resultan ser los peores enemigos de dos mujeres que no se tienen más que la una a la otra. 

Chimo Bayo,  olimpiadas y el auge de la ‘noventalgia’

La primera película de Pilar Palomero sustenta gran parte del desarrollo emocional de la protagonista en sus descubrimientos culturales. La televisión, siempre de fondo, narra constantemente el devenir de unos ostentosos juegos olímpicos, alternando entre Los fruitis y el porno codificado de Canal Plus. 

La música vehicula gran parte del relato de Celia: no solo suenan temas noventeros en algunas escenas clave en el desarrollo de la protagonista, sino que el relato en sí mismo arranca con el intento de canto una canción que no llegamos a escuchar hasta el cierre, cuando la joven ha encontrado su propia voz entre la maraña de niñas de un coro. 

La ‘noventalgia’, la nostalgia de los noventa, no es un término reconocido por ninguna real academia pero podría describir bien el sentir de una generación que comparte un imaginario anclado en la época y que de un tiempo a esta parte ha encontrado distintos vehículos de expresión en la literatura y el cine. 

Las niñas comparte con Verano 1993 algo más que el marco temporal en el que se desarrollan. Ambas captan el complejo proceso educativo que vivieron muchas menores a principios de la última década del siglo XX, marcada por el rearme patriarcal de miedo mediático generado por el crimen de Alcàsser. Un fantasma que a la vez sobrevuela novelas como Historia de España contada a las niñas de María Bastarós. Y si en la maravillosa película de Carla Simón se trataba el estigma social que conllevaba —y que a día de hoy aún hay que seguir combatiendo— el VIH, en el film de Palomero se aborda la educación sexual de la campaña de ‘Póntelo, pónselo’ que intentaba concienciar y educar, precisamente, en la prevención de, entre otras, el Virus de la Inmunodeficiencia Humana.

Cabría añadir que allá dónde Verónica, estupendo film de terror dirigido por Paco Plaza, conseguía captar la represión sexual y el miedo que podía suponer estudiar en un colegio de monjas en los noventa, Las niñas recoge el testigo del mismo sentir en el mismo escenario. Pero aquí la educación religiosa sirve también para hablar de conservadurismo moral y político, aunque en ambas se reflexiona sobre la estupidez de la estigmatización de hechos tan naturales como el crecimiento del pecho o la menstruación.  

También en la película de Paco Plaza se conseguía engarzar grandes momentos a través de la reproducción diegética de cassettes de Héroes de Silencio y temas como Hechizo o Maldito Duende. En Las niñas se buscan y encuentran otras sonoridades con Así me gusta a mí de Chimo Bayo o Viernes de Niños del Brasil. 

Juntas, las tres películas parecen formar una suerte de extraña trilogía de la ‘noventalgia’ a través de una mirada ciertamente talentosa y crítica. Relatos singulares protagonizados por niñas, preadolescentes o quinceañeras en busca de su lugar en el mundo y la España de los noventa.