“Vi Parque Jurásico el día del estreno en 1993, cuando tenía 12 años. Lo recuerdo como si fuera ayer”, asegura Bryce Dallas Howard, intérprete de Claire Dearing en la saga Jurassic World. Ese mismo fin de semana, al otro lado de EEUU, su compañero de reparto Chris Pratt hizo lo propio, construyendo junto a toda una generación un recuerdo imborrable, mítico, que se fusionaría de inmediato con el modo en que se podía llegar a concebir el blockbuster. “Había expectativas, claro, pero cuando se estrenó fascinó de un modo que nunca habría imaginado”, recuerda Jeff Goldblum, protagonista del filme de Steven Spielberg que encarnaría a Ian Malcolm en tres ocasiones más. La última, Jurassic World: Dominion.
La cuarta entrega de Parque Jurásico, Jurassic World, llegó a los cines en 2015, conformándose de inmediato como una pieza clave de la cultura popular más allá de los millones de dólares ganados. Jurassic World ejercía de vanguardia para el expolio nostálgico donde Hollywood lleva asentado más de un lustro, alternando guiños a la intocable película original al tiempo que una sucinta autocrítica a la hora de dispensarlos. Se trataba de un filme que servía tanto de secuela como de comentario del fenómeno, cuya equívoca personalidad se inscribía en las inquietudes de un cineasta llegado del indie: Colin Trevorrow, que en su aplaudido debut (Seguridad no garantizada) ya indagaba en la necesidad de viajar al pasado, y en qué decía esa necesidad de nosotros. Es también quien dirige Dominion.
Los dinosaurios vuelven a dominar la Tierra
De hecho, sin la figura de Colin Trevorrow es imposible entender el desarrollo de esta trilogía tardía, pues sus responsabilidades superan las que llegó a tener Spielberg en compases previos. Junto a su socio habitual Derek Connolly y la coguionista Emily Carmichael (debutando en Dominion), Trevorrow ha firmado el libreto de las tres películas, dirigiendo dos de ellas mientras en el ecuador, El reino caído, dejaba al cargo de la puesta en escena al español J.A. Bayona. “Quería que la segunda película se sintiera distinta”, explica ahora Trevorrow sobre esta decisión. “Así que me conformé con ser productor y guionista de El reino caído mientras animaba a Bayona a hacer su propia película”.
“Y es lo que hizo, se nota su identidad como cineasta en cada fotograma. Cuando la gente vea Dominion quiero creer que entenderá del todo lo que queríamos construir, cuál era la intención narrativa del segundo filme”, añade. El reino caído, en efecto, pasa por ser la película más manierista de la segunda trilogía, donde el ingrediente metareferencial disminuye a favor de la construcción de excéntricas escenas de acción y un evidente ímpetu por invocar el virtuosismo de Spielberg. Dominion, a continuación, se veía en el compromiso de igualar sus resultados y responder satisfactoriamente al prometedor cliffhanger que cerraba El reino caído. Ese que nos mostraba a los dinosaurios campando libres por nuestro mundo.
Los acontecimientos de El reino caído conducían a que las criaturas prehistóricas irrumpieran en nuestro ecosistema y engrosaran su fauna, dando forma a un escenario de posibilidades infinitas que antes de Dominion ya había dado pie a un par de cortometrajes firmados por Trevorrow. Esta debía ser, en fin, la prioridad de la tercera entrega de la trilogía: hacer honor a los sueños de miles de niños y no tan niños que habían soñado con interactuar con dinosaurios en la vida real, sin barrotes de por medio. Y es una prioridad que Dominion cumple hasta cierto punto, como denota una apabullante secuencia de persecución en Malta, a mitad de metraje. No obstante, el filme cree que hay otros atractivos que explorar.
La complicada relación que sostiene esta trilogía con el pasado —el cinematográfico, no aquel que habitaron los carismáticos reptiles— conduce dentro de Dominion a algún acierto que otro, como la incorporación de un personaje nuevo: Kayla, a quien interpreta DeWanda Wise. Esta intrépida piloto que ayuda a Owen (Chris Pratt) y a Claire en sus aventuras, es el resultado de una hábil actualización de imaginarios, como explica la propia Wise. “Es un personaje al estilo de los que Harrison Ford encarnaba en su juventud, como Indiana Jones o Han Solo, en el cuerpo de una mujer negra… algo que puede llegar a ser subversivo y poderoso”. Pero Dominion prefiere centrarse, ante todo, en personajes ya conocidos.
Tal es su gran reclamo, como si la perspectiva de hallar dinosaurios en cualquier rincón del mundo no fuera suficiente: en Dominion regresa el trío de Parque Jurásico. El citado Goldblum como Malcolm, acompañado de Sam Neill como Alan Grant y Laura Dern como Ellie Sattler, quienes hasta ahora solo habían vuelto en Parque Jurásico III. Su reaparición es tratada en el conjunto de Dominion como algo mucho más espectacular que cualquier bestia del Cretácico, en un síntoma ilustrativo de la confusión interna del filme. También como indicio último de que, antes que la oportunidad de pasar más tiempo con criaturas extintas, el principal objetivo de esta segunda trilogía ha sido satisfacer una pedestre nostalgia.
El pasado se abre camino
“Lo que necesitamos es sacar los juguetes de la caja y dárselos a nuestros hijos. Hay que dejarlos ir”, sostiene Trevorrow. Pero cuesta creer que esa haya sido la directriz de la segunda trilogía, cuando hasta su culmen ha habido una insistencia creciente en revisar logros previos. Puede que no haya prueba más ridícula que la conversión de Lewis Dodgson (Campbell Scott), aparecido en una única escena de Parque Jurásico —bastante célebre, por lo demás, gracias a los memes—, en el villano principal de Dominion. Muestra de que todo vale para estimular el reconocimiento, la reminiscencia a un tiempo magnificado en nuestra memoria.
“Sea o no intencionado, la nostalgia es vital en Jurassic World”, concede Howard. “Nadie puede cambiar el hecho de que Parque Jurásico fue un momento definitorio para todos nosotros, como espectadores y como artistas. Es algo inherente a la historia, porque todos somos fans rabiosos para quienes resulta maravilloso toparse con algo que nos transporta a la infancia. Quizá porque esto significa que no ha terminado del todo”. “Siempre ha sido parte troncal de esta experiencia”, tercia Goldblum, que describe como “un huracán” el momento en que se reencontró con Neill y Dern en el set de rodaje.
Mientras los intérpretes asumen que la pleitesía al pasado es básica en la génesis de Jurassic World, Trevorrow intenta distanciarse. “La nostalgia puede ser demasiado tentadora, conducirte a algo en la que la industria confía y donde el público se siente reconocido. Soy consciente de eso, pero creo que ya es suficiente. Yo he querido contar algo nuevo, crear algo para que una nueva generación se sienta apelada del mismo modo que nosotros nos sentimos apelados antes”. Es consciente, por otro lado, “de que naturalmente la nostalgia iba a acabar abriéndose camino”. “Pero intentamos que fuera algo orgánico… así que sí, hay referencias en la película, pero algunas de ellas no son cosa mía”.
Trevorrow alude a un momento en el que Ellie se quita asombrada las gafas de sol, rimando con aquella escena de Parque Jurásico en la que veía por primera vez a los dinosaurios. “Eso es algo que Laura Dern hizo porque quiso. La nostalgia aparece en pequeñas dosis, siempre al fondo, de forma que solo si eres un gran fan de la película original puedas captarlas”. El director defiende que dichos guiños son “sutiles” y no impiden a Dominion respirar por sí misma, a la vez que admite su condición de clímax para una saga de seis películas. Lo que, forzosamente, deriva en un atiborrado crossover de personajes nuevos y viejos, donde el impacto de los dinosaurios disminuye en pos del desfile de iconos reciclados.
Haya sido este el plan de Trevorrow o no, lo que no hay que subestimar en ningún caso de Jurassic World: Dominion es su capacidad para convertirse en un evento multigeneracional. O, más concretamente, en una opción dentro de la cartelera de nuestros días que remite a un tiempo de absoluta preeminencia cultural para el cine. “Nosotros, como adultos, hemos de hacer un esfuerzo para introducir a nuestros hijos en la experiencia cinematográfica”, defiende Trevorrow. “No debemos permitir que crezcan como espectadores solitarios frente a una pequeña pantalla, sino que han de compartir la experiencia con la gente de alrededor. Gente que les rodea, que participa de la misma emoción, en una sala de cine”.
“Eso ha sido fundacional para nosotros como civilización, y hemos de preocuparnos de salvaguardarlo para que no muera”, concluye el director. Tengan la importancia que tengan los dinosaurios en este esfuerzo, no cabe duda de que es un objetivo encomiable.