Oliver Stone analiza el concepto de patriotismo con 'Snowden'
- El realizador noeyorquino estrena en Donostia su visión sobre el caso Snowden, un retrato paradójico pero apasionado que no ha dejado indiferente al público
El “día de Bayona” ya pasó. Es innegable que entre photocalls, ruedas de prensa, mesas redondas y la presencia de Sigourney Weaver, que además es Premio Donostia, Un monstruo viene a verme fue la película más comentada del las jornadas pasadas. Además, lleva ya dos días luciendo el sol lo que se traduce en calles y terrazas repletas. En definitiva, el ambiente de festival se vive más que nunca.
Hemos llegado al meridiano de esta edición de San Sebastián sin tener ningún título que haya destacado de manera unánime en la Sección Oficial. Algunos se atreven a aventurar que la polémica Plac Zabaw (Playground) puede tener posibilidades. También se comenta que en cuanto al premio a la actuación masculina se refiere, los que más boletos tienen son españoles: Eduard Fernández como Francisco Paesa en El hombre de las mil caras o alguno de los policías protagonistas de Que Dios nos perdone, Antonio de la Torre y Roberto Álamo. En cuanto a la femenina, hay quien defiende que no se ha visto ninguna tan potente como la de la joven Florence Pugh y su Lady Macbeth. Pero quién sabe, sólo son rumores y quedan tres días de festival.
Hoy, no obstante, Donostia parece haberse vuelto un poco más reivindicativa gracias a la presencia de la ganadora de la Palma de Oro en Cannes, y a la polémica Snowden de Oliver Stone. Aunque ninguna de ellas competirá por la Concha de Oro. La primera puede gustar al público de la sección Perlas y la segunda está fuera de competición. Tampoco Sieranevada podrá hacerse con algún premio gordo. Eso sí, es una de las mejores cintas que ha pasado por este festival.
Snowden, el soldado del siglo XXI es también un hacker
SnowdenOliver Stone se considera un patriota y, como la mayoría de norteamericanos, cree fervientemente en que Estados Unidos es el mejor país del mundo. Esto no ha sido óbice para que se convirtiese progresivamente en una de las voces más críticas, mediáticas y descontentas con las políticas del gobierno de la Casa Blanca. Amigo íntimo de Hugo Chávez y ferviente admirador de Fidel Castro, su interés por modelos alternativos al capitalismo feroz le ha llevado a ganarse muchos enemigos en su propia tierra.
Más de lo mismo le ha pasado a Snowden que, tras destapar el espionaje masivo que la NSA estaba llevando a cabo con sus ciudadanos, se ha convertido en héroe para unos pocos y traidor para unos muchos.
El encuentro de ambas personalidades ha dado como resultado una película compleja. Por una parte, Stone opta en el plano formal por el retrato del héroe más americanizado, cayendo incluso en ciertas decisiones de estilo que hacen flaco favor a la rigurosidad y la madurez del biopic contemporáneo. Por otra, sobre lo meramente narrativo, el interés por ver ficcionado el enorme documental de Laura Poitras, sumado a la intensidad de su desarrollo la convierten en una historia digna de contar. Añadamos a ello que Joseph Gordon-Levitt se revela aquí como un actor mimetizado hasta las trancas: su voz, sus gestos y su miradas recuerdan siempre al verdadero. Una doble sesión junto con Citizenfour, revela un personaje en apariencia delicado y extraño, que esconde tras de sí una valentía digna de este film y de los que vendrán.
Sieranevada, tótems culturales y cenas familiares
SieranevadaSin entrar a valorar el hecho de que la llamada “nueva ola de cine rumano” lleva ya más de diez años dando excelentes pruebas del talento de sus realizadores, lo cierto es que hoy parece que no se distribuye en Europa ninguna cinta mediocre de la tierra que se extiende a los pies Moldoveanu.
Entre las filas de sus realizadores más destacados, sin obviar nombres como Calin Peter Netzer o Radu Muntean, existe una especie de trinidad poco discutida. La forman Cristian Mungiu, Corneliu Porumbuiu y Cristi Puiu. Éste último es el que más rápido y con más ahínco se ha hecho un hueco en el escenario gracias a la solidez y contundencia de La muerte del señor Lazarescu y la atractiva Aurora, un asesino muy común.
Pero no ha sido hasta llegar a Sieranevada que nos hemos hecho a la idea del cineasta que teníamos delante. La cinta presentada en la sección de Perlas es un mundo en sí mismo. Muy pocas radiografías tan certeras y a la vez tan accesibles de el sentir de todo un país es una sola película, y mira que no es tarea fácil. En esta dramedia familiar se dan la mano el peso de la Iglesia Ortodoxa rumana, la importancia de los rituales al difunto, la desestructuración familiar entre nuevos y viejos modelos sociales, el vigencia del fantasma de Ceaucescu, la importancia y el recelo de la condición económica o la condición de Rumanía en el mapa de la política exterior.
Cierto es que dura casi tres horas y que la familia que retrata es más bien de posición acomodada. Pero su capacidad para hilar temáticas tan rematadamente dispares y su habilidad para jugar con la sonrisa en los momentos de mayor incomodidad, convierten su visionado en una experiencia no sólo placentera sino en cierto modo didáctico. Y todo sin apenas salir de un piso de escasos metros cuadrados en el que la cámara sobrevuela con ligereza el escenario, convirtiendo al espectador en otro personaje. Tal vez un fantasma más.
Yo, Daniel Blake, vivir no es una cuestión política
Yo, Daniel BlakeLa película por la que Ken Loach y Paul Laverty entraron en el hall of fame de los doblemente premiados en Cannes también ha pasado por Donostia. Yo, Daniel Blake ha traído al festival la cara más políticamente clara de la pareja artística británica (el primero como director y el segundo como guionista).
Casi todas sus películas juntos han mantenido siempre el drama social como etiqueta última, pero subyacen en ellas temáticas distintas. Hay una distancia razonable entre cintas discursivas como Route Irish o En un mundo libre, y otra vertiente más cercana al drama humano como Sólo un beso o La parte de los ángeles, que por otra parte es una de las películas más conseguidas de la pareja desde hace años. En esta disyuntiva, Yo, Daniel Blake abraza con los ojos cerrados la primera senda: es un alegato contra los recortes en servicios públicos, contra las ayudas a los más necesitados y contra la burocracia excesiva e innecesaria.
El resultado es una tragedia previsible que, huelga decir, no está carente de momentos realmente inspirados capaces de transmitir un realismo efectivo. Aunque puede que por esa misma razón, le falte garra para abordar ciertos temas que solo se asoman, o para controlar en mejor medida el recorrido hasta el callejón sin salida de sus personajes.