El 27 de mayo de 1977, en Vallecas, el Partido Comunista se reúne en un mitin que pasaría a los libros de historia. Después de casi 40 años de dictadura acababan de ser legalizados de nuevo y se encaminaban a las primeras elecciones democráticas desde la Segunda República. Allí, en aquel barrio obrero y ante 60.000 personas, se encontraban los grandes líderes comunistas como Santiago Carrillo, y aquellas figuras que habían logrado volver tras tiempo en el exilio como Dolores Ibárruri, La Pasionaria. También jóvenes promesas de la izquierda que luego se consagrarían, como Manuela Carmena.
Pero entre ellos, en primera fila, una figura llamó la atención de todos cuando apareció en las portadas de casi los periódicos nacionales al día siguiente. Un hombre, con gafas de sol y el puño en alto, se encontraba al lado del mismísimo Carrillo. Se trataba de José María Llanos, o para ser más claros y entender lo que supuso aquella imagen, será mejor llamarlo como lo hacían todos, el Padre Llanos, un jesuita que aquellos años se había convertido en una figura fundamental de la lucha de los más desfavorecidos y los trabajadores gracias a su labor en el Pozo del Tío Raimundo, una de las zonas más abandonadas y demonizadas de Madrid.
La respuesta no se hizo esperar. La comunidad religiosa no aceptó de buenas maneras aquella imagen. La Iglesia se había posicionado claramente al lado de la dictadura, y ahora, al lado de la derecha en las próximas elecciones; y una de sus figuras más populares aparecía en todos los medios levantando el puño al ritmo de la Internacional y en las filas del partido comunista. “Estaba al lado de Carrillo y La Pasionaria, que para ellos eran los demonios”, recuerda de aquella escena Paquita Sauquillo, que en aquellos años trabajó codo a codo con el Padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo, y que posteriormente se convertiría en la presidenta del comisionado de la Memoria Histórica. Lo hace en los primeros compases de Un hombre sin miedo, el documental que ha dirigido Juan Luis de No y que se encuentra en las salas de cine.
Para su director, la figura del Padre Llanos es “muy excitante” porque representa a alguien que se sale “del plan establecido”, y que encima lo hace para “ser altruista y ayudar a los demás”, algo que ya de por sí sería revolucionario en el presente, pero que adquiere mucho más valor si “nos situamos en la época en la que discurre esta historia, pues había que enfrentarse a una dictadura, con todo lo que ello conlleva”. “Entonces, ser generoso, altruista y combativo era realmente peligroso. El significado de la palabra ‘valentía’ varía mucho dependiendo del contexto, y recordar lo que suponía ser valiente en la dictadura franquista nos debería ayudar hoy a orientarnos”, añade.
Más que salirse del plan establecido, el Padre Llanos cogió el que habían elegido para él y lo tiró a la basura para hacer uno radicalmente diferente, tal y como se cuenta en el documental. Llanos venía de una familia simpatizante con el franquismo, era hijo de un general y vivía en el Barrio de Salamanca. Por si fueran pocos elementos, dos de sus hermanos mueren en la Guerra Civil a manos del ejército republicano. Motivos suficientes para que hubiera estado adherido a la dictadura de forma tajante.
De hecho, él incluso tuvo que abandonar España cuando durante la Segunda República se disuelve la compañía de Jesús. Pero nada de eso hizo mella en él. No creó ni un solo gramo de rencor. Eso sí, de primeras tonteó con el franquismo, como él reconoció en una de sus entrevistas, donde siempre hablaba sin pelos en la lengua. “Estaba drogado con el nacional catolicismo y contribuí a dar ejercicios a los condenados a muerte en las Comendadoras, pero no quise asistir a ningún fusilamiento. Hasta ahí no llegué”, se escucha decir a Llanos que también da muestras de su humanidad cuando confiesa que descubrió la identidad del asesino de uno de sus hermanos y nunca le delató para que no fuera condenado a muerte.
Durante la dictadura llegó incluso a ser el director de los ejercicios espirituales de Franco y de su esposa. “Tomé como tema fundamental 'El libro de los reyes'. Yo le daba mi charla y él me daba la suya, y ya ahí había expresiones que me daban escalofríos, como cuando decía que trataba a los españoles como un padre a sus hijos”, decía el Padre Llanos de aquellas prácticas. No se volverían a encontrar hasta que años después Franco visitara el Pozo del Tío Raimundo, donde Llanos se mudó en 1955 para luchar y cambiar las cosas en una de las zonas más marginadas.
Franco quiso apropiarse de los cambios que se estaban produciendo en la zona gracias a la labor de la gente obrera y del liderazgo de aquel “cura rojo”, como muchos lo llamaban. El dictador salió de su coche con la mano extendida esperando que Llanos, que ya era entonces la autoridad en la zona, le recibiera. Pero nunca fue, y la imagen para el recuerdo es la de Franco buscando con su mirada a aquel religioso que volvía a retarle.
Esta anécdota la recuerdan en el documental muchas de las personas que lo vivieron, y aquí radica su principal acierto, contar la labor del Padre Llanos no solo desde los libros de historia, sino desde aquellos a los que ayudó. Niños a los que alfabetizó y que vivieron la evolución del Pozo del Tío Raimundo. Chavales que también reivindican su propio trabajo, muchas veces reducido al de aquel jesuita que sin ellos no hubiera logrado nada. Hablan del fuerte carácter de Llanos, cuentan anécdotas como cuando paró un desahucio poniendo su abrigo encima de una chabola y diciendo que aquel edificio acababa de ser tomado en posesión por el Vaticano y muestran la importancia de la unión de los trabajadores.
También se acuerdan de los momentos duros. De la llegada de la droga, la utilización de los políticos… decenas de anécdotas de un lugar que muchos no sabrían colocar en un mapa de Madrid, pero que el Padre Llanos quiso convertir en símbolo de una lucha obrera que hizo que abandonara sus ejercicios espirituales con Franco para terminar haciéndose el carné del PCE, militando en CCOO, y levantando el puño al lado de la Pasionaria.