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ANÁLISIS La última película del creador de '¡Olvídate de mí!'

'Estoy pensando en dejarlo': luces y sombras de la última oda al solipsismo de Charlie Kaufman

Jessie Buckley en 'Estoy pensando en dejarlo'

Francesc Miró

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Nieva en una ciudad sin nombre de algún lugar cercano al valle del río Hudson. Laurel —interpretada por Jessie Buckley— está esperando un coche. Su novio pasará a recogerla para ir a conocer a sus padres. Es un momento importante en la relación, pero más para él que para ella. Ella, de hecho, está pensando en dejarle, pero no sabe cómo hacerlo. 

Durante el viaje, Laurel y Jake —un hombre joven a la que da vida un eternamente inquietante Jesse Plemons— hablan largo y tendido. Hay algo que no funciona entre ellos. Es algo evidente y, a su vez, nadie sabría decir en qué consiste, dónde falla el mecanismo que deberían hacer funcionar los dos. Una vez lleguen a casa de sus padres, una vieja granja prácticamente abandonada, la velada se irá tornando cada vez más extraña e inexplicable. 

La nueva película del realizador y guionista Charlie Kaufman llegó hace escasos días a Netflix, generando debate entre la crítica. No en vano, Kaufman está considerado uno de los creadores más originales del cine contemporáneo tras firmar los geniales guiones de Cómo ser John Malkovich, Adaptation (El ladrón de orquídeas), ¡Olvídate de mí! y escribir y dirigir Synecdoche, New York.

Cinco años después de su última cinta, Anomalisa, vuelve con una película en sintonía con su singular obra. Estoy pensando en dejarlo se construye como un thriller psicológico al tiempo que autopsia de las relaciones afectivas actuales. Y como es obvio, para realizar una autopsia, primero hay que tener un cadáver. 

El amor romántico no existe: son los padres

La de Estoy pensando en dejarlo es la historia de un viaje. Narrativamente, empieza siendo el de una pareja camino de conocer a los padres de él, suerte de inversión de los papeles de Adivina quién viene esta noche de Stanley Kramer. Aunque metafóricamente se diría que es un viaje hacia el origen: el hogar familiar, cuna y, si acaso, origen de algunos traumas que no llegarán a explicitarse. 

Bien es sabido que lo importante del viaje a Ítaca es que sea largo, a la manera de Kavafis. Y aquí, esta idea de aprender del trayecto y no del destino se concreta en que casi la mitad del metraje consiste única y exclusivamente en dos personas encerradas en un coche, hablando.

Las conversaciones entre Jessie Buckley y Jesse Plemons versan sobre lo humano y lo divino: estructuran los temas principales sobre los que Kaufman gusta regodearse. Poesía a través de versos de Eva H.D., cuyo increíble Bonedog se recita de cabo a rabo, horror vacui existencial con parada en David Foster Wallace y su suicidio, cine y representación femenina en la gran pantalla a través de la mirada crítica y punzante de Pauline Kael… 

Todo para en primer término dejar claro qué referentes maneja: Kaufman es y siempre ha sido brutalmente honesto con lo que ofrece, así que criticar su pedantería dice más de quien mira que de quien es mirado. Y en segundo término, para exponer los principales objetos de análisis del filme, que son los temas recurrentes de su filmografía, como bien contaba el periodista cultural Noel Ceballos en GQ: tristeza, ansiedad, solipsismo, surrealismo, metalenguaje…

Aún no hemos superado el ecuador de su desarrollo cuando la película se abona totalmente al teatro de la metáfora, como señalaba la periodista Marta Medina en El Confidencial. Es entonces cuando aceptamos que el pacto de la ficción debe sostenerse en base a otros estándares que requieren de nuestra participación activa como espectadores. Escaleras infinitas que suben y bajan al mismo tiempo, toscos cambios de maquillaje y look, rupturas del eje -para enfado de academicistas férreos-, tiempos de espera dilatados, espacio alterados completamente, perros que se sacuden la nieve como si fueran errores en Matrix… 

Cada elemento suma un grado más de sensación de agonía —mientras la apacible nieve del inicio del filme se transforma en auténtica y amenazante ventisca—. Un laberinto descorazonador del que uno quiere escapar pero no puede. Y que no es otra cosa que la psique de un hombre de avanzada edad, que fantasea con la relación que pudo haber tenido con la mujer de su vida, si es que eso existe... que es que no. 

Tras una tensa discusión en el coche, no en vano motivada el filme de John Cassavetes Una mujer bajo la influencia, el personaje de Jesse Plemons se lamenta de que todo parece inútil. “Sentirte viejo, el cuerpo se va, el oído, la vista. No puedes ver y eres invisible. Te has equivocado tantas veces. Es la gran mentira”. “¿Qué mentira?”, le pregunta Jessie Buckley. “No lo sé: que todo va ir mejor, que nunca es tarde, que Dios tiene un plan para ti, que la edad es solo un número, que hay algo mejor a la vuelta de la esquina, que no hay mal que por bien no venga, que todos… que todos tenemos nuestra media naranja”. Esa mentira es la ficción. 

Ficciones a la medida de hombres blancos (torturados)

Antes de continuar sirva el epígrafe para destacar que a partir de aquí se entra en el terreno del spoiler. Y es que Estoy pensando en dejarlo se desarrolla en base a una trampa, por otra parte fundamental en cualquier thriller de este cariz. Aquí la trampa está en hacer creer al espectador que la protagonista del relato es Laurel. De hecho, en hacernos creer que este personaje existe siquiera. 

Pero resulta ser que no: Estoy pensando en dejarlo es la historia de Jake. O, mejor dicho, una imagen mental del propio Jake. Algo que se nos revela desde el mismo inicio, en el que un señor mayor espía por la ventana a la joven que está esperando bajo una melancólica nevada. Ese señor mayor, al que luego vemos fregando los pasillos de un instituto, posiblemente origen de más de uno de los traumas del protagonista, es el auténtico narrador. Y todo lo que acontece durante gran parte del filme está realmente en su cabeza. Hasta aquí todo bien. 

Decíamos antes que la gran mentira, los relatos e ideas bienpensantes o tóxicas sobre el amor romántico, sobre la capacidad de superación, sobre la masculinidad y sus avatares… provienen en gran medida de las ficciones. Las que genera la cultura pop, y las que nos contamos a nosotros mismos. Todas. 

“Lo que sé sobre ser bueno lo aprendí en la tele”, decía BoJack Horseman en Free Churro, uno de los mejores capítulos de la televisión contemporánea. “En la tele, hay personajes que se preocupan por los demás con gestos sorprendentes. Y creo que parte de mí sigue creyendo que el amor es eso. Pero en la vida real, un gran gesto no es suficiente. No puedes cagarla en todo y luego lanzarte al mar a por tu mejor amigo, o resolver un misterio en Kansas. Hay que hacerlo todos los días, y eso es dificilísimo”, decía el protagonista de la serie creada por Raphael Bob-Waksberg, sobre quién por cierto cayó hace poco la ira de Twitter por constatar, precisamente, la ausencia de personajes racializados en la filmografía de Charlie Kaufman.

De hecho, si antes decíamos que la premisa recordaba a Adivina quién viene esta noche de Stanley Kramer habría que destacar que en esta la tensión principal era la cuestión racial, de plena actualidad en Estados Unidos. Y que en Estoy pensando en dejarlo, la tensión proviene de la violencia interior y la incomprensión de un hombre blanco encerrado en sí mismo. 

Un personaje regido por una idea tóxica de la masculinidad: violento cuando se le lleva la contraria, obsesionado con el control, con una idea de sí mismo como self made man culto e inteligente, obcecado con que las historias se cuenten como él quiere que se cuenten… Un personaje que, en más de una ocasión, se autoflagela por su analfabetismo emocional. Alguien que, según se nos cuenta, espía a las adolescentes del instituto en el que trabaja. Incluso, tal vez, haya cometido algún crimen machista del que no tenemos constancia fehaciente, pero que se puede intuir. 

Por su parte, Laurel, a la que van cambiando el nombre porque no es relevante —unas veces Laura, otras Lucy—, es un personaje imaginado por el narrador. Escrito por él según su voluntad. Es decir: un personaje hecho a su medida, proyección ideal de alguien a quien conoció una vez y con quien, probablemente, no cruzó ni media palabra. Una suerte de Ruby Sparks à la Kaufman. 

“Esa mujer que ‘es escrita’ por tres hombres (El autor de la novela original, Kaufman, el protagonista) ofrece el elemento más rompedor de toda la historia: una ficción que lucha por autodeterminarse en un mundo controlado por un demiurgo masculino”, defiende Guillermo Zapata en un genial texto sobre el filme. En ella recae la pulsión por escapar del laberinto de Kaufman: un laberinto de oscuras paredes hechas de masculinidad frágil y cultura incel.

Porque si bien el personaje de Jessie Buckley no se define en ningún momento como la víctima de este bedel que fantasea toda la trama, Estoy pensando en dejarlo tampoco ejerce una crítica explícita a las violencias sistémicas que generan masculinidades heridas y odios hacia las mujeres. Se limita a lamentar la muerte, el cadáver del que hablábamos antes, del hombre blanco heterosexual que sufre por asistir al funeral de su hegemonía. Jake hizo las cosas como le dijeron que las hiciera, y sin embargo no es el hombre que esperaba ser. 

“Y hay, por supuesto, un cierre que es a la vez irónico (si conoces la fuente) y emocional (si no la conoces) que nos habla de cómo las ficciones borran los horrores de los terribles hombres blancos y les ofrecen una absolución a sus pecados en forma de reconocimiento de una comunidad gracias a sus obras”, sostiene Zapata. 

Queda a decisión del espectador decidir si esto va dejar morir al hombre blanco torturado —suerte de vertiente pasivoagresiva y edgy del modelo propuesto del sociólogo Michael Kimmel—, o por el contrario material para que los amantes de Bukowski se laman las heridas y legitimen su torturada escritura de la realidad, su miedo a la pérdida de privilegios. Crítica surrealista al modelo de masculindad tradicional o alta cultura para incels. Servidor no se decide, pero ante la duda recuerda a BoJack Horseman ante la tumba de su madre diciendo: “En la vida real, un gran gesto no es suficiente”.

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