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'Nosotros', la aclamada pesadilla sobre unos Estados Unidos desquiciados

Francesc Miró

23 de marzo de 2019 21:22 h

El 9 de febrero de 1950, el senador republicano Joseph McCarthy pasó a la historia por hacer pública una lista con 205 nombres de comunistas que, según él, trabajaban en el Departamento de Estado de EEUU. Un acto que pronto se convirtió en una auténtica cruzada nacional en la que el ala conservadora alentó la persecución de oponentes políticos en nombre de la seguridad nacional.

La hoy conocida como 'caza de brujas' propició un clima de tensión en la sociedad norteamericana, que vivía con miedo a ser acusada de simpatía comunista por cualquier hijo de vecino. Un estado de alerta permanente que nadie supo captar tan bien como Don Siegel en La invasión de los ladrones de cuerpos de 1956. Una excelente metáfora del miedo al 'contagio' y la paranoia política narrada a través de la historia de una ciudad de California cuyos habitantes empiezan ser sustituidos por réplicas de ellos mismos.

Más de seis décadas después, Jordan Peele ofrece una relectura de las claves que hicieron atemporal aquel film -que cuenta con hasta cuatro remakes con sendas interpretaciones-, en su nueva película: Nosotros. Un magnífico relato de terror que le toma el pulso a la sociedad norteamericana enfrentándola a sus propios demonios.

Ese enemigo tan parecido a ti

Cuando no era más que una niña, Adelaide Wilson vivió un suceso traumático en la playa de Santa Mónica, en California. Nunca ha hablado de ello y parece haberlo olvidado. Por eso, cuando su familia vuelva al lugar con el objetivo de pasar unas placenteras vacaciones, ella intentará sobreponerse y dejar el pasado atrás. Sin embargo, una noche cuatro desconocidos se plantan delante de su casa. Son cuatro personas idénticas a ellos y no parecen tener buenas intenciones.

Nosotros es la historia de Adelaide -una Lupita Nyong'o que por fin maneja un papel a la altura de su talento-. Ella, su marido Gabe -interpretado por Winston Duke- y sus hijos Zora y Jason -Shahadi Wright Joseph y Evan Alex respectivamente- son el vehículo central de lo que parece ser una trepidante aventura de supervivencia. Pero pronto, los Wilson dejan de representar solamente a sus personajes para pasar a convertirse en reflejos de algo superior: toda una población racializada de clase media en los Estados Unidos del siglo XXI. Una que lucha por sobrevivir y por comprenderse.

Si en Déjame salir, Jordan Peele puso el debate racial sobre la mesa del mainstream mediante unos códigos a los que pocos espectadores estaban acostumbrados, en Nosotros dobla la apuesta en defensa de una mirada cada vez más particular y menos definible.

Con su anterior film, dio la campanada gracias a su increíble manejo del tono entre la comedia negra y el terror psicológico -que le valió el Oscar a Mejor Guion Original en 2017-. Ahora, es su profundo conocimiento de las mecánicas de la Home Invasion clásica, lo que sustenta una fábula expuesta en términos suficientemente difusos como para que el espectador proyecte sobre ella sus inquietudes más profundas.

En apenas dos años, el progreso en términos de consistencia de su cine ha dado un salto considerable. Nosotros demuestra una profusa perspicacia en su lectura formal. Un tempo medidísimo, un montaje de nervio sin temblores ni desmanes y una puesta en escena inquietante por aparentemente ordinaria convierten el film en un relato de terror increíblemente entretenido. Pero no por ello uno que descuide esa esencia dramática que convierte lo ameno en lo trascendente.

Una metáfora social no moralizante

La habilidad de Peele puede rastrearse en muchos ámbitos distintos. En el manejo constante del tono -que vuelve a jugar con incomodísimas carcajadas-, en su comprensión de la presencia de lo sobrenatural en lo cotidiano, en su dirección de actores -no hay un solo papel que no ofrezca el máximo-, incluso en su concepción musical de dramatismo -con clímax a ritmo de I Got 5 on It de Luniz bailado a pasos de ballet-.

Pero posiblemente, lo más fascinante de Nosotros sea que su alcance metafórico es permeable a la mirada hasta tal punto que se torna radicalmente democrática. En ella podemos volcar más o menos el discurso que queramos: podemos proyectar nuestras inquietudes de raza, clase o género y aún así, el film podrá decirnos algo al respecto.

Nosotros arranca con un texto descriptivo que nos explica que en Estados Unidos existen centenares de túneles subterráneos abandonados. Que nadie sabe muy bien qué ocurre en ellos, pero que vertebran todo el país a base de líneas de tren abandonadas o antiguas explotaciones mineras.

Partiendo de este apunte, aunque no se subraye en ningún momento, el espectador puede leer la película como una espeluznante alegoría sobre la lucha de clases. Las diferencias entre los de abajo y los de arriba. El proceso de hartazgo de los que nunca tuvieron las mismas oportunidades de tener la vida que otros malgastan con descaro.

Por otra parte, el retrato de dos vecinos y viejos amigos de la familia Wilson -interpretados por Elisabeth Moss y Tim Heidecker-, facilita una lectura racial en tono de sátira. Y tanto su ambientación actual como su acercamiento constante a la utilización de nuevas tecnologías, ofrece una distraída reflexión sobre la alteridad en la era de Internet. Ese desfase tan contemporáneo entre lo que somos y lo que decimos ser.

Pero no ahí no queda la cosa. El retorno constante al pasado de Adelaide y sus traumas familiares añade otra capa de hondura. Una que reflexiona sobre los actos propios y los hechos sobrevenidos que nos convierten en lo que somos.

Una lectura que bien podría referirse al pasado de los propios Estados Unidos y el resurgir actual de conflictos que se pensaban superados. De ahí que, cuando los Wilson pregunten a esas personas tan parecidas a ellos qué son exactamente, contesten: “somos americanos”. Y también de ahí el juego de significados del título original, cuyo matiz se pierde en castellano -en la versión internacional, la película se llama US, siglas de United States-.

En esencia, Jordan Peele no explota nada más que algo tan eterno como el miedo al otro. Solo que esta vez, el otro es la imagen de nosotros mismos que habita al otro lado del espejo. Es lo que queremos ser, lo que somos o lo que nunca pudimos ser. Y no hay nada que de más miedo que mirarse en el espejo y, un día, no reconocerse.