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Peter Bogdanovich, el gran amante del cine dentro del cine

Peter Bogdanovich en el estreno de su comedia 'woodyallenesca' 'Enredos en Broadway', de 2014

Elena Cabrera

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Como teórico del cine que fue, como crítico destacable, Peter Bogdanovich no pudo evitar el impulso de levantarse de la butaca y traspasar la pantalla. Por eso, no es de extrañar que sus primeras películas incluyeran una reflexión de la propia experiencia cinematográfica. En su primer filme, cuyo guion también firma, El héroe anda suelto (1968), el propio Bogdanovich interpreta a un joven y ambicioso director de cine que quiere convencer a un viejo actor para que interprete un último y memorable papel de despedida de su carrera. Este personaje está encarnado por el, de hecho, mítico y abundante actor del cine de terror de los años 30 Boris Karloff, indisolublemente unido a su interpretación de Frankenstein. Cuando, en la película, el director acude a la casa del actor para convencerle de aceptar el papel, este está viendo en la televisión El código criminal, una película de Howard Hawks que el propio Karloff interpretó en 1930. En la secuencia, el espectador puede ver al Karloff joven en blanco y negro, seguido del Karloff maduro en color: una pantalla dentro de otra pantalla. “Soy una pieza de museo”, dice Karloff. “[Hawks] sí que sabe contar una historia. Ya se han hecho las mejores películas”, afirma, sincero y borracho, el personaje de Bogdanovich. Este director de padre serbio y madre austriaca, apasionado de Hawks, acababa de dirigir para televisión un documental con una entrevista en profundidad al director de La fiera de mi niña o Luna nueva. Tal y como se predice en la película, esta será una de las últimas de Boris Karloff, que moriría al año siguiente.

Este arranque tan metacinematográfico marca la carrera del estadounidense Peter Bogdanovich, nacido en 1939 y fallecido este 6 de enero a los 82 años, en su casa y de causas naturales, según informó su hija Antonia, periodista y también cineasta. Las críticas a su primera obra fueron buenas, lo que le dio la seguridad para enfrentarse a una segunda, mucho más ambiciosa, donde reaparece la importancia del cine en los jóvenes. Bogdanovich tiene 31 años y escribe y dirige una historia que transcurre al principio de los años 50, la rueda en blanco y negro y elige para los papeles protagonistas a unos todavía desconocidos y jovencísimos Cybill Shepherd y Jeff Bridges. La última película (1971) le trae al director una lluvia de seis nominaciones a los Oscar pero solo dos premios, para sendos trabajos de soporte actoral. Lo que sí se le concedió fue el Bafta al mejor guion. La historia sucede en Texas y recoge de una manera áspera el espíritu juvenil posterior a la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, el deseo de prosperar, de salir del pueblo, de ser alguien, por los medios que sea. Veinte años después, Bogdanovich vuelve a intercalar vida y cine, como ahora es mucho más habitual, recogiendo a los mismos personajes para mostrar cuánto han cambiado. Así es como Shepherd y Bridges vuelven a encontrarse en 1990 en Texasville. Algunos de aquellos jóvenes, como era de esperar, se habían quedado atascados en el pueblo. Con más tintes de la comedia que Bogdanovich cultivó en las décadas anteriores que del drama de La última película, la secuela no contó, ni de lejos, con el reconocimiento de la original.

Las películas que el director firmó al principio de los años 70 le insertaron dentro de la escena conocida como Nuevo Hollywood, una resaca de los movimientos del 68 y el aliento contracultural en el que lo que podría haberse quedado un cine independiente, logró conquistar un público masivo. Es un momento en el que los realizadores imponen su sello autoral frente al producto de estudio hollywoodiense. Ahí surge el Easy Rider (1969) de Dennis Hopper, el Grupo salvaje (1969) de Sam Peckinpah, el Chinatown (1974) de Roman Polanski o El Padrino (1972) de Coppola.

La sombra de la influencia de la comedia alocada de Howard Hawks le llevó a centrarse en este género y lo actualizó, a su manera y en color, con ¿Qué me pasa, doctor? (1972), protagonizada por unos divertidos Barbra Streisand y Ryan O'Neil, encarnando ella a un personaje atolondrado y él a uno despistado, lo cual da lugar a un sinfín de confusiones y enredos, con persecuciones por San Francisco que acaban con coches y policías cayendo al agua. La película fue un éxito en taquilla. Otro gran ejemplo de comedia alocada bognadovichiana la rodó en 1992, Qué ruina de función, con Michael Caine.

Al año siguiente, O'Neil y Bogdanovich vuelven a crear equipo rodando la otra gran película del director, Luna de papel, donde continúan los guiños al cine y los cruces con la realidad pues el cineasta rueda en blanco y negro —bellamente fotografiada por László Kovács— un homenaje al cine mudo de humor de los años 20, un tributo que volverá con el reciente documental El gran Buster (2018) que contiene entrevistas y metraje original sobre el pionero Buster Keaton. La trama de Luna de papel sucede en la década de los 30, durante la Gran Depresión, y está interpretada por Ryan O'Neil y su hija Tatum, también padre e hija, aunque a él le cueste reconocerlo en la película, encarnando a una pareja de pillos. Tatum O'Neil tiene en ese momento 10 años y consigue el premio Oscar a la mejor actriz de reparto. Al conocer el fallecimiento del director, Ryan O'Neil, que ahora tiene 80 años, publicó en su cuenta de Instagram una fotografía durante el rodaje de ¿Qué me pasa, doctor? y escribió que “Peter” fue su “inspiración a lo largo de los años”.

Bogdanovich quería hacerlo todo: escribir, dirigir y actuar, aunque decidió centrarse en la dirección porque sentía que, desde ese lugar, podía “hacerlo todo”. No obstante, el aplomo que transmitía su rostro maduro de mirada asimétrica y peculiares facciones, complementadas por unas rotundas y características gafas de pasta, le convertía en un intérprete singular, imprimiendo carisma a personajes como el psiquiatra de la terapeuta de Tony Soprano en la serie de televisión de David Chase. Apareció en 15 capítulos y dirigió uno en un momento —la primera década de los 2000— en el que él también admitió que las series de televisión estaban dando mejores oportunidades actorales que las películas.

Aquel personaje del joven Bogdanovich que interpretaba un trasunto de sí mismo en El héroe anda suelto y que admiraba más el cine antiguo que el actual, reaparecía una y otra vez, como en la edición de 2016 del festival Bafici de Buenos Aires, cuando dijo ante la prensa que la mayoría de las películas que se hacen en la actualidad “son una mierda” porque el elemento humano ha sido sustituido por explosiones, superhéroes y “un montón de gente muriendo”. Calificó la industria hollywoodiense contemporánea de “bastante mala” y criticó lo que denominó “esnobismo a la inversa”, es decir, el complejo de un director de cine por hacer buen cine capaz de triunfar en taquilla, como le sucedió a su generación del Nuevo Hollywood.

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