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Mónica Zas Marcos

19 de julio de 2022 22:30 h

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Es un martes por la tarde de principios de julio. El calor aprieta pero todavía no asfixia en una glorieta del centro de Madrid, por eso Mercedes y sus amigas permiten cubrirse los hombros con un bonito pañuelo a juego con su indumentaria. “Yo sí que me arreglo más para venir a la ópera que para ver una película”, reconoce la primera, la más dicharachera de las seis. El grupo, que oscila entre “los 70 largos y los 80 cortos”, son parroquianas de los Cines Embajadores, sobre todo de sus sesiones de ballet y ópera. El último estreno que vieron fue Cinco lobitos, pero no se pierden una representación de Coppelia, como la que ese día se proyecta en diferido desde el Ballet ruso Bolshoi.

Alrededor de 150 cines de toda España ofrecen grabaciones y directos desde los teatros más reputados. Las primeras tienen su público, pero los segundos son eventos con pompa y ceremonia, dignos de marcar en rojo en el calendario. A primera vista, parecen lo mismo: una sala, una pantalla y, en lugar de Santiago Segura o Thor, tras el fundido a negro aparece una orquesta y un cuerpo de ballet o cantantes. La letra pequeña del cartel es la que desvela que los directos tienen algo especial: la copita de cava de bienvenida y en la pausa, los nervios antes de comenzar y la etiqueta. No es el Teatro Real, pero hay quien reserva marcas, adornos y camisas para la ocasión.

Por eso, en los directos es poco probable encontrar a grupos como el de Teresa. Son los primeros en abandonar la sala tras el tercer acto de Coppelia y sus caras lo dicen todo. Están allí por casualidad. “Hemos venido porque le cogimos entradas a mi abuela y tiene COVID”, cuenta junto a su hermana y un amigo, todos entre 20 y 25 años. “Me lo imaginaba peor, pero se hace un poco largo”, opina con vergüenza el chaval. No volverían, pero entienden que la sala esté a reventar de gente de la edad de su abuela porque es “una opción mucho más barata y cómoda cuando te gusta el ballet”. Este, en concreto, ha costado 9 euros.

Para verlo tan nítido en un teatro, tienes que dejarte un pastón y ponerte esos prismáticos incomodísimos

Nieves, 64 años Espectadora

El público: mujer, más de 60 y 'opera lover'

¿Quién va al cine para ver ópera? La respuesta intuitiva es quien no pueda permitirse un abono en los grandes teatros, casi todos afincados en las capitales. Pero lo cierto es que el ambiente es heterogéneo. Juan y su mujer, de 60 años ambos, van desde que empezaron a aficionarse al género en los Cines Paz. Reconocen que la ópera tradicional no la frecuentan, pero no se pierden ni un lanzamiento en el cine. En cambio, es la primera vez de Nieves, que hacía tres décadas que no pisaba nada relacionado con el género de la ópera y sale satisfecha.

Pilar y María, amigas de Mercedes, son de las que tienen también abono mensual del Teatro Real. De hecho, van a empalmar Coppelia con Nabucco dos días después. Pero reconocen que el plan del Cine Embajadores les permite reunir a un grupo más grande y tomarse algo a la salida todas juntas. “El dinero es importante”, dice una de ellas. “Para verlo así de nítido en un teatro, tienes que dejarte un pastón y además ponerte esos prismáticos incomodísimos”, compara Nieves.



La ópera y el ballet, pero en especial la ópera, son considerados entretenimientos de la clase pudiente. Y no solo es una percepción. En la encuesta de hábitos culturales del Ministerio de Cultura, la tercera razón esgrimida para no ir a la ópera (por detrás de la falta de interés y de tiempo) es la del dinero. Pero, ¿cuánto de eso es cierto? Ir a ver Nabucco en el Teatro Real cuesta desde 86 a 316 euros y la nueva temporada en el Liceu de Barcelona alcanza los 298. También hay opciones low-cost por 9 o 16 euros, pero casi siempre ofertan los peores ángulos del auditorio.

El cine es un placer más democrático. No todos los asientos son iguales, pero cuestan lo mismo y conceden más o menos la misma visional. El precio no dista del de cualquier estreno de la taquilla (de 8 a 10 euros), a no ser que se prefiera un directo con copita de cava, que entonces asciende a los 20. Pero además tiene otra ventaja. “Como mucho puedes ir una vez al año la Royal Opera House de Londres y aquí tienes a tu disposición toda su programación”, destaca César Sanz, encargado de la óperas y el ballet del Cine Embajadores. Resume las ventajas en dos: accesibilidad y asequibilidad.

Salas y distribuidoras: mecenas operísticos

En 2006, la Metropolitan Opera de Nueva York inauguró una serie de funciones en vivo retransmitidas en ciertos cines, aquellos que tuvieran un equipo HD adaptado para la ocasión. El prestigioso teatro estadounidense ha sido un pionero a la hora de acercar la alta cultura a las masas y sus intentos se remontan a 1910, cuando empezó a retransmitir por radio fragmentos de las óperas Tosca y Pagliacci. Tres años después se extendieron por Europa, sobre todo en Reino Unido, Francia y Alemania. En España llegaron sobre 2014, según recuerdan los encargados.

Como mucho puedes ir una vez al año la Royal Opera House de Londres y aquí tienes a tu disposición toda su programación

César Sanz Encargado de los directos de ópera en el Cine Embajadores

Distribuir y exponer ópera en un cine no es un negocio boyante. “Nuestra filosofía es la de un cine de barrio al que la gente venga andando y con la que podamos desarrollar un trato personal”, recuerda César, de Cines Embajadores. Al haber nacido en plena pandemia, su riesgo era doble. Por eso decidieron ofertar cosas distintas a las del resto de la capital, como sesiones “teta” para madres con sus bebés, horarios para gente con trastorno autista o maratones de cine clásico. “Es importante diversificar y nos interesaba mucho la ópera porque ya había funcionado en otros cines”, dice el encargado.

Exhibir un directo desde la Royal Opera House no tiene nada que ver con otra proyección. “Me encargo de que la señal que llega por el satélite entre a la sala y se escuche bien. Pero es lo que hay. No controlas el inicio, ni las pausas. Genera más estrés”, describe. Los famosos “nervios del directo” se contagian un poco desde Londres, en especial para César. “Pero la gente responde muy bien”, dice satisfecho.

También reconoce que los que acuden es porque tienen un interés genuino en el género y muchas veces no es suficiente para llenar las salas. Ellos han encontrado un nicho de mercado, pero hay otros que lo sufren más. El mismo día que el Embajadores llena su sala con Coppelia, los de los cines Paz y el Palacio de Hielo están vacíos con la misma obra. “No es un negocio para sacar mucho dinero y no es posible que en un pase recuperes toda la inversión”, admite Marina Bladé, encargada de “eventos” de A Contracorriente Films, una de las dos distribuidoras que reparten este tipo de contenido en nuestro país.

“Nuestra selección responde a un criterio editorial en el que procuramos que los títulos sean conocidos pero nuevos, grabados como tarde el año anterior, y que tengan un cast reconocido”, cuenta la jefa de este departamento. Respecto a la compra de estas películas operísticas, “las condiciones son muy diferentes”. “En un estreno comercial tienes que dar un anticipo muy grande y aquí tenemos un único pase para sacarle rendimiento. Necesitamos que un solo día vaya todo el mundo”, dice sobre su principal reto. Es muy difícil acceder a los datos de taquilla que tienen estas cintas, puesto que no reciben calificación del ICAA. “Donde más triunfa este negocio es en Inglaterra y Francia, pero en España la audiencia es más baja”, reconoce Bladé.

Tenemos un único pase para sacarle rendimiento y necesitamos que un solo día vaya todo el mundo

Marina Bladé Responsable de "eventos" en A Contracorriente Films

Las cifras de Reino Unido y Francia cuadruplican a las españolas. “Las de Suiza también, pero porque la entrada del cine es mucho más cara y con 20 personas lo amortizan”, explica la portavoz de A Contracorriente. “El renombre de los teatros hace mucho”, reconoce Marina, y por eso ella intenta que sus compras procedan de la Royal Opera House o la Opera de París. El MET lo lleva la competencia: la cadena Yelmo. De hecho, muchas representaciones del Metropolitan y del Royal se encuentran entre los lanzamientos musicales más taquilleros a nivel mundial.¿Puede tener alguna razón cultural?



Mientras que la Royal Opera House, por ejemplo, opera con una tasa de ocupación del 96% y vende el 39% de sus boletos a personas de 40 años o menos, la ópera en España en números absolutos tiene peor acogida. Solo un 3,3% de la población asistió entre 2018 y 2019 . El target, al igual que ocurre con las retransmisiones en cine, son mujeres de 65 a 74 años, seguidas por la franja de 55 a 64. Pero con la pandemia, como alerta Marina Bladé, “muchos se han replegado a sus casas”. Eso ha obligado a los teatros tradicionales a ponerse las pilas con el streaming y en ocasiones a competir con las propias salas.

Teatros, los últimos en ir a la última

Hace apenas unos días, el Teatro Real exhibió en directo sobre su fachada Nabucco, su principal ópera de la temporada. Esta iniciativa vio la luz por primera vez en 2017 y, a modo cine de verano, se proyecta en plazas, ayuntamientos, auditorios, museos y centros culturales de toda España de forma libre y gratuita. El teatro también cuenta con su propia plataforma de vídeo MyOperaPlayer, donde emite en directo gran parte de sus títulos y ofrece en su catálogo espectáculos procedentes de casi 50 teatros y auditorios de todo el mundo.

“Los teatros se espabilaron con la pandemia para crear sus propias plataformas. De hecho, el Liceu de Barcelona ha dejado de trabajar con exhibidores y distribuidores. Se han desumado”, señala Marina Bladé, de A Contracorriente Films. “No habíamos avanzado lo suficiente en el ámbito audiovisual y tenía sentido una plataforma específica del Liceu”, justifica por su parte el director general del gran auditorio barcelonés, Valentí Oviedo.

El opera lover tiene ganas de compartir con otros opera lovers si ese do quinto de la soprano ha salido bien o no ha salido bien

Valentí Oviedo Director general del Liceu de Barcelona

La suscripción al Liceu + Live cuesta entre 40 y 60 euros e incluye cinco de las nueve óperas que estrena el teatro en su temporada. “Hacemos el streaming en directo, que lleva asociado un chat live y tenemos un chat master en el que el abonado va comentando las cosas que suceden en la ópera. El opera lover tiene ganas de compartir con otros opera lovers si ese do quinto de la soprano ha salido bien o no ha salido bien”, explica Oviedo. También tienen opción multicámara, “para ver el foso, el cuerpo de baile o a los solistas”, y un “detrás de las cámaras” en los camerinos o en los ensayos, donde un presentador entrevista a bailarines o cantantes. Un extra que también se ofrece en los cines.

Una de las razones que esgrimen los españoles para no visitar la ópera es que están lejos de de su lugar de residencia. Por eso, el director general comenta que la plataforma Liceu + Live ha nacido con dos ideas claras: que la brecha territorial no sea también una brecha cultural y educativa, y que las óperas del teatro catalán se internacionalicen igual que aquí lo han hecho las de Nueva York, Moscú o París: “Alguien que vive en Plasencia, Soria y Benicássim debe tener el mismo acceso a la ópera que una persona de Madrid o Barcelona”.



Natalia Camacho, directora de producción audiovisual del Teatro Real, cree que el streaming “es una de las principales herramientas para generar nuevas audiencias, tanto de públicos que por distancia geográfica no puedan desplazarse a Madrid, como porque los soportes de difusión como las redes sociales y, en menor medida, los cines, son muy asequibles para los públicos jóvenes”. Pero ¿es el opera lover el mismo que acude a un cine a ver Coppelia? ¿O la apuesta por el streaming es un bote salvavidas para los teatros a costa de perder a su público de siempre?

“Son dos experiencias distintas: en un espectáculo en vivo el público vibra con los artistas, con la atmósfera, con el momento, con una obra que vive, termina y no vuelve. Puede ser una emoción extraordinaria. Y ver un espectáculo con realización audiovisual permite descubrir muchos detalles que se escapan cuando estamos en una butaca en la sala”, dice destacando el confort, la intimidad y la compañía que aporta verlo desde casa. Valentí Oviedo opina lo mismo. “Yo a lo que aspiro es que alguien, después de ver una obra en nuestra plataforma, quiera venir a vivir la experiencia en vivo, porque es indefectible”, apunta.

El cine, ¿un anzuelo para nuevas audiencias?

La ópera en el cine no ha sido siempre una estrategia tan popular. Cuando comenzó, alrededor de 2010, se encontró con reacciones furibundas desde el sector tradicional, como la Ópera Nacional Inglesa. Más recientemente, en 2016, la estrella del género Renee Fleming afirmó en el diario Telegraph que los streaming terminarían “matando” a la ópera en vivo. También los portavoces del Teatro Real y del Liceu se cuidan de ensalzar demasiado la experiencia en casa o en el cine para no ponerla a competir con la del directo.

“Es interesante los zoom y los recursos audiovisuales que te acercan a la cara del cantante o a los pies de la bailarina, porque en el teatro tienes que ir a los consabidos impertinentes, y aquí te lo hace el cámara”, opina Mercedes Cebrián, escritora, pianista y defensora de la música clásica en todos sus formatos. “Yo considero que la ópera en el cine no es ópera, es otro concepto. Tampoco creo que sea 'ópera para pobres'. Te da una serie de pluses que compensan las cosas que faltan del directo”, dice.

Yo considero que la ópera en el cine no es ópera, es otro concepto. Tampoco creo que sea 'ópera para pobres'

Mercedes Cebrián Escritora y divulgadora de música clásica

En su opinión, la experiencia en vivo es “insustituible”. Pero destaca que una de las ventajas del cine es que se puede comer y beber mientras tanto. “Asocio el placer de ciertas artes a placeres alimenticios. El ritual del teatro tiene una cosa anticuada pero bonita como de vivir en otra época. Es un acto muy burgués. Pero en el cine es más relajado”, compara. No cree que el público del audiovisual vaya a caer en el embrujo del directo porque son dos actividades muy distintas. “Hay gente que no se siente cómoda con el circo del teatro o que no quieren pagar por una superentrada para ver la ópera en condiciones”, matiza.

Según su último informe anual, la Royal Opera House vendió un total de 390.000 entradas de teatro tanto para ópera como para ballet en el ejercicio de 2019-2020, y medio millón para proyecciones en 477 salas del mundo. ¿Y si el cine tiene su propio público? “La gente sale maravillada de ver esto. Es una experiencia diferente y brutal”, destaca Bladé. Al final, como dice Valentí Oviedo, “todos caminamos hacia una misma dirección: atraer a más y más gente al género de la ópera”.

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