'Robot Dreams', la joya que demuestra que la animación puede ser muda y no solo para niños
El monopolio casi total de la animación por parte de Disney desde hace 100 años ha creado máximas escritas en piedra que parecen imposibles de eliminar. Una de ellas es que la animación es para niños. Da igual que haya ejemplos como los de Marjane Satrapi en Persépolis; Ari Folman en Vals con Bashir o incluso Robert Zemeckis con aquella hiperrealista y violenta Beowulf; en el imaginario los dibujos son cosa de niños.
El cine de animación se ha convertido, de forma injusta, en un género, en lugar de ser considerado como lo que es, una técnica para contar todo tipo de historias. Lo reivindicaba en los pasados Oscar el director Guillermo del Toro, que ganó con su versión de Pinocho ambientada en la Italia fascista de Mussolini. Lo reivindica también con fuerza el cine español, que en 2023 ha estrenado tres obras que dejan claro que la animación es mucho más que una forma de contar cuentos con moraleja, de hablar de princesas y cantar canciones.
Fernando Trueba hace años marcaba un antes y un después en nuestra industria con Chico y Rita, que fue nominada al Oscar a la Mejor película de animación. Este año lo ha vuelto a hacer con la excelente Dispararon al pianista, documental animado sobre la figura de Tenorio Jr, músico asesinado por la dictadura argentina. También la artista Isabel Herguera, que en su debut en el largo, El sueño de la sultana, fantasea con una utopía feminista donde caben Mary Beard y Paul B. Preciado.
Para completar la terna se estrena ahora Robot Dreams, la joya que ha dirigido Pablo Berger y que desde su paso por el Festival de Cannes no para de conquistar a todo el mundo. Ganó premio en Annecy (el Festival de animación más importante del mundo) y fue adquirida por Neon, la distribuidora de Parásitos en EEUU que también logró que otro filme animado, Flee, llegara a los Oscar, donde ahora mismo tienen puesta la mirada. También en los premios del cine europeo, donde este sábado puede lograr el premio al mejor filme animado del año.
De momento en los Goya la sensación ha sido agridulce. Robot Dreams ha logrado ser reconocida en alguna categoría más que la de animación, como banda sonora, montaje o guion adaptado, pero sigue sin lograr llegar a las categorías reinas (dirección y película). Parece que a los académicos les cuesta entender que en estas películas hay encargados del sonido o del diseño de arte (del que se encarga el ilustrador José Luis Ágreda) cuyos trabajos son igual de importantes y laboriosos que los que se hacen en las películas de acción real. Pocas horas antes de conocer las nominaciones, Berger admitía que a él le “encantaría romper ese techo”.
Hay un techo de cristal que está presente. Si pensamos en los premios Goya, a día de hoy no ha habido nunca una película de animación que haya estado nominada a mejor película
Finalmente lo rompió solo un poco, pero también era consciente de la complicación. “Hay un techo de cristal que está presente. No solamente hay un prejuicio público que piensa que el cine de animación es infantil. Si pensamos en los premios Goya, a día de hoy no ha habido nunca una película de animación que haya estado nominada a mejor película. Y puede estar. En mi equipo hay gente que trabaja habitualmente en el cine de imagen real, como Fernando Franco, el montador, que es su primera película de animación y dice que es la más compleja en la que ha estado involucrado; o la diseñadora de sonido Fabiola Ordoño, que ganó un Goya por As bestas y dice que es su película sonora más compleja, pero parece que si haces una película de animación solamente puede estar nominada a mejor película de animación”, decía casi anticipándose a la realidad.
Para introducir un elemento más, Robot Dreams es una película muda, lo cual no impide que emocione y sea tan elocuente como si tuviera cientos de líneas de diálogos. La historia de amor (o amistad) de Perro y Robot es tierna y emocionante. Un filme sobre la pérdida en el Nueva York de los 80 con el September de Earth, Wind and Fire como banda sonora y leit motiv de sus personajes. No es la primera vez que se atreve con el cine mudo, él fue quien convirtió Blancanieves en un cuento en blanco y negro en la España cañí.
Fue, de hecho, ese elemento lo que le atrajo de la novela gráfica de Sara Varon en la que se basa. “La leí en 2010 y la compré por una razón muy sencilla. Yo colecciono novelas gráficas que no tienen bocadillos, que se explican solo con dibujos, y al leer esta se convirtió en una de mis favoritas. Me divirtió, me gustó el estilo, me pareció sorprendente, divertida, emocionante, pero la volví a colocar en mi balda de novelas gráficas. Hice Blancanieves, hice Abracadabra, y en ese ese periodo que tenemos siempre los directores, cuando acabamos una película, la promoción, que estamos procrastinando y pensamos si tenemos algún guion o alguna idea, volví a ojearla y esa vez me tocó de una manera muy profunda. Se me saltaron las lágrimas con el final. Además, vi también cómo la podía hacer mía de alguna manera, para hacerla tocar temas que a mí me interesaban y convertirla en película”, dice del origen de Robot Dreams.
A pesar de su amor por las novelas gráficas, Berger nunca había pensado en dirigir una película de animación “ni remotamente”, pero ahí que saltó sin dudarlo. “Soy muy inconsciente. En ese sentido digo que siempre he hecho cosas que a lo mejor no debía hacer. Por ejemplo, con mi primer corto, Mamá, gané el Festival de Alcalá de Henares y me propusieron hacer largometrajes en España, pero pensaba que no estaba preparado y que quería estudiar cine, así que me fui a Nueva York. Luego en Nueva York me formé, pasé una década, y en vez de quedarme en EEUU y hacer mi primera película, cuando ya había participado en todo el sistema y conocía el tema de los agentes, los representantes, y tenía mis contactos, me vine a España… Pero no lo he hecho pensando que estaba haciendo algo fuera de normal, sino porque tenía otro medio para contar historias que me abría un abanico de posibilidades como contador de historias”, zanja.
Berger mira con optimismo al futuro de la animación en España, donde hay trabajo y los proyectos empiezan a llegar con más asiduidad, pero los largos tiempos de producción de un filme animado, donde su creación puede alargarse durante años hace que “haya muchos directores de imagen real que de alguna manera les asuste o que no tengan la paciencia o incluso también la técnica”. En su caso crearon un estudio de animación desde cero para hacer Robot Dreams, compraron las máquinas, el software, pero al acabar “para la productora, Arcadia, era difícil encontrar otro proyecto para darle continuidad a su estudio y se tuvo que desmantelar”. La solución pasa por “la educación” para formar animadores en España, porque “si no hay animadores no podemos tener una producción constante”.
Más que como un cambio de rumbo, esta experiencia en la animación la ha vivido como “una especie de remate” de algo que ya venía “gestionando de película a película”. “Es algo que tiene que ver con que el director no tiene que tener respuestas para todo, que el director tiene que escuchar a su equipo, pero que es su responsabilidad tomar la última decisión”, dice. “En la animación te puedes permitir decir que no sabes algo. Que no sabes todavía cómo enfrentarte a ese problema. Puedes decir, ‘te lo digo mañana, déjamelo pensar’, o ‘¿por qué no probamos eso?’. Y eso es algo maravilloso que en imagen real es imposible”. El resultado es que tiene claro que si ahora hace una película de imagen real se siente “más preparado para hacerla”.
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