“Escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”, afirmaba aquella famosa frase atribuida, entre otros, a Frank Zappa, Elvis Costello y Laurie Anderson. La ingeniosa sentencia, supuestamente ingeniosa, pretendía cuestionar la validez de la reflexión escrita referida a una expresión artística. ¿La música solo se puede disfrutar desde el estricto formato musical? Tremenda idiotez. Algunos textos sobre música han sido tan o más reveladores que la música que los inspiró. Y Segundo premio es la cinematográfica constatación de ello, una película basada en la vida y obra de Los Planetas que, como toda expresión artística que se precie de serlo, impulsa el objeto de su análisis más allá de sus confines.
En una época en que los documentales y biopics musicales se han convertido en herramientas promocionales para relanzar trayectorias o afianzar el relato que más interesa al artista, Segundo premio esquiva toda utilidad en pos de una obra autónoma. Segundo premio no reivindica nada, no glorifica a nadie. Es un logro en sí mismo. En este sentido, la decisión más valiente es conceder al personaje de May, la bajista que saltó del barco antes de grabar el tercer disco de Los Planetas, un rol central en la narración. Desde la barrera, su perspectiva desapegada es la toma de tierra que impide a Segundo premio ser la enésima película de rock y drogas. May es la brújula externa que le permite avanzar el relato con soltura, el contrapeso psicológico que escarba en los remordimientos de grandeza de Jota. Solo por esa decisión, la cinta que firman Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez marca un osado punto y aparte frente a tanto biopic interesado.
En cierto modo, Segundo premio nace de un proceso de creación tan o más dificultoso que el que atravesó la grabación de Una semana en el motor de un autobús. En ese sentido, película y disco parecen alimentarse de una energía similar: la tenacidad. Sí, ambas salen adelante como buenamente pueden. Son obras que disimulan perfectamente sus momentos de flaqueza gracias a un acabado imponente y cautivador. Y, probablemente, sea así porque, del mismo modo que Una semana en el motor de un autobús se alimenta de una tensión entre Los Planetas y su discográfica, Segundo premio se nutre de la colisión entre lo que Los Planetas hubiesen querido y la película que los cineastas deseaban filmar. Como el disco, la película también exhibe una desobediencia deliberada.
El sonido de cristales rompiéndose
Hay una espléndida escena en Segundo premio que resume en su rotundo delirio lo que tantos cronistas musicales han intentado expresar por escrito sobre Los Planetas. El grupo está actuando en una sala de Granada. Esa noche Florent no anda muy fino, pero su forma de tocar la guitarra encarama las canciones por vertiginosas cuestas ruidistas. Jota percibe el seísmo sonoro. El suelo empieza a temblar. La electricidad se les va de las manos y cobra vida propia. Las lámparas de la sala se balancean. Si cayeran podrían aplastar al público. En esa época, el directo de Los Planetas era un accidente tras otro. Y, de repente, todo estalla en pedazos. Eso y nada más es el grupo en 1997: alucinación y catástrofe.
Los más planetólogos del lugar encontrarán detalles puntuales en el guion que le chirrían. En una reunión con la discográfica, por ejemplo, se lamenta que el segundo disco del grupo no cumpliese las expectativas comerciales al tratarse de un disco demasiado experimental o psicodélico, cuando aquella fue su grabación más pop; no en vano, se tituló Pop. En cambio, nadie podrá poner pegas a la labor actoral. Las interpretaciones de El Cantante, El Guitarrista, La Bajista y El Batería son exageradamente creíbles. La dicción, los dejes, el lenguaje corporal y hasta la manera de tocar los instrumentos, especialmente en el caso de Erik y Florent, están entalladas a la perfección. Muchas cintas biográficas tienen ahí su principal talón de Aquiles. En Segundo premio esa es su gran baza.
Más allá de alguna escena de bar y de furgoneta al más puro estilo Casi famosos, el único aspecto que resta veracidad a la trama son las escenas de ensayos de la banda. Y no por culpa de los actores, sino por cómo ecualiza la música. En un local de ensayo es donde peor suena un grupo. Muy a menudo, la voz del cantante es inaudible debido al estruendo de guitarras y la batería. Pero en las escenas de Segundo premio, la voz de Jota suena extrañamente clara y comprensible. Y, por si fuera poco, se subtitulan algunas letras para que el espectador no pierda detalle de lo que canta. Ahí la película traiciona una de las verdades más universales e indiscutibles de Los Planetas: si quieres entender sus canciones, necesitas un buen traductor Jota-Castellano. Segundo premio está dando masticada una información que en su día era escurridiza e inasible.
La verdad está en la ficción
El estreno de Segundo premio coincide estos días con la gira de trigésimo aniversario de Super 8, el debut de Los Planetas. Mientras los conciertos del cuarteto granadino son, básicamente, Los Planetas girando sobre sí mismos en una órbita concéntrica que regurgita canciones de 1994 sin mayor intención que la de rememorar gestas ya conocidas, el psicodélico biopic de Lacuesta y Rodríguez toma la leyenda de Los Planetas como punto de partida para redimensionar el legado del grupo. Ese es el gran mérito de Segundo premio: bailar sobre la arquitectura sonora de Los Planetas. “Yo la hubiese hecho de otra manera”, ha declarado Jota. Ahí hay otro gran mérito: la desobediencia creativa.
En la gira de aniversario de Super 8 solo aparecen Jota y Florent; sobre el escenario no está ni la sección rítmica que grabó aquel disco ni Erik Jiménez, el batería que respaldó sus álbumes y giras desde 1997. Por contra, en la película ni siquiera aparecen Jota o Florent. Y, sin embargo, los falsos Planetas de Segundo premio son más Planetas que Los Planetas de carne y hueso que ahora pasean Super 8 por los escenarios o Los Planetas que en 2013 celebraron el aniversario de Una semana en el motor de un autobús o Los Planetas que en 2018 salieron de gira respaldados nada menos que por una orquesta sinfónica.
Contra todo pronóstico, y distorsionando la realidad en pos de una ficción más expresiva y rotunda, Segundo premio es mucho más fiel que el propio grupo a todo lo que significaron Los Planetas en su día. Es más cercana a su espíritu original. Es épica. Es alucinada. Es vibrante. Es inexacta. Es libre. Es mareante. Es heroica. Es inconstante. Es instintiva. Es obstinada. Y es, incluso, una inspiración para quienes deseen filmar futuras biografías musicales y desmentir el manido tópico de que “escribir sobre música es como...” bla, bla, bla.