Crítica

Sexo, cirugía y arte: Cronenberg regresa a la nueva carne y dinamita Cannes

Cannes (Francia) —

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En 1983, con Videodrome, David Cronenberg acuña un término que pasa a la historia del cine: la nueva carne. Pone en palabras algo que estaba en su cine y que en ese momento se hace explícito al encontrar una forma de definir una de sus obsesiones. Los cuerpos humanos como algo obsoleto que deben evolucionar y fusionarse con tecnología o máquinas para crear un nuevo ser vivo adaptado al futuro. Esto se manifestaba incluso en la unión fetichista entre hombres y objetos, otra constante en su obra. El discurso final de Videodrome daba la bienvenida a la nueva carne como si de una religión se tratara.

En esa fundacional obra, James Woods evolucionaba y creaba un nuevo ser que mezclaba lo humano y el vídeo. Tenía, incluso, relaciones sexuales y fusionaba su mano con una pistola dando lugar a una nueva extremidad. También estaba la nueva carne en una de sus obras más celebradas, Crash, que mostraba a personas dominadas por una filia sexual que les apartaba de la sociedad: los accidentes de coche. El caos les excitaba y tenían relaciones tras chocar sus vehículos. También su cuerpo evolucionaba de alguna forma. Sus piernas se llenaban de cicatrices, hierros y tornillos por culpa de los accidentes.

La nueva carne a la que Cronenberg puso nombre regresó el año pasado con fuerza gracias a Titane, la película con la que Julia Ducournau conseguía algo que el director canadiense nunca había logrado: la Palma de Oro. Crash no pudo pasar del Premio Especial del Jurado, pero la directora francesa rompió esa barrera que hacía que el género no lograra premios en grandes festivales. Ducournau juntaba a una mujer y un coche dando vida a un nuevo cuerpo de titanio. De paso, reflexionaba sobre lo queer y el machismo en un filme radical y único.

Un año después es el propio Cronenberg quien regresa a su cine original, a esa nueva carne que hacía tiempo que no visitaba. Lo hace, además, en el mismo Festival de Cannes que nunca le ha dado una Palma de Oro. Su Crimes of the future era la película más esperada del certamen y no ha defraudado. Dividirá, dará que hablar, y todos querrán saber si es tan polémica como avisaban. Días antes del certamen se decía que su último tercio era tan bestia que la gente saldría de las salas. No es para tanto. Crimes of the future es mucho menos provocadora de lo que nos han vendido, pero eso no quita para que varias de sus imágenes sean tan potentes, radicales y diferentes a lo que solemos ver que hayan dinamitado el Festival de Cannes cuando todavía quedan varias jornadas para su final.

En Crimes of the future el director muestra una sociedad decadente, sucia y oscura en un futuro distópico que podría ser dentro de pocos años como dentro de décadas. No hay una referencia temporal concreta. Nos presenta un momento en el que los cuerpos han decidido evolucionar creando nuevos órganos y donde los Gobiernos tienen que controlar a todos aquellos que portan un nuevo órgano dentro de su cuerpo. Hay que mantener el orden. Contener el caos. Hay una metáfora clara en su película y en su punto de partida: la evolución como algo negativo y la nostalgia del pasado llevada hasta el extremo. La nostalgia es reaccionaria, nos dice Cronenberg en un filme más críptico y filosófico que provocador y que de fondo plantea cuestiones como el cambio climático.

El regreso del director a sus obsesiones le hace entregar también una de sus mejores películas en mucho tiempo. Ha perdido el factor sorpresa. Ya todos conocemos su universo y no es tan novedoso, pero eso no hace que sea menos atractivo. Crimes of the future es una película hipnótica tanto en lo temático como en lo visual. No puedes apartar la mirada de ella. Cronenberg te envuelve en una pesadilla tan hermosa como terrorífica llena de cuerpos deformes y mutados. Despliega una imaginería que bebe de los diseños del fallecido H. R. Giger, otro de los máximos exponentes de la nueva carne y conocido por haber creado los monstruos de las películas de Alien.

Esto sirve a Cronenberg para plantear al espectador varias reflexiones que nunca cierra ni de las que dicta sentencia. Lanza preguntas a la cara del espectador mientras sus imágenes tan bellas como terribles —un cuerpo lleno de orejas que baila al son de música techno— se suceden. En Crimes of the future se debate sobre el arte. En un mundo sin dolor —otra de las características de este futuro distópico— el hombre ha comenzado a utilizar su cuerpo como lienzo. Los locales se llenan de performances donde los artistas rajan su carne y enseñan sus heridas. Ya no hay sexo, sino que la cirugía es el nuevo sexo como dice Kristen Stewart en un momento del filme. Las prostitutas no practican relaciones en un callejón, sino que cortan pies con un cuchillo. El viejo sexo, como dice el protagonista, ya no interesa. Lo prohibido es lo que nos excita, y en una vida sin dolor nada más excitante que encontrarlo de alguna forma.

¿Debe el arte provocar?, ¿es el dolor la única forma de crear algo único y diferente? De eso habla este filme, y eso se plantean los protagonistas, Viggo Mortensen y Lea Seydoux, que gracias a una tecnología única extirpan los nuevos órganos en directo. ¿Y si esos órganos son una evolución natural del ser humano que estamos negando y que nos están negando para controlarnos? Cronenberg no deja de lado su peculiar humor negro, casi macabro. Sus cuerpos abiertos en canal le hacen jugar con el concepto de 'belleza interior'. Si la belleza está dentro, lo más bonito serán esos órganos que nos hacen diferentes y que incluso son premiados en una gala de premios clandestina con sus propias categorías.

Por supuesto que hay escenas que juegan con los límites del espectador, pero pocas comparadas con otras de sus propuestas. Esos cuerpos tajados y abiertos en canal se muestran como si fueran obras de arte y objetos eróticos y erotizantes. Hay hasta un cunnilingus a una tripa abierta en una escena que es puro Cronenberg. Crimes of the future es su vuelta a un cine que domina con mano maestra y que ahora lo hace con la madurez de un director que no tiene nada que demostrar. Ya no hace falta ser un provocador, de hecho, hasta consigue emocionar con una última escena bella y misteriosa en la que una lágrima en blanco y negro, grabada en una cámara de vídeo, es la puerta a un futuro desconocido y quizás mejor.