El Sinsajo contra el autoritarismo abstracto
Suzanne Collins cuenta en una entrevista cómo se le ocurrió la historia de Katniss: “Una noche estaba acostada en mi cama mirando la TV y haciendo zapping y vi en un canal un reality show y en otro una cobertura sobre la guerra. En un canal hay tres jóvenes compitiendo entre sí por no se qué cosa. En el otro hay jóvenes combatiendo en una guerra de verdad. Yo estaba muy cansada, por lo que de repente las líneas que separaban esas dos cosas comenzaron a difuminarse de manera inquietante”.
Así nació la saga de Los Juegos del hambre, entre programas de telerrealidad y guerras retransmitidas en directo. Esta saga adolescente, en sus libros y en sus películas, está repleta de mensajes políticos. Puede que sus planteamientos no tengan mucho de originales; sin embargo, sí hay en alguno de sus enfoques cierto grado de sofisticación.
El tercer y último libro de la saga se dividió en dos películas y ahora se estrena Sinsajo II, donde se desvelará si esta heroína convertida en símbolo de la revolución acaba por fin con el gobierno de la miseria. Todo comenzó con la protagonista ofreciéndose como voluntaria para luchar en Los Juegos del Hambre, un despiadado ritual televisado donde niños de entre 12 y 18 años, pertenecientes a los doce distritos en los que se divide una versión distópica de Estados Unidos llamada Panem, luchan a muerte. En un acto de sacrificio y valor Katniss gana los juegos desafiando de manera involuntaria al Capitolio, el gobierno despótico y salvaje que mantiene en el umbral de la pobreza a la mayoría de los habitantes.
Mujeres fuertes, hombres tranquilos
En una sociedad donde el Estado impone el hambre como un instrumento de dominación, donde los productores de alimentos no son los dueños de lo que producen y por tanto no pueden vivir de ellos, donde hasta la naturaleza está manipulada por el llamado Capitolio aparece Katniss Everdeen, una joven del distrito 12, el más pobre, donde los hombres trabajan en la mina y las mujeres mantienen los hogares. Sin embargo, Katniss adopta conductas que suelen atribuirse a la masculinidad, ella sale a cazar para alimentar a su familia, maneja perfectamente las armas, sobre todo el arco, es inteligente, valiente, audaz y demuestra una total destreza. En el New York Times Manohla Dargis definió a este personaje como una figura femenina que seguía el linaje de “arquetipos de la literatura y el cine del Oeste americano”, como los interpretados por John Wayne o Clint Eastwood.
Katniss tiene tantos rasgos femeninos como masculinos, igual que su enamorado Peeta, que aunque la supera en fuerza física, confía más en la no violencia y demuestra mucha más sensibilidad y empatía que ella. Katnis rompe con los estereotipos y se aleja de los códigos de género anticuados; es el reflejo de la teniente Ripley, de Sarah Connor o de Lara Croft. En la primera parte de Sinsajo aparece otra figura femenina de gran importancia para la historia, la presidenta Alma Coin, una fría y terriblemente carismática Julianne Moore, la líder de la rebelión que necesita usar al Sinsajo para alentar a las tropas. Ambas tienen un enemigo común, el actual regente de Panem, el presidente Snow. Y en esta última parte la tensión entre ambas crecerá de forma exponencial, como suele ocurrir entre líderes políticos e iconos revolucionarios. ¿No pasó algo así entre Fidel Castro y el Che?
¿Una revolución marxista o capitalista?
Donald Sutherland es el actor que interpreta a Snow y su visión política de la historia es interesante: “Quiero que Los juegos del Hambre inciten una revolución. Espero que se llegue a la acción para cambiar de forma drástica este país”. Sutherland se refiere a EE UU y a los ataques con drones, a las evasiones de impuestos, al racismo, a los cupones de alimentos…
El director de las tres últimas películas, Francis Lawrence, dice sentirse “cómodo con el trasfondo político marxista”, sin embargo Suzanne Collins nunca aclara en sus libros el lado político de los opresores. Cuando los protagonistas visitan el Capitolio hay un claro ambiente de capitalismo decadente, en las fiestas la gente vomita para poder volver a comer mientras que en el resto del país se mueren de hambre. Sin embargo, en el distrito 12, el de Katniss, la gente va a trabajar a las minas. ¿Y de quién son las minas? Pueden ser de una empresa privada o pueden ser del Estado. ¿Quién manda en las corporaciones? Se puede acusar a la autora de un ejercicio simplista, pero es justo por eso por lo que Los juegos del hambre tienen un valor universal. La izquierda puede reclamar la película con el mismo rigor que la extrema derecha. Katniss y la revolución luchan contra un autoritarismo abstracto.
El fin de la revolución
Los Juegos del Hambre y En llamas, las dos primeras partes de la saga, se centraban en la brutalidad de una lucha a muerte por la supervivencia retransmitida por televisión. Una clara referencia al pan y circo de la Antigua Roma. Igual que la obra maestra de Stanley Kubrick, Espartaco, está dividida en dos partes muy claras, la de los gladiadores y sus sangrientas batallas y la del profundo retrato de la revolución contra el imperio, Sinsajo I y II profundizan en la revolución y sus sacrificios.
Es una incógnita cómo acabará todo. ¿Qué lugar ocuparán los revolucionarios si logran vencer al Capitolio? Los filmes no esquivan la incómoda idea de lo volubles que pueden ser las revoluciones políticas. El maravilloso personaje de Plutarch, interpretado por el fallecido Philip Seymour Hoffman, es el encargado de dirigir la propaganda de la revolución, escribe los discursos de la presidenta y de su boca sale esta frase: “Ahora estamos en un periodo dulce donde todo el mundo está de acuerdo en que nuestros horrores recientes no deben repetirse. Pero el pensamiento colectivo suele ser de corta duración. Somos seres volubles, estúpidos y con una gran capacidad de autodestrucción”.
Los juegos del hambre no han inventado nada, pero su labor de extrapolar el mito de Teseo y el Minotauro, recoger la herencia de ficciones japonesas como Battle Royale y modernizar el género de ciencia ficción para adolescentes para hacer, con todo esto, una potente fábula política, merece un cierre de la saga a la altura. Y Sinsajo II lo es, un final que además deja abiertas diversas líneas ideológicas y de debates político-sociales.