Cada año llegan varias películas sobre la II Guerra Mundial. La barbarie vivida en aquellos años es una materia prima inmejorable para los creadores, que más de 80 años después siguen buceando en busca de nuevas historias y puntos de vista. Si bien la mayoría responde a un mismo patrón narrativo y academicista âla historia de las víctimas del Holocausto, casi siempre con un enfoque melodramático que busca la lágrima del espectadorâ, hay autores que realmente intentan encontrar otras formas no solo de acercarse al tema, sino también de entender lo que ocurrió y cómo aquello es más cercano de lo que muchos quieran reconocer.
El año pasado se presentaba en la Sección Oficial de Cannes ây terminaría ganando el Oscar a la Mejor película internacionalâ La zona de interés, personalísima adaptación de la novela de Martin Amis realizada por Jonathan Glazer donde mostraba la odiosa cotidianeidad de los nazis que vivían al lado de los campos de concentración. Vidas aburridas, vulgares y domésticas como las nuestras. Al hacerlo y no mostrar nunca lo que ocurría en el campo, solo intuirlo mediante un brillante uso del sonido, Glazer decía que los nazis somos todos. Aquellos que lo permitieron mirando a otro lado. Aquellos que hoy vuelven a hacerlo.
En aquella misma edición de Cannes, pero fuera de concurso, se proyectó Occupied City. Al no competir por la Palma de Oro no logró la misma repercusión que el filme de Glazer, pero el documental de Steve McQueen, director de Shame y 12 años de esclavitud, realizaba de alguna forma una operación similar. Para hablar de la II Guerra Mundial entregaba un documental apabullante de cuatro horas de duración sobre la Ámsterdam ocupada… donde no había ninguna imagen de la Ámsterdam ocupada.
El artefacto diseñado por McQueen junto a su esposa Bianca Stigter, con quien codirigió el filme y autora del libro en el que se basa, apostó por mostrar solo imágenes de la ciudad en el presente. Una idea con la que tender un puente entre pasado y el momento actual, en un contexto social y político donde la extrema derecha asciende como la espuma en Europa.
La propia Stigter había ofrecido la otra cara de la moneda en un trabajo previo, Tres minutos: una exploración, donde cogía una grabación rodada en un pueblo judío de Polonia en 1938 de apenas tres minutos de duración para realizar un ensayo de una hora donde se reflexionaba sobre el Holocausto y la II Guerra Mundial. Stigter define ambos trabajos como “nuevas formas de interactuar con la historia”. Lo hace desde una videollamada con motivo del Atlàntida Mallorca Film Fest donde también se encuentra su pareja y codirector, Steve McQueen. Ambos celebran de alguna forma que un filme tan exigente pueda por fin verse en España a través de Filmin.
Hay que ser consciente de lo que sucedió en estos lugares donde vas a hacer normalmente tus asuntos domésticos, pero donde no siempre fue así
Stigter cree que la búsqueda de nuevos enfoques para hablar de un mismo tema ayuda a que “la gente se involucre de nuevo con la historia”. “Brindamos las herramientas para conectar el pasado con el presente. Esta es una película que quiere que el espectador interactúe”, añadía la directora.
Como en las buenas películas sobre el tema, ambos han tenido que pensar en la ética de las imágenes, pero McQueen niega que solo hayan pensado en las reflexiones de Claude Lanzmann sobre la representación del Holocausto y apuesta porque la clave era encontrar “su propia ética”. “No queríamos explotar las imágenes, sino descubrir, hacer visible lo invisible”. “La Segunda Guerra Mundial es un tema tan grande que creo que cada generación tiene que lidiar con ello de nuevo. No puedes decir, ‘ya está bien con las buenas películas que se han hecho’, este tema debe ser abordado y explorado una y otra vez, y si puedes hacerlo de una forma ligeramente diferente la gente será sensible hacia el tema de nuevo”, opina y lo confirma el hecho de que en pocos meses estrenará Blitz, un filme de ficción sobre los bombardeos nazis a Londres, la ciudad donde nació. La unión en el tiempo demuestra que “necesitaba lidiar con este tema”.
No cree que sea una cuestión de “compromiso”. Él no concibe el arte de otra forma. “El arte siempre ha estado a la vanguardia en la discusión sobre el mundo. De alguna manera hablamos sobre situaciones arqueológicas, hablamos del pasado a través de artefactos y colocamos un espejo delante de quiénes somos para mirar hacia el presente y con un poco de suerte, también hacia el futuro”, analiza.
Eso sí, el reflejo que ese espejo devuelve no es el que siempre gustaría a los espectadores, y es ahí donde el cine se hace más necesario, siendo incómodo, enseñando lo que no se quiere ver. “No nos gusta mirarnos a nosotros mismos, no nos gusta juzgarnos”, opina con contundencia pero esperanzado con que el filme gane peso con el paso de los años y acabe “inspirando a la gente a ponerse al volante y cambiar la dirección en la que estamos yendo”.
La memoria histórica de los espacios
Lo que Occupied City muestra dentro de su original propuesta es que los espacios, las casas, las calles, los parques… son lugares de memoria histórica que debemos conocer. El columpio donde juegan unos niños puede haber sido un lugar relevante. Hay que llenar de memoria esos lugares que han sido despoblados de ella. Es algo que descubrieron Steve McQueen y Bianca Stigter cuando empezaron a investigar la historia de los colegios donde estaban yendo sus hijos en Ámsterdam, donde residen desde hace casi tres décadas.
“Uno de ellos iba a una que había sido una escuela judía, otro fue a una que había servido de prisión, fue muy impactante ver que cada una de ellas tenía una historia y que el futuro de nuestros hijos y el pasado de la ciudad se mezclaban en estos lugares, y eso me impulsó en pensar que se podría hacer una película con ello”, dice McQueen.
Por ello, a pesar de que las imágenes que se vean y las historias que se escuchan sean de Ámsterdam, sea tan relevante lo que dice Occupied City, también para un país como España donde la memoria histórica sigue siendo una asignatura pendiente. Para los cineastas era muy interesante el hecho de que “la Guerra no dejara muchas huellas físicas en Ámsterdam, ya que la ciudad no fue bombardeada”. Era como si siguiera siendo una ciudad del siglo XVII por la que la historia no había pasado. “Nos preguntamos, ¿dónde ha ido a parar toda esa parte de la historia? No podíamos verla, ni escucharla… pero creo que hay que ser consciente de lo que sucedió en estos lugares donde vas a hacer normalmente tus asuntos pero donde no siempre fue así”, opina la directora.
Esperan que la gente de “Madrid, Barcelona o Palma de Mallorca puedan conectar con esta historia, porque normalmente no es la oficial”. “En Ámsterdam solo hay un monumento al Holocausto, y tiene apenas dos años. Es muy importante que la gente tenga la posibilidad de no olvidar, de seguir siendo conscientes de lo que ocurrió antes en sus ciudades”, zanjan esperando que a ello contribuya también su película, exigente y larga, que comparan con la experiencia de “ir a la ópera, a sumergirte y a reflexionar, a tener una experiencia en un tiempo donde todo parece que ocurre en un teléfono o en TikTok”.