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Steve McQueen muestra el racismo en la Segunda Guerra Mundial en ‘Blitz’: “Hay esperanza para cambiar las cosas”

Steve McQueen dando instrucciones a Elliott Heffernan en el rodaje de 'Blitz'

Javier Zurro

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Steve McQueen tiene claro que las historias sobre la Segunda Guerra Mundial deben contarse una y otra vez. Que “cada generación tiene que abordarla y explorarla de nuevo”. Enfrentarse al horror como única solución para no repetir los mismos errores. Echando un vistazo al mundo, a la victoria de Trump, a los bombardeos en Gaza o a la guerra en Ucrania, parecería que no se han hecho suficientes películas al respecto. O, al menos, se podría decir que las que se han hecho no han tocado las teclas necesarias en los espectadores.

Ahí es donde una película como La zona de interés resonó de una forma tan importante. En la adaptación de Jonathan Glazer de la novela de Martin Amis el espectador se veía reflejado en la cotidianeidad y el aburrimiento de una pareja de un oficial nazi y su esposa. Lo que Glazer decía, y dejaba claro en sus entrevistas y sus discursos, es que solo si nos veíamos reflejados en los perpetradores se podría cambiar algo. Si vemos el cine de la Segunda Guerra Mundial como un simple asunto melodramático, donde solo nos compadecemos por el sufrimiento de la víctima, será mucho más complicado. 

De alguna forma Steve McQueen se ha planteado algo parecido en Blitz (que ya se puede ver en Apple TV+). Lo hace desde una película mucho más convencional, que se cuenta desde la mirada de un niño, pero donde los nazis quedan siempre ―o casi siempre― fuera de plano. Lo que vemos es el sufrimiento del pueblo londinense durante los bombardeos del ejército de Hitler, pero sobre todo cómo dentro de la propia población, incluso en aquellos momentos, el racismo y el clasismo establecían ciudadanos de primera y de segunda.

McQueen ―que entrega una película hermosa y emocionante― realiza un viaje del héroe con su pequeño protagonista (un niño negro de madre blanca a la que da vida Saoirse Ronan), y rompe con varios de los clichés del cine de la Segunda Guerra Mundial, siempre preocupado de los soldados que luchan y nunca de los que se quedaron en sus casas. También por otorgar una conciencia de raza y clase a un género que nunca lo tiene. Lo épico y lo heroico siempre son despojados de cualquier complejidad y análisis para que sean transversales a toda la población. Por desgracia no fue así. Los negros, los árabes… todos fueron también marginados en los refugios y sufrieron discriminación cuando lo que debía haber era únicamente solidaridad. 

Es ahí donde se eleva Blitz, y donde el propio McQueen confiesa que está el corazón de su película, algo que descubrió documentándose y viendo que “lo que pasaba entonces la gente de color no es ninguna novedad, desafortunadamente”. “Además de luchar contra los enemigos, a menudo terminamos luchando contra nosotros mismos”, apunta el cineasta sobre su película más ambiciosa a nivel de presupuesto y escala, pero donde siguen estando algunos de los temas que ya estaban en su filmografía. 

Está claro que para McQueen contar la Segunda Guerra Mundial y tender puentes con el presente es un asunto importante. Lo hizo en su documental de cuatro horas Occupied City, en el que hablaba de la memoria de las ciudades, en concreto de Ámsterdam, a partir de los escenarios actuales y poniendo en contexto lo que ocurrió en ellos durante el conflicto bélico. Hechos olvidados y que no han dejado huella ni en las calles ni en las personas. 

Me siento útil como artista, especialmente en este momento del mundo, porque puedo contribuir a hacer que la gente mire el mundo de nuevo a través de los ojos de este niño

Steve McQueen Cineasta

Cuando le preguntan directamente por los vínculos de Blitz con el presente, McQueen deja claro que lo que le hace pensar lo que ocurre en el mundo es que “somos muy estúpidos y que no escuchamos”. Eso sí, tras el mensaje negativo se apresura a dejar claro que “hay esperanza”. Por ello su película hace hincapié en el deseo que pide George, un deseo que “está en nuestras manos”. “Podemos cambiar la narrativa. Podemos cambiar las cosas. Si no fuera así me habría tirado desde un puente hace mucho tiempo. Todos sabemos que es posible entendernos, que haya reconciliación y paz, de lo contrario no creo que tenga sentido seguir adelante”, añade.

Por ello justifica su última imagen, unas margaritas en blanco y negro que para el director son un símbolo de esa esperanza. “Es una imagen nostálgica, es en blanco y negro, pero esa nostalgia tiene que ver con lo que ha sucedido y lo que podría suceder. Es un sueño, un deseo de que se convierta en realidad el deseo que pide George”, explica sobre esa misteriosa escena que se va repitiendo en varios momentos del filme.

Ese optimismo se traslada a cómo ve el director su labor como cineasta. No tiene problema en reconocer que ha hecho Blitz porque se siente “útil como artista”. “Especialmente en este momento del mundo me siento útil y me siento muy realizado porque puedo contribuir, con algo con suerte y aunque sea de manera pequeña, a tener las manos al volante un poco y hacer que la gente mire el mundo de nuevo a través de los ojos de este niño, porque todos fuimos niños en algún momento y fuimos optimistas en algún momento. Espero que todavía lo seamos”, cuenta y así justifica su punto de vista, el de un niño que es “la cima del optimismo”. Blitz la ha rodado también “como padre, como alguien que tiene hijos y quiere despejar el camino para el futuro”.

Una de las decisiones claves en los filmes sobre la Segunda Guerra Mundial es cómo mostrar la brutalidad, un debate que siempre remite a Claude Lanzmann, director de Shoah, que creía que la dramatización del horror era un error. Algo que también opinaba Glazer, que no mostró ningún muerto en La zona de interés. McQueen parece aceptar ese supuesto, pero también asegura que no le daba “miedo mostrar la muerte”. No quería evitar mostrarla, pero sí que se nota que hay un cuidado en no explicitarla y sí en usarla de una forma narrativa, como la escena del Café de París, donde George se encuentra a muertos casi petrificados, en lo que McQueen describe como “una especie de limbo” donde George verá de primera mano la muerte que la cámara deja fuera de campo. Decisiones de puesta en escena que muestran el compromiso de Steve McQueen con lo que cuenta y con cómo lo cuenta.

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