'Tar', una brillante mirada al abuso de poder con una Cate Blanchett colosal conquista Venecia
El Me Too cambió radicalmente el mundo. El caso Weinstein abrió la caja de Pandora. Los testimonios de todas esas mujeres pusieron sobre la mesa una lista interminable de abusos y comportamientos incorrectos de hombres en posiciones de poder. No solo fue en el mundo del cine, sino en cualquier industria. También la de la música clásica, paradigma de lo exquisito y lo elitista, pero un mundo donde los egos llenan teatros y auditorios. En España lo hemos visto de cerca, con Plácido Domingo descubriéndose como un auténtico depredador. El caso de Domingo mostró una realidad dura, y es que muchos prefieren mirar a otro lado cuando es un ídolo el que comete los delitos. Madrid recibió con aplausos al tenor mientras fuera de España pedían que no se contratara a alguien como él.
No es de extrañar que el nombre de Plácido Domingo aparezca en forma de dardo envenenado en Tar, la primera candidata seria al León de Oro. Un filme sobre los abusos de poder en el mundo de las orquestas de música clásica que supone el regreso de Todd Field 16 años después de su última película, Juegos secretos. Aquí da todo el protagonismo a una Cate Blanchett colosal que está en cada plano de las casi tres horas que dura este filme brillante, inteligente, hipnótico y preciso. De una perfección que asusta. Todo está medido hasta el mínimo detalle para diseccionar los abusos de poder.
Cate Blanchett es Lidia Tar, una brillante directora de orquesta lesbiana que ha logrado despuntar en un mundo de hombrea. Es de esas mujeres que ni se manifiesta el 8M ni le gusta que la llamen maestra, porque la palabra original es 'maestro'. De las que se molesta si se mencionan políticas para alcanzar la igualdad. Cree en la meritocracia. Una mujer que para destacar en un mundo de hombres se ha convertido en uno de ellos. Es misógina, manipuladora y, también, una depredadora. Ha abusado de su poder durante años sin que nadie le rechiste. Es lo que vio hacer a sus maestros y lo que ella ha seguido haciendo.
Todo esto podría estar presente de una forma obvia, mostrando una cadena de acusaciones y abusos, pero la maestría de la película de Todd Field es que nunca recurre a lo obvio, sino a lo sutil. A los gestos del monstruo que nadie quiere ver. A las miradas que Lidia Tar lanza a la joven que entra en su orquesta. A la relación dominante con su ayudante. A la forma condescendiente con la que trata a su pareja. Es un retrato de la intimidad del abusador contado con pequeños detalles hasta que la mierda salpica, y ahí el monstruo ya no se puede contener.
Field muestra elegancia y minuciosidad desde el minuto uno, una larga charla con público en la que se pregunta al personaje por cuestiones como la igualdad en el mundo de la música clásica. Una entrevista sobre temas de actualidad y de su sector con la que el personaje queda definido a la perfección. Ya sabemos cómo respira esta mujer elegante y estirada. Ahora solo queda ir perfilándola. Lo hace con escenas que cortan la respiración, como el larguísimo plano secuencia en el que Blanchett y un alumno discuten sobre separar obra y autor y sobre cómo lo identitario puede pesar sobre lo artístico. Un duelo dialéctico donde la puesta en escena ayuda a que se huela el ambiente enrarecido de esa sala de ensayo.
El gran acierto del director y guionista es no ser expositivo. No hay subrayados. No hay sensacionalismo. No hay grandes discursos feministas ni sobre los abusos. Su personaje es una mujer que se ha convertido en un hombre. La única forma en la que ha podido conseguir la gloria que sabe que se merece por su talento. No la criminaliza, sino que retrata su intimidad con gestos y detalles. Una mujer que es capaz de renunciar a sus raíces por el éxito soñado.
Nada de esto sería posible sin el talento de Cate Blanchett en una composición de personaje tan concienzuda y brillante que debería reportarle todos los premios esta temporada. La actriz se transforma. Dota a Lidia Tar de gestos y manías, de una forma de moverse, de estar en un escenario. Es ácida, brillante y manipuladora. Una interpretación que bien le podría valer una Copa Volpi —que ya tiene por I’m not there— si es que Tar no se lleva el León de Oro. Es la primera gran película de Venecia y seguro que será una de las que marquen el fin de temporada.
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