Tequila, el grupo que provocó “un orgasmo libertario” en la Transición a golpe de rock
Tras la muerte de Franco,el rock empezó a cantarse en las plazas de los pueblos. Había ganas de libertad. De disfrutar, de beber y de bailar. A esa España, que cambiaba a pasos agigantados, llegaron dos adolescentes que huían de otra dictadura, la argentina, que acababa de instaurar el general Videla tras un golpe de Estado. Lo que aquí terminaba, allí empezaba. Pocos pensaban que aquellos dos chavales argentinos cambiarían la historia de la música española y conseguirían lo que hacía años parecía impensable: que el rock and roll sonara en la Plaza Mayor… sin parar. Así se desprendía de una de las canciones más populares que Ariel Rot y Alejo Stivel crearon —junto a los españoles Julián Infante, Felipe Lipe y Manolo Iglesias— con la banda Tequila que, muchas décadas antes de las boy bands, se convirtió en el primer fenómeno fan de esa España que perdía el color gris. Ambos, Rot y Stivel, cuentan la historia de su grupo en el documental Tequila, sexo, drogas y rock and roll, que se ha presentado en el Zinemaldia Festival de Cine de San Sebastián.
Los dos han pisado muchos escenarios y festivales, pero ninguno de cine, y bromean desde la terraza del Hotel María Cristina del lujo que ellos no veían en los conciertos, ni cuando se convirtieron en las mayores estrellas del panorama musical de finales de los 70. También se ríen cuando se les pregunta cuánto de cierto hay en el título del documental, que replica ese tópico del sexo, drogas y rocanrol. “Sí, cumplimos el tópico, lo que no está tan claro es la proporción ni el orden, pero sin duda lo cumplimos”, dicen entre risas.
La frase, aunque sea un lugar común, resume bien la mirada del documental, que no huye de temas como las drogas y el sexo de unos jóvenes que eran considerados dioses. Su director, Álvaro Longoria, tuvo claro que había que contarlo. “Cuando hay un tópico, es por algo y es verdad que la película cuenta la historia de un grupo de rock y unos chavales que triunfan y se ven enfrentados al éxito. No solo es el éxito, sino todo lo que acarrea y lo duro que es para estos chavales, que estaban solos, sin ningún tipo de protección y fueron lanzados a esa vorágine. Y eso tiene consecuencias”, cuenta Longoria que hace unos días presentaba en este mismo certamen En los márgenes, donde ha actuado como productor.
La mejor definición de lo que supuso Tequila está en los primeros compases del documental, cuando uno de los múltiples testimonios —entre los que se encuentran cantantes como Ramoncín o Miguel Ríos y miembros de la industria como Capi— los define como un “orgasmo libertario” en plena Transición. Una banda que desafió otro tópico que se mantenía hasta entonces, ese que decía que “no se podía hacer rock en español”.
La idea del documental nace de Longoria, pero ellos aceptan tras unas reuniones en las que debaten cuál es el acercamiento. Al final tienen claro qué historia había que contar: “La historia nunca contada de Tequila”. “Que no fuera un escaparate de gente hablando bien de nosotros, sino contar un poco la verdad”, como define Ariel Rot este trabajo, y “un ejercicio de nostalgia agradable” para Alejo Stivel.
La película incide mucho en ese contraste que el periodista Juan Cruz define con una frase que Stivel recuerda desde San Sebastián. “Dos chicos que salieron de una noche que empezaba y llegaron a una noche que terminaba. Dentro de la tragedia, dentro de lo feo y horrible que es tener que dejar tu país, del exilio y de todo lo malo que había ocurrido, hay un punto de luz y de luminosidad que es la suerte de escapar de una situación horrible y llegar a una situación fabulosa que era el comienzo de la libertad. O sea, creo que de alguna manera el destino ahí nos compensó un poco el lado malo con el lado bueno”, añade.
Éramos unos arrogantes con mucho encanto y muy cariñosos, pero teníamos ese punto de arrogancia que tiene el rocanrol
Ariel Rot recuerda el miedo de los meses previos a huir de Argentina. Eran dos chavales con el pelo largo y ganas de subversión, y la policía los paraba por la calle para interrogarles e, incluso, los detenía. “Todo se hacía en Argentina puertas para adentro”, dice de aquellos tiempos sombríos antes de llegar “a un país y una ciudad donde corría todo lo contrario”. Rot llegó un poco antes que Stivel, y recuerda cómo cuando este vino le contaba que en este país podías pasar por delante de un policía sin tener miedo: “Es que un día Ariel hizo una cosa que me hizo temblar, que es que íbamos caminando por la calle de noche y pasó un policía y le pidió fuego para encenderse un cigarrillo. En Argentina, tú veías un policía y directamente intentabas ir para otro lado, porque podías acabar desaparecido. Y cuando hizo eso yo estaba muerto de miedo y él me dijo: '¿Ves? No pasa nada”.
Venían de una “tragedia”, como la define Alejo Stivel, porque todos habían visto la muerte de cerca o desapariciones entre sus familias, y al llegar a España vivieron “una huida hacia adelante”. “Dijimos: 'Vamos a disfrutar, a pasarlo bien, a hacerlo pasar bien a la gente'… Era una propuesta escapista, de decir eso de 'Vamos a tocar el rocanrol a la plaza del pueblo y olvidemos los malos rollos'”, dice Stivel sobre un movimiento al que, con el paso de los años, se ha acusado de cierta despolitización.
Uno de los aciertos del documental es utilizar a Cecilia Roth (hermana de Ariel) no solo como narradora, sino como voz que analiza los acontecimientos con la mirada del presente. Es ella la que les tira de las orejas por cómo se comportaban con las fans y realiza un análisis desde el feminismo calificando el fenómeno de las grupis como “un tema de sometimiento”. “Las fans se someten a su rey, a mí me parece escandaloso, y a ellos les da igual follar contigo que con tu amiga”, dice la actriz.
También valora cómo les afectó la fama, cómo les dio un “puntito de estrellas que era molesto” y los convirtió en unos “arrogantes que ganaban mucho dinero, algo impensable para unos jóvenes que tenían todo lo que querían: chicas, drogas…”. Ellos no pueden negar que Cecilia Roth tuviera razón y lo reconocen con un poco de jeta. “Éramos unos arrogantes pero adorables”, dice Ariel Rot a lo que su amigo añade que encima tenían “mucho encanto”. “Éramos unos arrogantes con mucho encanto y muy cariñosos, pero teníamos ese punto de arrogancia que tiene el rocanrol, algo que además yo creo que de alguna manera nos abría las puertas porque íbamos con una actitud de ‘venimos a llevárnoslo todo' y eso de alguna manera la gente hizo que se lo creyera”. Quizás fuera esa arrogancia, ese encanto, el que nos convenció de que era posible bailar el rocanrol en la plaza del pueblo y saltar como si no hubieran existido 40 años de dictadura.
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