“Me llega a pillar hace unos años en la calle, y yo estaría en la cárcel y usted, perdone que se lo diga, estaría muerto”. Es la primera vez que Emiliano Álvarez se enfrenta a su presunto depredador sexual y exprofesor del seminario de La Bañeza (León), 40 años después del infierno que le hizo vivir en aquel internado.
Le muestra en su piel las marcas de las secuelas, que se cuentan por los orificios que dejó la heroína, las cicatrices de los tres intentos de suicidio y su color amarillento por la hepatitis B. Frente a él, el padre José Manuel Ramos hace un aspaviento como quien escucha las atrocidades de un tercero en las noticias. Como si él no hubiera forzado cada noche entre 1976 y 1978 a este hombre, por entonces niño, y a muchos de sus compañeros.
Exigir un perdón y ponerle la cara colorada durante dos minutos a su abusador es el mayor acto de justicia que ha conseguido Emiliano. Hacerlo frente a las cámaras del director Albert Solé, es su ofrenda a otros que aún no se han atrevido a denunciar los crímenes sexuales que la Iglesia católica sigue barriendo debajo de la alfombra.
Quizá el documental Examen de conciencia (Netflix) aporte poca información nueva respecto a los casos que ya se conocen por la prensa, pero su virtud es otra. Crea un relato común partiendo de casos particulares, con agresores de todo tipo y víctimas concretas. Porque tan malo es centrar un problema estructural en ciertas personas, como crear una masa homogénea de violadores y abusados que se disimula bajo una bruma de generalidad.
La víctima que funciona como hilo conductor es Miguel Hurtado, único nombre que no había aparecido hasta ahora en los periódicos. “Era muy creyente, incluso pensé en entrar al sacerdocio. Cuando fui abusado, mi mundo se desmoronó, mi sistema de creencias colapsó y me quedé sin referentes”, explica el psicólogo infantil y activista en el filme. Su meta: encontrar el valor para sacar a la luz el nombre del cura que le violó hace veinte años en la abadía de Montserrat.
Hurtado se reúne con el periodista de El Periódico que desveló el caso del colegio de los Maristas de Barcelona, saldado con 43 denuncias policiales contra 12 curas pero sin pronunciamiento oficial por la Santa Sede, para elevar las responsabilidades. Era la prioridad del director Albert Solé al realizar este Spotlight español: que el mensaje tranquilizador del Papa Francisco se demuestre como el cambio “cosmético” que es realmente y que están colando desde el Vaticano.
“El Papa Francisco hizo algo bueno, que fue reconocer que hay un problema. Pero él forma parte del problema”, dice Pete Saunders, víctima y activista que trabajó en la comisión que creó el obispo de Roma en 2014 para investigar los casos de pederastia en la Iglesia. “Cuando empecé a hacer preguntas que no tenían respuesta, se dieron cuenta de que yo era problemático”, dice el británico, que fue apartado inmediatamente de lo que él describe como meros “actos de relaciones públicas”.
La “tolerancia cero” que ha abanderado el último Papa, y cuyo mantra han comprado muchos católicos, ha resultado no ser más que una estrategia de marketing. “Son los que más violadores de niños tienen empleados, su reputación está hecha jirones en todo el mundo”, opina Saunders. Sin ir más lejos, no fue hasta finales del año pasado cuando el Papa Franciso apartó de su círculo a dos cardenales involucrados en casos de abusos sexuales.
“Pon una peli porno, y eso hacía”
Las víctimas de pederastia tardan una media de 21 años en reconocer el trauma. Con la legislación española, la práctica totalidad de los delitos han quedado impunes. Una clara diferencia en el trato a la víctima que se adivina comparando los datos con otros países como Alemania. Mientras que allí la edad para denunciar prescribe a los 35 años para los delitos leves y a los 50 para los graves, aquí es de 23 y 38 años respectivamente.
Al amparo de esto, Examen de conciencia consigue poner rostro a tres agresores que reaccionan siguiendo un mismo patrón: el de la memoria selectiva. Arnaldo Farré, el mayor depredador de los maristas, lo hace siendo grabado por una de sus víctimas, J. (que durante el documental prefiere mantener su anonimato).
“Hacía cualquier cosa que te pudieras imaginar. Pon una peli porno, y eso hacía”, desde “felaciones, masturbaciones, correrse encima… y en las colonias ya ni te digo. Conmigo en una casa del pantano hizo lo que quiso, era un puto oso. Recuerdo su sudor constante cayendo encima de mí”, dice en su testimonio. Farré, además, tenía la confianza absoluta de las familias de sus víctimas, pues a ojos de los padres era el cura moderno y proactivo que organizaba las actividades para los niños.
“¿Qué sentías cuando me llenabas de esperma?”, le pregunta J. al sacerdote muchos años después grabándole en su casa con un boli espía. “Aquí también me traías”, le dice, ante lo que el religioso solo responde que “no, no, nada, no lo sé. Era como si lo hiciéramos de crío a crío”. Un blindaje similar al que demuestra José Manuel Ramos frente a Emiliano. “Han pasado muchos años”, y parecen ser suficientes para expiar las conciencias de los agresores, pero no así la memoria de sus víctimas.
“Sinceramente, nunca me he considerado pederasta. Me he considerado una persona que tiene una debilidad en algunos momentos. He adquirido este comportamiento. El ser es una cosa y el actuar es otra. Yo actuaba como un pederasta”, admite con una frialdad insólita Joaquín Benítez, cura que todavía hoy se encuentra en libertad pese a haber reconocido que abusó de niños durante décadas mientras otros maristas le imitaban y encubrían.
Benítez ya protagoniza su propio documental en Shootball, pero en esta ocasión es solo uno de los numerosos ejemplos del adulto que impone su ley del silencio a los menores bajo el paraguas de la opaca Iglesia católica. No existe un registro en la Conferencia Episcopal sobre los casos ni el número de pederastas “más allá de lo que se recoge de los medios”, admite su portavoz en el documental.
Un poco más adelante, reconoce que el porcentaje de sacerdotes abusadores en España puede ser del 7%, el mismo que en EEUU, Irlanda o Australia. Quizá más. Siendo así, estaríamos hablando como mínimo de 1.200 curas acostumbrados a forzar y vejar sexualmente a menores.
“Espero que a partir de ahora los que duerman mal por la noche y tengan miedo sean los depredadores sexuales que debajo de una sotana han arruinado la vida a tantos niños”, pide Miguel Hurtado, que termina revelando el rostro de su agresor al final de Examen de conciencia. Él ha hecho el esfuerzo, pero la bola, además de en el tejado del Vaticano, está sobre la Moncloa, que necesita encontrar una solución que garantice justicia para las víctimas en lugar de perpetuar la impunidad de los pederastas.