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Crítica

Tom Cruise se enfrenta a la Inteligencia Artificial en su penúltima 'Misión Imposible'

Hayley Atwell y Tom Cruise en apuros
11 de julio de 2023 02:03 h

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El villano de Misión imposible: Sentencia mortal - Parte 1 —, filme que, como Fast & Furious X o Spider-Man hace poco, antecede el gran final de la saga— es una Inteligencia Artificial se llama la Entidad y puede infiltrarse en cualquier sistema informático, expandiéndose sin mesura ni alineamiento político para sojuzgar a la humanidad a golpe de engaños algorítmicos. Hay quien dice que la Entidad sería una metáfora de Netflix y el streaming, contra la que Tom Cruise lucharía valerosamente al igual que hace en la realidad.

De un tiempo a esta parte, las películas de Misión imposible se han erigido como experiencias inseparables de la pantalla grande. No solo por la espectacularidad que íbamos dando por supuesta a través de los distintos directores —de Brian De Palma a John Woo, antes del convertido en habitual Christopher McQuarrie—, sino por el temerario compromiso de Cruise con las escenas de acción vertiginosas, que él mismo llevaba a cabo una y otra vez sin dobles mientras iba superando los 60 años de edad. Las circunstancias han querido que, con la fiebre streaming y la crisis del coronavirus, el ímpetu de Cruise se antoje aún más heroico.

“Le has salvado el culo a Hollywood”, le dijo Steven Spielberg a Cruise —que controla la saga con mano de hierro— durante la carrera al Oscar de Top Gun: Maverick. Este filme fue el más taquillero de 2023 (sin contar Avatar: El sentido del agua) con sus casi 1.500 millones de dólares recaudados, y es el gran motivo por el que Sentencia mortal - Parte 1 se aproxima a las carteleras con paso triunfal. Uno que busca culminar la leyenda incólume de Tom Cruise, pero que no termina de ocultar ni las grietas, ni los percances sufridos por el camino.

Tom Cruise contra Paramount

“¡Estamos creando miles de puestos de trabajo, hijos de puta!”. El audio filtrado del rodaje de Misión imposible: Sentencia mortal - Parte 1, donde Cruise amonestaba agresivamente a los trabajadores de la película por infringir protocolos anti-COVID, fue recibido por la opinión pública con agrado, en líneas generales. A Cruise parecía importarle de verdad la supervivencia de Hollywood en el difícil marco impuesto por la pandemia, así que se podía pasar por alto la conducta despótica que mostraba en el set. El fin justificaba los medios.

Esta bronca fue el episodio más célebre del largo rodaje, que había empezado en Italia a principios de 2020 para ser el primer gran filme de Hollywood en suspender su producción por la emergencia sanitaria. La visión de Cruise, totalmente empeñada en sacar adelante su película millonaria y en que esto revitalizara las finanzas de Hollywood, se mantuvo en episodios posteriores como su publicitada excursión para ver Tenet —primer blockbuster estrenado en pandemia, con los cines a aforo limitado o incluso cerrados— o el pulso que le terminó echando a Paramount en pos del modelo de estreno a seguir con Misión imposible.

Durante la crisis del coronavirus, las majors de Hollywood creyeron que lo mejor para paliar sus efectos era acelerar la inversión en streaming y acuñar sus propias plataformas a toda velocidad. De ahí que surgieran Disney+ o HBO Max para competir contra Netflix, mientras se improvisaban modelos híbridos (cines y streaming simultáneamente) o, en el caso de Paramount, se optaba sobre todo por recortar la ventana de exhibición en salas. A principios de 2022 Jim Gianopoulos, CEO de Paramount, propuso a Cruise que Sentencia mortal solo estuviera en cines 45 días antes de dar el salto a Paramount+. Cruise no se lo tomó nada bien.

Meses después, Gianopoulos había sido sustituido por Brian Robbins al frente del estudio. Cruise atesora un poder enorme en la industria, que ha garantizado la copiosa taquilla de sus películas, su propio atractivo mediático —capaz de sumir en el olvido su pertenencia a la Iglesia de la Cienciología y unos primeros años 2000 especialmente convulsos para su imagen— y el rodearse de socios fieles, como Christopher McQuarrie en calidad de director y guionista. Esta entente se resistió al plan de Paramount, negándose a aceptar la ventana de exhibición, y para salirse con la suya no se les ocurrió otra cosa que… secuestrar la película.

Para Cruise, la dependencia del streaming es un ultraje. La estrella ve en este modelo al gran enemigo de Hollywood, tal y como él lo ha conocido, así que entorpeció las aspiraciones de Paramount alargando el rodaje de Sentencia mortal - Parte 1 como medida de presión. A última hora, decidió que cierta secuencia con un submarino involucrado formara parte de esta Parte 1 y no de la Parte 2 como así estaba planeado y, ante la perspectiva de seguir gastando dinero en un rodaje sobre el que había perdido cualquier control, Paramount transigió.

Como meses después, llegó el taquillazo de Top Gun: Maverick (también a cargo de Paramount). La visión de Cruise quedó legitimada por completo. No es un tipo excéntrico que pone en jaque a la industria por su romanticismo trasnochado, sino el héroe que Hollywood necesita. Un héroe que respeta las medidas sanitarias, es homenajeado en Cannes e incluso ayuda a enderezar la mala prensa de un filme como Flash con su entusiasta recomendación. Todo gracias a Top Gun, con la que resulta curioso comparar Sentencia mortal - Parte 1.

La secuela del clásico ochentero sorprendía, a base de entretenimiento escapista, por la celebración desvergonzada del aparato militar estadounidense, así como la cuidada despolitización de cualquier conflicto bélico (a los enemigos no se les identificaba más que como “enemigos”). No es el caso de la penúltima Misión imposible, que construye en torno a la Entidad un entramado de conflictos internacionales donde EEUU no sale bien parado, llevando al paroxismo el clima de paranoia donde ha transcurrido la mayor parte de la saga.

Resulta pues difícil calibrar la forma de ver las cosas de Cruise, tan capaz de espectacularizar el militarismo como de mostrar un cinismo salvaje que ni siquiera tema invocar teorías de la conspiración. En su película, uno de los personajes llega a describir como “complejo industrial-militar” al auténtico y subterráneo motor de la nación.

La programación de Ethan Hunt

Lo de “complejo industrial-militar” lo dijo por primera vez el presidente Eisenhower en el discurso de despedida de su mandato, en 1961. “Aquel día no hubo un solo partidario de Eisenhower que supiera a qué se refería el viejo Ike, por la sencilla razón de que ese término acababa de inventarse. Por él mismo”, escribe Noel Ceballos en El pensamiento conspiranoico, rastreando la génesis de cualquier mirada suspicaz hacia la geopolítica de EEUU. Es la mirada que, justo después de Maverick, ensayan Cruise y su equipo.

Y no es una desinformada, pues la noción de un poder armamentístico que trabaja a espaldas de los procesos democráticos se retrotrae a varias décadas. “EEUU decidió que su forma de ganar una guerra mundial pasaba por convertirla en una carrera industrial”, sigue Ceballos, “con sus fábricas de automóviles poniéndose explícitamente al servicio de la maquinaria bélica”. Asumiéndolo Misión imposible, y combinándolo con su megalómana posición en la maquinaria blockbuster, podríamos abrigar la conclusión de que Tom Cruise no se guía ni por banderas ni por cálculos. Que lo único que espolea sus esfuerzos es el placer del público.

Pero, ¿es eso cierto? ¿Es tan “pura” su mirada, tan desprogramado e indómito su cine? Desde luego que no, y Sentencia mortal - Parte 1 es un ejemplo palmario. Su escepticismo político —con todas las potencias luchando egoístamente entre sí por el control de la Entidad, y con Ethan Hunt y su equipo yendo por libre al preferir destruirla— es la sublimación lógica de los postulados de la saga, donde no ha habido entrega en que Hunt no fuera perseguido por los suyos. El guion es más embrollado de lo habitual pero esencialmente previsible, llegando al punto de homenajear y establecer rimas con el filme inaugural del 96.

Sentencia mortal - Parte 1 presume de un supuesto liderazgo en el cine de acción de alto presupuesto que en efecto refrenda su aparato formal, pero que no respaldan ni la escritura ni su apego complaciente a fórmulas asentadas. El villano es Gabriel (Esai Morales) como representante de la Entidad, y se nos intenta vender un pasado común con Ethan con la misma convicción con la que Jason Momoa reclamaba el estatus de némesis en la última Fast & Furious. Solo que, claro, en esta película nadie quería salvar al cine, ni proclamar que este era un espectáculo de acción como nuestros ojos solo podían ver cada cierto tiempo.

Esta Misión imposible es mucho menos sofisticada de lo que creen sus artífices, y más ajustada a un patrón de lo que le gustaría a Cruise, pues maltratar a los personajes femeninos no deja de ser un patrón también —no algorítmico, sino sociocultural—, y aquí se abraza sin autocrítica alguna, pensando todavía que la mejor forma de construir a un protagonista traumatizado es matando a cualquier mujer que tenga alrededor mientras sus colegas masculinos, Simon Pegg y Ving Rhames, llevan sobreviviendo como mínimo cinco entregas.

Es especialmente doloroso porque estas inercias, que subordinan cualquier agencia femenina a la serenidad heteropatriarcal de Ethan Hunt, afectan tanto al fichaje de Hayley Atwell como al gran hallazgo de las últimas entregas de Misión imposible. Esto es, el personaje de Rebecca Ferguson, Ilsa Faust, aquí con una importancia irrisoria pero manteniendo la capacidad de llevar la saga a sus lugares más sugerentes y románticos. Por ejemplo, ese magnífico prólogo ambientado en una tormenta de arena, capaz de disimular a lo grande que en lo que queda de película nos limitaremos a ver compitiendo a dos tipos distintos de Inteligencia Artificial.

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