Han transcurrido 16 años desde aquella Torrente, El brazo tonto de la ley, Goya al mejor director novel para Santiago Segura, y esta quinta entrega que se estrena parece el colofón de una serie que agotó sus prestaciones hace ya tiempo. A medida que el público ha ido adoptando cada más masivamente a un personaje rancio, zafio y receptor de algunos de los tópicos más vergonzantes de lo typical spanish, ha menguando también la originalidad de los guiones de Segura que, sin duda, creó uno de esos iconos que el público reconoce como suyos y son aborrecidos por la intelectualidad.
Desde Torrente 2, misión en Marbella (2001), la exitosa fórmula apenas ha variado: apariciones especiales de figuras sobre todo de la pequeña pantalla y una espectacularidad visual cada vez mayor, llenando minutos con explosiones y carreras (técnicamente bien resueltas) que tratan de emular las cintas de James Bond, e incidiendo sin ton ni son en los aspectos más viles del personaje.
Así sucede en Torrente 5, Operación Eurovegas, que Segura ambienta en 2018, después de dejar a su sosias en la cárcel en el anterior episodio, Torrente 4: lethal crisis (2011). Quizá el que la película se sitúe en ese futuro cercano, tan ruin y miserable como el que plasma en las otros filmes de la saga, efectivamente signifique que Torrente ya no da más de sí y se despide de sus muchos seguidores y sus no menos detractores.
En esta nueva cinta, hay algunos gags que funcionan bien, siempre apoyado en los mismos clichés incombustibles del macho ibérico que Segura ha adaptado en su cine, sin la censura de entonces, de las comedias del landismo de los 60/70. Además, el personaje de Carlos Areces (que es un muy buen actor), una especie de Rainman castizo, resulta simpático. Pero Segura no logra convencernos con una trama que parodia aburridamente éxitos del cine americano como las series Ocean’s Eleven o Misión: Imposible.
Eso no va a ser un obstáculo para que Torrente 5 repita el impacto de las otras aventuras. Todo ha valido en los cinco filmes de Segura, que están reciamente emparentados con el cómic y la historieta: los chistes racistas, el obsesivo sexismo, los ramalazos fachas. ¿Por qué no, se preguntó Segura cuando comenzó la saga? Si en televisión tienen audiencia los programas que ofrecen sal gorda, y mensajes ideológicos a veces muy sospechosos, igualmente serán admitidas esas premisas en la pantalla grande.
Alec Baldwin vs. El Gran Wyoming
No hay duda de que los fans de la serie se van a reír con las continuas obscenidades y burradas que va recitando sin freno Segura y la troupe que ha reclutado para el nuevo Torrente. Se agradecen los cameos de tantos famosos: El Gran Wyoming, Imanol Arias, Iñaki Gabilondo, Chiquito de la Calzada o Ricardo Darín, por citar a unos cuantos. No importa que los dos personajes principales que secundan a Torrente, el de Julián López y el de Jesulín de Ubrique no tengan recorrido y entidad por sí mismos, y el último carezca por completo de gracia. No importa que a Alec Baldwin, el gran reclamo internacional de la película, no se le entienda en algunas de las secuencias, con su spanglish poco creíble.
Los números cantan y, aunque no sea de nuestro gusto, el filme va a incrementar en buena medida la cuota de pantalla anual del cine español, que tras el bombazo de Ocho apellidos vascos y la excelente acogida a El Niño o La isla mínima, entre otras, batirá todos los récords, y eso cuando ha habido grandes recortes gubernamentales para, también, el sector cinematográfico.
Así que todos contentos con este disparatado filme que Segura dedica a Tony Leblanc, que había participado meritoriamente, como el padre de Torrente, en las anteriores cintas, recuperado digitalmente en una secuencia onírica de una de las peliculas de su mejor época. Lo deseable sería que no se le diera tanta cancha a productos como el de la franquicia y que la comedia predilecta de los espectadores fuera más inteligente, sutil y divertida. No está en nuestra mano el lograrlo, y Santiago Segura se aprovecha de estos vientos que soplan pidiendo más morbo, más perversión y más esperpento, del que parece que nunca nos vamos a librar.