Esta edición del Zinemaldia Festival de Cine de San Sebastián es la primera, desde hace muchos años, en las que los directores podrán respirar tranquilos. Carlos Boyero ha cedido el testigo de la crítica de festivales en El País, desde donde ha metido sopapos a casi todos los realizadores que han pasado por el certamen. Boyero es, quizás, el último periodista de una época. Muchos le consideran incluso “el último mohicano”. El último ejemplar de crítico absolutamente libre, dedicado única y exclusivamente a valorar las películas.
Nadie puede cuestionar su libertad, pero sí que muchos han criticado sus formas, centradas más en un simplificador 'me gusta' o 'no me gusta' en vez de aportar argumentos de quien se presupone más cualificado para valorar una película. Los últimos años parecía que el personaje de Boyero se había comido a la persona, o al menos eso parecía al leer críticas en las que dedicaba más párrafos a lo que había comido o a si había ido al baño que al propio filme. También sus comentarios machistas y racistas empezaron a chirriar en un mundo que comenzaba a cuestionarse todos los comportamientos discriminatorios que se habían tenido. También en eso permaneció en otra época.
La pandemia aceleró muchas cosas, y también el ocaso de Boyero. Durante años se negó a adaptarse a las nuevas tecnologías, y la covid hizo que su paso por los festivales se convirtiera en un calvario. Fue entonces cuando decidió, tal como anunció el año pasado en su crónica final desde San Sebastián, dejar hueco para alguien con ganas, energía y adaptado a los nuevos tiempos. Fue en ese festival donde se grabó parte del documental El crítico, dirigido por Juan Zavala y Javier Morales Pérez que sirve como despedida crepuscular del último de una generación. La de Ángel Fernández Santos, Antonio Gasset y el mismo Boyero, que como se dice en el documental, muchas veces parecía más una estrella del rock que un crítico.
Un trabajo que se ha podido ver en el Zinemaldia y que tiene dos líneas narrativas. Una, contar la propia historia de Boyero, un niño de Salamanca que descubre en su infancia el cine, que se puso como crítico el apellido de su madre para huir de la herencia del padre, y que con nueve años es llevado a un internado de Escolapios. “Son los recuerdos más espantosos” de su vida, como él mismo los define. El recuerdo de aquella “panda de cuerpos poderosos y crueles”. Una experiencia que creó en él su “odio hacia el poder”.
La historia de Boyero es también la de los últimos años de dictadura, la de un chaval que llega a la universidad a Madrid sin ganas de hacer nada y que juega al póker y sale de fiesta y consume drogas. Allí se hace amigo de Antonio Resines y Fernando Trueba, dos de las personas que le defienden en el documental y que cuentan historias sobre sus primeros cortos. “Recuerdo el primer día de universidad, que vi a una persona mirando con desprecio a todos. Yo me alegré porque dije, 'anda, uno más feo que yo', y cuando entró Boyero dijo, 'esto está lleno de progres de mierda'. Todos nosotros queríamos ser directores de cine, pero Carlos lo tenía claro, no quería hacer nada”, dice Trueba.
También le echan del colegio mayor, y aunque Trueba diga que es por jugar dinero al póker, el propio Boyero reconoce que fue por consumo de drogas. Hay un análisis del auge y caída del periodismo. De sus peleas con Pedro J. Ramírez y del momento en el que se convierte en la peor pesadilla de los directores. Escuchamos a Campanella mandándole a la “reverenda concha de su madre”, a Martín Cuenca recordar la crítica destructiva de Caníbal, o a Álex de la Iglesia contar la primera vez que le insultó, momento en el que pensó “ya soy director”.
Recuerdo el primer día de universidad, cuando entró Boyero dijo, esto está lleno de progres de mierda
Los insultos de Boyero hicieron que hasta se firmara una carta cuestionando su profesionalidad. Algunos de los que la firmaron incluso salen en el documental, pero esta vez destacando lo positivo. El crítico es una buena hagiografía que perdona todos sus pecados para realizar un retrato amable que no recopila todas las veces que insultó o hizo comentarios sexistas, como cuando dijo que Under the Skin solo merecía la pena por el desnudo de Scarlett Johansson.
Ahí comienza la otra parte del documental, el que da voz a los compañeros de profesión e industria. Una parte descompensada donde predominan los halagos y cuesta encontrar las voces discordantes. Estas llegan de las mujeres críticas. Beatriz Martínez, crítica de El Periódico y Fotogramas considera que Boyero representa “el patriarcado, el clasismo y el sexismo”, mientras que Pepa Blanes, jefa de cultura de la Cadena Ser, explica que “no puede compartir los comentarios machistas” de sus textos.
Ambas, junto a Andrea Morán, hablan de cómo Boyero no parece consciente de la precariedad del sector, de las condiciones en las que muchos periodistas acuden a los festivales internacionales, de lo que se cobra por una pieza, mientras él escribe una crítica diciendo que está triste porque ha cerrado su restaurante favorito de Cannes. También se muestra crítico Miguel Marías —hermano del fallecido Javier Marías—, que cree que los textos de Boyero “nunca explican por qué no le gusta, y eso debería estar excluido de la critica”. Por supuesto el documental aborda su eterna pelea con Pedro Almodóvar, que se ha convertido en algo recurrente cada vez que el director estrena nueva obra.
¿Persona o personaje? Una de las eternas preguntas en torno a su figura que este documental intenta resolver y que él mismo decide responder: “No he construido un personaje, en todo caso soy un personaje. No he sido un impostor”.