Si recordamos el final de El despertar de la fuerza, nos vendrá a la mente aquel plano grabado por un dron pilotado con pulso en el que Rey le devolvía a Luke Skywalker su sable láser. Aquello significaba muchas cosas pero, sobre todo, pretendía ser la síntesis de la épica al servicio del fan y al son de la fanfarria de John Williams. Era una nueva generación rindiéndose a otra vieja para decirle “te lo debemos todo, márcanos el camino”.
Pues bien, lo primero que hace Rian Johnson Los últimos Jedi es, justamente, desmontar la épica de aquel relato. Burlarse de ella con un chiste absolutamente fácil para evidenciarnos cuán de fútiles son las esperanzas del espectador y cómo de obvio puede resultar manipularlas. Un gesto sencillo que, en contra de lo esperado, define el tono con el que el director de Looper y Brick nos pone sobre aviso con respecto a lo que vamos ver.
Los últimos Jedi es un episodio con la mirada puesta en el futuro de la saga y en el peso que va a recaer sobre los hombros de quienes la protagonicen. A su vez, también es una redefinición audaz de dos de los mitos de la trilogía original: Luke y Leia Skywalker, papeles para los que Mark Hamill y la tristemente fallecida Carrie Fisher se entregan sobremanera. En el equilibrio, como en la fuerza, está el poder y reconocer el legado de George Lucas nunca fue tener que seguir sus pasos. Los últimos Jedi es la prueba.
Muera lo viejo, viva lo nuevo
“Que el pasado muera”, se repite a sí mismo Kylo Ren (Adam Driver). Aunque si el mantra no le funciona, el joven hijo de Han Solo no duda en ir más allá. Como ya vimos en El despertar de la fuerza, el atormentado y shakesperiano villano de esta saga tiene claro que si el pasado, por sí solo, no decide dejar de ser presente, entonces hay que entonar un buen “mátalo”.
Para Johnson, la voz de Ren parece ser la guía sobre la que construir la futura guerra de estas galaxias. Contradictoria, dubitativa, heredera de las fortalezas de sus padres y madres e irremediablemente subversiva. De ahí que lo admirable del asunto no se halle esta vez en la reverencia al mito, sino en su decisión de superarlo sin olvidarlo. En acercarse a una nueva generación de warsies que no deleguen todo en los esquemas narrativos de las sagas clásicas o las precuelas.
Para empezar, Los últimos Jedi empieza a caminar decidida hacia una nueva forma de entender la saga más allá del apellido Skywalker. Es decir, abre la posibilidad a películas alejadas de la narrativa determinista del héroe. Por fin Star Wars ofrece un relato no marcado por el fatal destino, los linajes de sangre noble y las profecías por traer el equilibrio a la fuerza.
Esto no significa que nos olvidemos de la mitología propia de Star Wars, sino que les dejamos en el altar en el que se adoran los mitos. Como decíamos, Mark Hamill y Carrie Fisher hacen honor a las leyendas que fueron, demostrando porque vencieron una vez y protagonizando sin lugar a dudas los mejores y más épicos momentos de Los últimos Jedi. No obstante, en última instancia, situados en su lugar: líderes de una rebelión que va más allá de ellos. El destino ya no está escrito, ni mucho menos lo deciden ellos, por fin.
Esta nueva entrega de la saga galáctica es la más plural y representativa de todas porque su protagonista es una rebelión que, como anunciará su maravilloso epílogo de marcado carácter spilbergiano, sobrevivirá solo si creemos en ella.
El empeño por plantear dudas en torno a la identidad de Rey y las razones que la llevaban a ser la heroína de esta aventura, se ven contestados de un plumazo y sin ningún aspaviento. Rey puedes ser tú. Poe Dameron -un Oscaar Isaac mejor que nunca- puedes ser tú. Finn puedes ser tú. Incluso Amilyn Holdo -el genial personaje que compone Laura Dern- puedes ser tú. Esta nueva rebelión es colectiva, de protagonismo calculadamente igualitario y de desarrollo común.
No se vence al Imperio porque la fuerza sea intensa en uno u otro personaje, sino porque una nueva generación de oprimidos y olvidados se dará cuenta de que lo es. Codo a codo y en la galaxia somos mucho más que dos.
Star Wars descubre su cara más política
La migración de valores hacia la responsabilidad colectiva por mantener la chispa de la rebelión da lugar y espacio a nuevas lecturas, necesarias en un universo creativo que se inició tras la desconfianza política provocada por Vietnam y Nixon. Ha llovido mucho desde entonces y las nuevas generaciones no conectan con las mismas ideas sociales o políticas.
Asumiendo, por supuesto, que Star Wars es un producto absoluta y abiertamente capitalista -sino el que más en la industria del cine-, no debería pasarnos por alto la capacidad de transmitir discurso de un producto de cultura de masas de esta envergadura.
Los últimos Jedi no obvia el sentir generacional ni elude ofrecer una sorprendente alegoría de la crisis, entonando una especie de “somos el 99%” equivalente a los rebeldes de este universo. De hecho, una de sus subtramas se desarrolla en un casino en el que los más ricos de la galaxia se reúnen para despilfarrar a espaldas de la miseria imperante en su mismo planeta. Mientras, la clase obrera limpia sus desperfectos, recibe los palos y calla. Se olvida de sentir la fuerza.
Uno de los personajes, de hecho, verbaliza este nuevo cariz de la saga asegurando que “sólo hay un negocio que pueda generar tal cantidad de dinero en la Galaxia: la guerra”. Realizando, de paso, una fantástica pirueta satírica sobre lo que es Star Wars: al fin y al cabo, sin guerra constante este mastodonte de la cultura pop no existiría.
Entre tanto mensaje más o menos subliminal, el nuevo film de la saga galáctica ofrece lo que se espera: espectáculo a raudales mediante un tercer acto excesivo y con más de un clímax asfixiante. Todo, formalizado en no pocos hallazgos visuales deudores del mejor cine bélico.
Pero incluso de esta contienda ofrece una lectura compleja. Este episodio sigue excavando el agujero conceptual que ya dejó entrever Rogue One; no todo es de color de rosa en la rebelión. Así, utilizará al desdibujado personaje secundario interpretado por Benicio del Toro para hacernos ver que 'los buenos' también enriquecen a quienes combaten, sin percatarse que el enemigo es, a menudo, otro. Añadiendo matices inesperados a la batalla que se libra en Star Wars desde hace treinta años.
Más allá de eso, y de un maravilloso e inesperado alegato contra el maltrato animal, este episodio también ahonda en el individualismo como palo en la rueda del progreso. Poe Dameron será el encargado de poner en cuestión las voluntades de los demás para, en última instancia, entender que toda pieza importa y el ego -los héroes de antaño-, debería hacerse a un lado cuando se trata de aspiraciones colectivas.
Los últimos Jedi rescata el componente más atemporal de Star Wars para renovarlo, para salvarlo de una quema necesaria de viejas estructuras del pasado. “No venceremos muriendo contra lo que odiamos, sino salvando lo que amamos”, dirá el encantador personaje de Kelly Marie Tran. Y en ello parece trabajar este episodio.