Crónica Festival de Sitges

Unicornios 'dark' para traumatizar al público infantil y otras anomalías de festival

Sitges (Barcelona) —
11 de octubre de 2022 09:29 h

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En Sitges llueve y luego no. Siempre ha sido así desde hace cincuenta y cinco años, es lo que se conoce como el entretiempo. Queda todavía la semana por delante para negociar la meteorología con nuestros fantasmas mientras las películas se suceden y ocurren sorpresas, manifestaciones emocionantes que solo en este festival, tal vez el más importante del mundo en su género, pueden tener lugar.

Es el caso The Fifth Thoracic Vertebra, primer largo del coreano Park Sye-young y una suerte de 'Tsukamoto funghi' con un colchón enmohecido como protagonista. O de Piaffe, cine erótico arty sobre la retribución de la libido, con caballos, botánicos pervertidos y arrebatos caprichosos de tecnazo, un cine tan anticuado en su voluntad de vanguardia como bonito de mirar. Sinopsis podríamos leer durante tardes enteras, otra cosa es ver las películas. Algunas solo piden que nos dejemos llevar en ellas, no solicitan nada, pero después resulta que, espléndidas, han desovado en nosotros una inquietud que en días sucesivos nos tendrá cavilando, y que quizás dé lugar a algunas conclusiones con respecto a nuestra propia circunstancia, sea la que sea. Esa es una de las cosas importantes que hacen a veces las películas de monstruos, demonios y brujas: hechizos. Operaciones filosóficas y humanistas con las que el cine social que hacen los pijos de este país no puede ni soñar.

Los magos electrónicos

El cine tiene tres avatares capitales: el terror, el erotismo y los dibujos animados. Todo lo demás es filfa. Adscrito a la última de esas tres encarnaciones, Alberto Vázquez ha estrenado en Sitges Unicorn Wars, un relato en colores fluorados que enfrenta a unicornios dark y osos amorosos de picha viajada. La película es un relámpago estético insólito y su mera existencia supone un logro colosal en una industria tan enclenque como es la de la animación española. Se estrena en salas comerciales el día 21 de octubre, y todos los padres deberían llevar a sus hijos a verla porque para eso se hace, en realidad, el cine de dibujos para adultos, para que se traumaticen los niños en la clandestinidad de los niños. Para que nunca lo olviden.

Otra anomalía ibérica presente en Sitges es el cine de Velasco Broca, que estos días ha presentado Alegrías riojanas, un cortometraje que es prólogo a su primer largo, El futuro testamento, actualmente en fase avanzada de desarrollo. Se dice en esta pieza que la arquitectura románica apunta hacia el interior del hombre mientras la gótica apunta hacia el cielo. Las arquitecturas fílmicas de Velasco Broca, por su parte, se estarían buscando el rabo como uróboros prendidos de folletín, de tradición y de revelaciones, artefactos mistéricos desbordados de símbolos y de un cachondeo muy serio. Ojalá todo el cine fuera este, ojalá pudiéramos olvidar el resto.

Solo para adultos

Un porcentaje muy alto de los recuerdos de nuestras vidas están relacionados con este festival. Uno de los míos es apócrifo, no lo viví, pero atañe a una fotografía de Jean Rollin posando en la playa de Sitges en la edición de 1976. Jean Rollin hizo un cine, por lo general, de vampiras, pero también de gente corriente, es decir, pornográfico. Uno de esos pornos que rodó en los años 70 amparado en su seudónimo habitual de Michel Gentil, Tout le monde il en a deux, que aquí se llamó, atención, La orgía de las niñas cachondas, sucedía en su casa. Yo nunca estuve en su casa, pero sé que era su casa porque estas películas tan minúsculas no admitían decorados, todo era verdad en ellas. En 2010, cuando el director murió, personas de su entorno organizaron visitas a su domicilio para que los aficionados pudieran apropiarse de sus recuerdos, de libros, objetos y otros bienes del cineasta que de otra manera se habrían perdido, ya que es improbable que una filmoteca o una fundación estatal se haga cargo del patrimonio de uno de los cineastas más marginales de la historia.

Hoy el mundo es un lugar mejor con sus películas dentro, y el festival de Sitges, que lo sabe, le homenajea en esta edición estrenando el documental Orchestrator of Storms, donde se ilustra la figura de un artista empeñado en desestimar su propio estilo, de por sí vago y rutinario, y dando finalmente un cine desentendido hasta del cine como tal, pero en su lugar pujante de anarquía, de lírica equívoca, de sexo psicológico y de poco más, porque al fin y al cabo poco más es tan necesario como todo eso.

Escandalosa Brigitte

Fue Jean Rollin quien entregó a Brigitte Lahaie una guadaña y le ofreció hacer un cine ajeno al pornográfico, en el que la actriz se había bregado durante unos pocos años muy fructíferos. Empezó como doble de cuerpo a mediados de los 70, poniendo sus nalgas y sus pechos al servicio de otras actrices, pero su belleza candeal, unas formas fecundas y una expresión poco hecha, con esa mirada a la vez encendida e inocente idónea para un cine basado en la física y la química, la convirtieron pronto en una de las grandes figuras de la era dorada del porno francés. Luego, más allá del cine equis, rodaría con Henry Verneuil, Jean-Jacques Beineix, con Alain Delon en su primera película como director, En la piel de un policía, o con nuestro Jess Franco la disparatada Los depredadores de la noche, recuperada en Sitges estos días.

Hoy Brigitte es alguien muy popular en Francia por sus programas de radio y sus publicaciones sobre sexología, aunque aquí ha venido para recoger el premio Nosferatu a toda una carrera, que sobre el escenario ha querido compartir con el recuerdo de Jean Rollin, amigo suyo del alma a cuyas órdenes pretendió algún día haber encarnado a la condesa Bathory y bañarse en sangre de vírgenes en una película que no existe, pero que los aficionados soñamos cada día poder ver al día siguiente.