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Veinte películas para disfrutar y/o evadirte de la Navidad

Michael Caine y sus amigos de trapo

Javier Pulido / Javier Pulido

Madrid —

Para distraer a los niños mientras miras de reojo

La navidad de Charly Brown (Bill Melendez, 1965). Los ejecutivos de la CBS no lo acababan de ver claro: ¿un especial televisivo de Peanuts sin risas enlatadas, música de jazz, extractos del Evangelio según San Lucas y voces de niños reales? Lo que proponía Charles M. Schulz equivalía a un suicidio comercial, pero el creador de Snoopy se mantuvo en sus trece y no aceptó ninguna imposición. ¿El resultado? Más de quince millones de espectadores en su momento y un clásico atemporal para miles de generaciones. Es el corto ideal para poner a tus hijos si preguntan qué significa la Navidad y no sabes qué contestar.

Pesadilla antes de Navidad (Henry Selick, 1993). Spielberg llegó a pensar en Tim Burton para dirigir Gremlins, pero acabó descartándole porque aún no se había puesto al frente de ningún largometraje. Por aquel entonces, Burton había escrito un atípico poema navideño de tres páginas, germen de un corto televisivo que fue descartado por Disney por resultar demasiado oscuro. No era para menos: hablamos una retorcida fábula animada en stop-motion y protagonizada por un esqueleto maníaco-depresivo aburrido de ser el rey de Halloween Town que secuestra a Santa Claus para usurpar su puesto. Hasta diez años después no se dio luz verde a un proyecto por el que Henry Selick se dejó la vida y obtuvo muy poco reconocimiento. No fue un gran éxito de taquilla, pero el culto a su iconografía adorablemente gótica se ha mantenido hasta la actualidad.

Los Teleñecos en Cuento de Navidad (Brian Henson, 1992). Ojo, palabras mayores: para el primer gran proyecto de los Teleñecos tras la muerte de Jim Henson se fichó a -ovación cerrada- Michael Caine en el papel de Ebenezer Scrooge. Esta adaptación del Cuento de Navidad de Charles Dickens con las deliciosas tonadillas marca de la casa pasó algo desapercibida por el estreno de Solo en casa 2, pero el tiempo la ha puesto en su lugar: no sólo es una perfecta forma de introducir a los chavales en el universo Dickensiano, también es una de las adaptaciones más fieles de su obra.

El Grinch (1966 y 2000). Triple combo infalible para mantener entretenidos a los niños en Navidad: en primer lugar, que lean ¡Cómo el Grinch robó la Navidad!, el encantador cuento ilustrado que escribió Dr. Seuss en 1957, protagonizado por una criatura peluda con un corazón dos tallas más pequeño de lo normal. Luego, que disfruten de El Grinch: el cuento animado (1966) la adaptación televisiva de Chuck Jones con arrebatadora estética a lo Looney Tunes. Si ya estudian inglés, mejor ponerles la versión original, con la narración de un Boris Karloff que también pone la voz del Grinch. Como no llega a media hora, podemos acabar la sesión con El Grinch, la versión en imagen real que dirigió Ron Howard en 2000, con el protagonismo absoluto de Jim Carrey. Eso sí, no les cuenten que el actor tuvo que recurrir a técnicas de resistencia de Navy Seals para poder aguantar las tres horas diarias de insufrible maquillaje.

Para una noche en familia

Para una noche en familiaLa jungla de cristal (John McTiernan, 1988). Nació como una secuela de Commando que ninguno de los tipos duros de los ochenta estaba dispuesto a interpretar. 25 años después, se ha convertido en la mejor película de acción de todos los tiempos, según la revista Entertainment Weekly. Más difícil es explicar por qué se ha convertido en una de las películas favoritas de estas fechas para casi todo el mundo, al igual que sucede en menor medida con Arma Letal (Richard Donner, 1987) o Batman vuelve (Tim Burton, 1992). Vale, se desarrolla en Navidad y entre explosiones, cristales rotos y ametralladoras se cuela un bonito mensaje familiar. Pero mejor no analizar el fenómeno demasiado y dejarse llevar -por nonagésima vez- por las magistrales set-pieces rodadas por John McTiernan y el deslumbrante carisma de Bruce Willis/John McClane, un desastroso antihéroe enfrentado a una situación extraordinaria.

Los fantasmas atacan al jefe (Richard Donner, 1988). Entre película y secuela de la saga Arma Letal, Richard Donner sacó un hueco en su agenda para rodar una versión modernizada y en clave de comedia del Cuento de Navidad de Dickens y, de paso, lanzar unas cuantas pullas a la industria televisiva y al consumismo. Sin llegar al nivel de adicción que provoca Atrapado en el tiempo, es imposible no tenerle cariño por su sobresaturación de efectos especiales y de guión y el protagonismo absoluto de un Bill Murray al que parecen sentarle de maravilla las películas con ectoplasma incluido. El tagline norteamericano de la película rezaba: “Bill Murray vuelve a estar entre fantasmas, sólo que esta vez son tres contra uno”.

Gremlins (Joe Dante, 1984). Gremlins iba para película de terror de bajo presupuesto, pero Dante rebajó el tono para hacerla más familiar: comienza como ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946) -en esa pequeña localidad nevada poblada de gente encantadora-, se transforma en una parodia de las películas de monstruos de los 50 y acaba como una anárquica versión de Los pájaros de Hitchcock. Lo que no se dulcificó fue su brutal humor negro y su mensaje nada subliminal contra el consumismo navideño. Da igual que te encuentres en el bando del adorable Gizmo o prefieras la banda macarra de Stripe, cuando aparece un mogwai en pantalla es imposible apartar la vista del televisor.

Elf (John Favreau, 2003). Vale, Will Ferrell proviene de la escuela de humor incendiario del Saturday Night Live, pero aquí no hay trampa ni cartón. Elf es una comedia navideña de humor blanquísimo que, la verdad, resulta más divertida de lo que recordábamos. En Estados Unidos arrasó y ya es un clásico reciente, pero aquí no se le hizo mucho caso, así que nunca es tarde para disfrutar del talento de Ferrell dando vida a un humano criado entre elfos que arrastra evidentes problemas de identidad.

Navidad de sofá y manta con la pareja

Navidad de sofá y manta con la parejaLove Actually (Richard Curtis, 2003). Hasta el estreno de Love Actually, ¡Qué bello es vivir! era la película navideña por excelencia, claro que cada vez resultaba más difícil sentirse identificado con el romanticismo en clave New Deal del gran clásico. Un reparto cuajado de estrellas, diálogos chispeantes y hasta diez historias en torno al comienzo y el fin del amor, redenciones y segundas oportunidades, con las que es imposible no sentirse identificado en algún momento. Love actually no perseguía ningún target específico porque apuntaba a todos. No erró el tiro. Diez años después, reina el consenso: estamos ante la película navideña del siglo XXI.

Cuando Harry encontró a Sally (Rob Reiner, 1989). “No es porque esté solo ni tampoco porque sea Nochevieja. He venido aquí esta noche porque cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, deseas que el resto de tu vida comience cuanto antes”. Irresistible colofón a una deliciosa comedia romántica que parte de una pregunta que a todos se nos ha pasado por la cabeza: ¿pueden dos personas de distinto sexo ser amigos? Sabemos desde el principio cómo acabará la cosa, pero nos encanta disfrutar del viaje una y otra vez. Y ojo, que en la primera versión del magistral guión de Nora Ephron Harry y Sally no acababan juntos.

El apartamento (Billy Wilder, 1960). Un sucio cuento de hadas en el que encontramos adulterio, intentos de suicidio, problemas de alcoholismo e hipocresía por doquier; una ácida sátira del capitalismo y sus horarios de trabajo interminables, de los jefes tan déspotas como inútiles y de esos empleados capaces de bajarse los pantalones por un ascenso. Seguro que les suena. Y sin embargo...la maravillosa historia de amor entre Fran Kubelik y C.C. Baxter -que no son precisamente un modelo de conducta, solo demasiado humanos- redime de cualquier miseria moral y arregla todos los días malos de este mundo. Cuando se empezó a filmar El apartamento, sólo había 29 páginas de guión. El resto del libreto de Wilder e I.A.L. Diamond se escribió en base a la extraordinaria química entre Shirley MacLaine y Jack Lemmon, a la que debemos frases tan memorables como “un día vi una huella en la arena y ahí estabas; es algo maravilloso, cena para dos”, gags visuales deliciosos como esos espaguetis escurridos en una raqueta de tenis o momentos tan tiernos como aquel en el que Baxter tapa con dulzura los pies de una dormida señorita Kubelik.

Algo para recordar (Nora Ephron, 1993). Meg Ryan y Tom Hanks sólo comparten dos minutos de pantalla juntos en quizá el mejor ejemplo de la tan denostada comedia romántica de los noventa. Un plantel de secundarios formidable, buena dosis de humor para compensar el nivel de azúcar y un climático e inolvidable encuentro en el Empire State Building. Es tan solo uno de los guiños a la película en que se inspira, que en España se llamó Tú y yo (Leo McCarey, 1957), con los inolvidables Cary Grant y Deborah kerr, que a su vez es un remake de la obra maestra Tú y yo (1939), del mismo director y con la no menos mítica pareja formada por Irene Dunne y Charles Boyer.

Para una fiesta con amigos

Para una fiesta con amigosRare exports: un cuento gamberro de Navidad (Jalmari Helander, 2010). Joulupukki, nombre finés de Santa Claus, era en origen un macho cabrío de mal café que no sólo no dejaba regalos en Navidad, sino que exigía comida. ¿Qué pasaría si se encontrara a esta versión siniestra del mito enterrado y congelado en la nieve? De esta original premisa parte uno de los más atípicos y divertidos cuentos de Navidad cinematográficos. Hace tres años arrancó bastantes sonrisas y aplausos en Sitges.

Saint (Dick Maas, 2010). Otra opción a tener en cuenta si uno está ya harto de la versión bonachona de Santa Claus. Lo que tenemos aquí es un slasher de filiación ochentera protagonizado por un San Nicolás vengador, encabronado y comeniños. Un poco más salvaje que Rare Exports, aunque al final no derive exactamente en la orgía de sangre y violencia que promete.

Bad Santa (Terry Zwigoff, 2003). Basada en una historia de los hermanos Coen y protagonizada por Billy Bob Thornton en sus 15 segundos de gloria, parte de una premisa potente: un tipo se disfraza de Santa Claus para satisfacer su adicción al alcohol, el sexo y las cajas fuertes. La profusión de tacos intenta por acumulación hacernos creer que estamos ante una comedia negrísima pero como sucede con gran parte de la Nueva Comedia Americana, su fondo en el fondo es bastante blanquito.

Black Christmas (Bob Clark, 1974). Se abre el telón: un maníaco homicida espía a jóvenes universitarias durante la celebración de una fiesta emblemática. ¿Halloween? Casi. John Carpenter se inspiró abiertamente en este Black Christimas a la hora de guionizar y rodar su clásico, y además persiguió a su director para que se embarcase en una secuela -que nunca llegó, aunque hay remake-. Un clásico oculto del cine de terror repleto de tics visuales setenteros y un final memorable.

Solo en casa

Solo en casa

Un cuento de navidad (Arnaud Desplechin, 2008). Si las reuniones familiares suelen acabar en drama en casa, nada como ponerse esta película como terapia previa. Un buen puñado de clichés del cine navideño -familia disfuncional que se reúne y se enfrenta a un conflicto del que salen reforzados- pasados por el filtro de cierto cine francés reciente. O lo que es lo mismo, una tragicomedia coral con multitud de guiños -de Shakespeare a Beckett- y personajes que en el fondo celebra la vida aunque joda.

De ilusión también se vive (George Seaton, 1947). Dos de los motivos más utilizados en las películas navideñas, siempre resueltos en emotiva epifanía: un personaje que ha dejado de creer en el espíritu de la Navidad y un estrafalario personaje que afirma ser Santa Claus y sufre por ello las mofas del vecindario. Ambos beben de este clásico de estas Fiestas, que ya ha conocido cuatro remakes y un musical en Broadway. Hay guiños a De ilusión también se vive en series tan dispares como La dimensión desconocida y Los Simpson. En 2006 el American Film Institute la metió en el top 10 de las películas más inspiradoras de todos los tiempos. Medicina infalible para cínicos.

Brazil (Terry Gilliam, 1985). Otra no-película de Navidad para ahuyentar a la familia o pasar un buen rato de evasión inteligente si no te ha quedado más remedio que pasar las fiestas en soledad. A medio camino entre el totalitarismo orwelliano y las pesadillas burocráticas que imaginó Kafka, esta distopía protagonizada por un funcionario soñador transformado por accidente en enemigo del Estado cuenta con uno de los Santa Claus más aterradores de la historia del cine, además de otros guiños sardónicos a costa de las fiestas.

The snowman (Dianne Jackson, 1982). La joya oculta de la lista. The snowman es un precioso cuento ilustrado sin textos que Raymond Briggs publicó en 1878, adaptado en forma de corto animado en 1982. Al igual que el original carece de diálogo, suplido por una fantástica partitura de Howard Blake y la canción Walking in the air. Su mágico diseño artesanal y su infinita ternura le valió una nominación a un Oscar de la Academia, que no ganó. La versión original cuenta con la presencia de Briggs, aunque hay una edición alternativa en la que el prólogo corre a cargo de Su Majestad David Bowie.

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