La venganza se pinta los labios de rojo contra “el silencio cómplice” ante los abusos en ‘Nina’
Nina se pinta los labios de rojo, se ajusta su cazadora, también roja, mete dos balas en su rifle y avanza hacia su destino. La imagen podría ser la de un wéstern clásico, pero forma parte del imaginario que ha parido la directora Andrea Jaurrieta en su segunda película, que coge el nombre de su protagonista, esa Nina que vuelve al pueblo de su infancia para una venganza contra el machismo, los abusos y sobre todo, el silencio cómplice que mira a otro lado y ha permitido el triunfo de una cultura de la violación.
Que Nina llega para vengarse no es un spoiler. La película comienza con su rostro ―o el de una Patricia López Arnáiz que es pura furia contenida a punto de estallar― iluminado por una luz azul. Es la primera vez que la vemos junto al arma que la acompaña a una habitación de hotel que es también un viaje al pasado más traumático. El segundo filme de Jaurrieta tras la prometedora Ana de día es una apuesta por explorar temas como el consentimiento desde otro lugar, alejado del naturalismo que hemos visto en otras propuestas recientes. Jaurrieta ingiere todas sus referencias del cine clásico y las regurgita en forma de cóctel personal, arriesgado y único.
Hay en Nina un gusto por el color, por la composiciones juguetonas y, sobre todo, por el montaje (de Miguel Ángel Trudu) que la lleva a componer dos escenas para el recuerdo del cine español de este curso donde pasado y presente se dan la mano sin necesidad de flashbacks metidos con calzador. Una persecución en dos tiempos que con la música de Zeltia Montes se convierte en un prodigio de ritmo y tensión y un encuentro en una procesión donde los gestos del abuso se reconfiguran en los de la venganza en un momento climático impresionante.
La propia cineasta considera esta película un salto “cuantitativo”. “Ha costado 20 veces más que Ana de día y aun así Nina sigue siendo una película pequeña, pero es verdad que he tenido la posibilidad de trabajar mucho más tranquila y arropada, y eso se nota. He tenido, además, la suerte de tener la misma libertad creativa que en la primera porque he tenido a unos productores que desde el principio confiaron en una propuesta friki que les presenté y me han apoyado hasta el final. Creo que es una película querida en todos los sentidos”, dice sobre el filme, que ganó el premio del jurado de la crítica en el pasado Festival de Málaga.
El desarrollo del guion tuvo lugar en una residencia de la Academia, donde Jaurrieta siempre contaba entre risas que para presentar el proyecto a los productores entraba en la habitación con una pistola de juguete. Al final esa imagen, la de esa mujer que dispara para saciar su venganza es un leitmotiv visual y temático del filme: “Es que mi película es eso, un disparo. Este tema se podría tratar de muchos puntos de vista, porque es un tema muy actual. Yo empecé a escribirlo en 2019, pero estaba ahí ya sobre la mesa. A mí lo que me salía era tratarlo desde ahí, desde coger una pistola y sacar la rabia. Es la imagen de la película porque es lo que a mí me sale al hablar de estos temas, la rabia. En la vida real yo no podría empuñar un arma, pero en la fantasía del cine puedo hacerlo”.
Lo que me sale al hablar de estos temas es rabia. Yo en la vida real no podría empuñar un arma, pero en la fantasía del cine puedo hacerlo
El tema es el consentimiento, y Jaurrieta tiene claro que es algo que “afecta a todas”. “Son temas que están saliendo ahora porque afortunadamente ya no nos estamos callando. Es algo que está pasando y que hay que hablar. Nina creo que puede aportar el tratarlo desde la venganza, desde el costumbrismo del pueblo, porque quizás hemos tenido una mirada muy romántica hacia el pueblo y esta película habla de la claustrofobia”, añade. También de un silencio que es “una herida más grande para ella, porque entiende que ella huyó también por ese silencio, por ese 'no me quiero mojar' de la gente, ese silencio social que nos alude a todos”.
Una venganza con estilo
En Nina hay una apuesta formal que reformula propuestas del cine clásico, y que para la directora siempre fue así desde su origen. Recuerda que cuando contaba la película, a la gente le costaba entender “por dónde iba a ir el aspecto formal ” del filme. Como si esperaran algo más naturalista. Pero con su equipo tuvieron muy claro que el tono era otro, uno que “mira al pasado pero con elementos del presente”.
Andrea Jaurrieta no tiene miedo en reconocer esos referentes, y ahí está el rostro de Romy Schneider teñido de azul en El infierno, la película inacabada de Clouzot con la que dialoga la escena inicial de su filme. También Calle Mayor, de Juan Antonio Bardem, a la que cita como influencia para esa procesión que inicialmente tenía más diálogo y acabó convirtiéndose en un ejercicio de montaje. “No hacía falta que hablaran. Tenías a un pueblo que baja la mirada y a una virgen. Con eso ya estabas hablando de un tiempo detenido, de unas tradiciones de toda la vida y seguirán en el futuro y de ese silencio”, explica la directora.
Su estilo se aleja de ese realismo con el que muchos vinculan a las mujeres directoras y que para Jaurrieta tiene que ver con un tema de presupuestos. “Nos habéis dejado dirigir, pero cosas chiquititas, con esa etiqueta de mujeres. No. Hay que ir un paso más allá. Que nos dejen hacer películas para todo el mundo. No hagáis un nuevo nicho desde el que es muy fácil controlarnos”, dice de forma tajante para poder desarrollar más miradas que no estén limitadas a una falta de presupuesto. Quizás ocurra en la tercera, que ya la tiene encaminada con un guion que comenzó a escribir Bárbara Magdalena y que continuará ella para hablar de sus temas: “mujeres un poco oscuras que se plantean sus propios conflictos, que reflexionan sobre su sexualidad”. Para este también tiene claro el referente, y cita a Fassbinder para poner los dientes largos.
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