La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Crítica

‘Venom: El último baile’ agota la poca gracia que le quedaba al personaje

24 de octubre de 2024 22:53 h

0

La trayectoria de Venom en el cine siempre ha dependido desesperadamente de nuestra complicidad. Ha sido así desde que, en 2007, el encuentro del simbionte alienígena con Peter Parker —y más tarde con Eddie Brock— diera paso a un Tobey Maguire de flequillo indescriptible bailando en un club de jazz. Spider-Man 3 era un desastre absoluto agravado por una aparición de Venom que el estudio le había obligado a meter a Sam Raimi desbordando su película de villanos y subtramas, pero como no dejaba de tener su gracia empezó a generar un culto. Esta contradicción, de hecho, ha sido otro rasgo clave del Venom cinematográfico: su materialización a través de decisiones empresariales despóticas y oportunistas no evita que genere un atractivo muy particular.

Lo vimos más claro en la propia Venom. Cuando se estrenó en octubre de 2018, la película de Tom Hardy parecía totalmente desubicada. A sus espaldas tenía los taquillazos de Vengadores: Infinity War y Black Panther —esta última una película de superhéroes que iba a apañárselas para medrar en los Oscar— así como la sátira de Deadpool 2, y por delante —se estrenaría un par de meses después— Aquaman. En aquel entonces DC había decidido renunciar a un estilo definido en su universo tras los disgustos con Zack Snyder, algo que el público bendijo con más de 1.000 millones de dólares recaudados. Entretanto, Venom ni tenía la solidez de Marvel Studios, ni el calculado descaro de Deadpool, ni la anarquía de Aquaman. Y aún así ganó muchísimo dinero.

Venom hizo 856 millones de dólares con un rechazo de la crítica casi total. Se señalaba, con razón, lo derivativo de aquel espectáculo. Los efectos visuales eran penosos, el guion no tenía ni pies ni cabeza, y en general había una apabullante falta de convicción en el esfuerzo de inaugurar una saga. Tal era el deseo de Sony: levantar una franquicia cinematográfica a la sombra del Universo de Marvel, a través de personajes secundarios de los cómics de Spider-Man. Era una jugada tan trapacera, tan de aprovechar las migajas de ese filón superheroico del que las finanzas de Hollywood habían pasado a depender, que esto saltaba a las imágenes. Venom era un espectáculo endeble, la emanación residual más triste de un paisaje cultural que ya entonces empezaba a saturarnos.

¿Cuál fue la respuesta del público? Empezar a bromear con el hecho de que la película dirigida por Ruben Fleischer era, en realidad, una comedia romántica entre Eddie Brock (un Hardy, todo hay que decirlo, bastante entregado a la causa) y el simbionte que hacía presa de su cuerpo, dando pie a una dinámica mayormente graciosa. Conscientes de lo bien que había caído este elemento, sus artífices lo intensificaron de cara al futuro. Y así, a lo tonto, Venom ha podido ser una trilogía. Venom: El último baile, tercera entrega y supuesto final, se lo juega todo a que el público siga encontrando simpático este gigantesco despropósito.

Un personaje puramente coyuntural

A Venom: El último baile, digámoslo ya, le ha tocado lidiar a lo grande con el ominoso vacío que nunca ha dejado de pender sobre la saga, acaso contagiado por los otros films que han llegado tras la anterior Venom: Habrá matanza —506 millones en las postrimerías de la pandemia, nada mal— para integrar este SSU (Sony’s Spider-Man Universe). O mejor dicho, este Universo de Personajes Secundarios de Spider-Man (UPSS), como proponíamos rebautizarlo a raíz de Madame Web. Una película que, como Morbius, no conseguía zafarse del vacío susodicho, y que se resignaba al fracaso sin ser muy distinta en planteamiento a los Venom. Solo algo menos hábil en hallar complicidad.

Con Morbius y Madame Web también hubo risas, pero se limitaron a las redes sociales, a memes previos antes del correspondiente hundimiento en cines. Fue especialmente sintomático lo que ocurrió con Morbius: en compases avanzados de la debacle se extendió un meme, It’s morbin’ time (frase que se no se decía en la película), con tanta fruición como para convencer a Sony de organizar un reestreno en EEUU. Fue otro fracaso, que exhibía a las claras la diferencia entre Morbius y Madame Web frente a los Venom: los Venom han sabido capitalizar el humor caótico de las redes sociales, al contrario que las otras dos películas. El simbionte, aliado con lo bien que suele caer Tom Hardy, es, por lo tanto, tan coyuntural como las demás criaturas, pero ha tenido más suerte.

Esto quizá le venga de nacimiento. Como personaje de los cómics, estudiar a Venom es estudiar la fase del cómic superheroico estadounidense que a fuerza de querer ser más oscura y adulta, más ridículamente adolescente pareció. Hablamos de los años 80, donde el nacimiento de Venom alternaba con los cómics más siniestros de Batman —La broma asesina, El regreso del señor de la noche— y las creaciones más lúcidas de Alan Moore —La cosa del pantano, Watchmen—, cuya incuestionable calidad dio paso no obstante a un perezoso fetiche por lo sangriento. Venom es el mejor ejemplo, vinculado a un acceso provisional del bondadoso Spider-Man a su “lado oscuro” y conformado en Eddie Brock como su antítesis, el Protector Letal. 

El Protector Letal difícilmente podría ser considerado un villano. Le gusta arrancarle la cabeza a sus enemigos, pero no deja de ser una gamberrada: tan cosmética y superficialmente “malvada” como su color negro, su abultada musculatura y su grotesca lengua entre colmillos. Venom no es más que un malote, y esta faceta ha sido sobriamente respetada durante su andadura cinematográfica gracias a la dejadez de Sony a la hora de tomar decisiones que vayan más allá de diseñar calendarios de estrenos. Venom habla constantemente de mutilar a sus enemigos y presume de una crueldad que solo vemos en la medida en que es una compañía ciertamente tóxica para Eddie Brock. Pero no hace más que hablar y relamerse. El PG-13 no da para más.

En Venom: El último baile Venom se come unas cuantas cabezas y lo hace sin gore alguno. Se conforma con borrones digitales rubricando su aventura final: el simbionte y Hardy separarán sus caminos en esta película —donde Kelly Marcel debuta como directora tras haber coescrito con Hardy los guiones de la saga—, y lo harán con una claudicación definitiva, las cartas sobre la mesa. Porque todos, en El último baile, parecen conscientes de haber alargado durante seis años un fenómeno estéril e irrelevante. Incluso se percibe algo de alivio con el hecho de acabar por fin.

Lo que había detrás del meme

En un momento dado de Venom: El último baile la acción se traslada a Las Vegas y Venom se pone, pues eso, a bailar. Se encuentra a una antigua conocida y suena un remix electrónico de ABBA impulsando una danza premeditadamente hortera, a la que le falta un “for your consideration” si este rótulo estuviera dedicado a quienes suben vídeos de vocación viral a TikTok y no a los académicos que deciden la carrera de los Oscar. Porque eso es lo que quiere El último baile, lo que quería Venom: Habrá matanza y lo que quería en mayor o menor medida (ahí fue un poco más accidental) el primer Venom. Guiñarnos un ojo. Bromear con la propia absurdez de su andamiaje.

Es un humor que podría remitirnos a Deadpool, aunque no hablamos exactamente de lo mismo. Deadpool bromea desde la seguridad de estar en la cima. Deadpool y Lobezno ha arrasado este verano a base de un obsceno regodeo en la posición hegemónica de Disney dentro de la industria —habiendo absorbido Fox y aún así teniendo la desfachatez de homenajear a los X-Men cuya continuidad ha desarticulado—, mientras que el humor de Venom llega desde un lugar muy distinto. Se proyecta a partir de la trastienda de un género agónico como es el de los superhéroes, a través de una rendija donde la gentrificación del mercado favorece que nada importe demasiado entre multiversos, reboots inagotables e incluso actores que parecen tan desconcertados como el público.

Venom: El último baile tiene en el reparto a Chiwetel Ejiofor y Rhys Ifans. Ambos ya han protagonizado películas de Marvel antes: Ejiofor es Mordo en las aventuras de Doctor Strange e Ifans fue el Lagarto en el Amazing Spider-Man de Andrew Garfield. Se supone que estas entregas integran una continuidad ajena a Venom así que no hay una incoherencia como tal, pero igualmente resulta extraño y agrava la aguijoneante sensación de que esto lleva tiempo sin dar más de sí. Al UPSS, de tan ingrata como es su articulación, le ha tocado servir de chivo expiatorio mientras Marvel Studios intenta salir de su bache —Deadpool y Lobezno apunta a haberlo logrado— y DC Studios aguarda una remodelación con el Superman de James Gunn. Sus defectos no están, en fin, muy alejados de la norma de estas producciones, pero brillan mucho más.

En El último baile brillan sobre todo porque la gracia se ha evaporado, y ocurrencias como el citado baile o el caballo simbionte —reventado completamente en los tráilers— solo semejan intentos desesperados de generar memes. La cosa es incluso más grave porque, por un lado, Venom 3 añade varios personajes satélite alrededor de Venom-Hardy —Ejiofor junto a la científica de Juno Temple, inmersos en diálogos agotadores para explicar una trama inexplicable—, y por otro se ve en la necesidad de ponerse nostálgica para convencer al público de que no ha perdido el tiempo viendo estas estúpidas películas, ahora que su amago de historia alcanza la conclusión.

El último baile intenta hacer acopio de emoción y romanticismo crepuscular a la hora de despedirse de sus personajes, con algún que otro desvío interesante sobre el papel —el caso de Ifans y su familia cruzándose en el camino de Brock— velozmente abortado por la inanidad de todo lo construido hasta ahora. No hay forma de conmover genuinamente a partir de lo que solo ha sido un chiste del que podíamos olvidarnos rápidamente haciendo scroll, y El último baile lo va descubriendo en tiempo real. Por eso la película es aburrida e irritante, y más que finalizar con una pretensión de clausura orgánica lo hace con evidente agotamiento.

Un agotamiento, además, capaz de mover a la angustia. Porque en unas semanas se estrena Kraven el Cazador, nueva adición al UPSS de pinta horripilante, y porque Hardy dice que esta no tiene por qué ser una despedida definitiva para Venom. Que igual en un futuro se enfrenta por fin contra Spider-Man, o algo así. El UPSS va a enterrar el cine de superhéroes. Nos va a enterrar a todos.