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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La Venus de Roman Polanski

Polanski pone a su mujer en el escenario con su doppelgänger

Marta Peirano

Leopold von Sacher-Masoch era austríaco y también hijo de un Jefe de Policía de Lemburg, lo que probablemente explica muchas cosas. La Venus de las Pieles (1870) es su libro más famoso, pero no el único. Su ambición era producir una serie llamada El legado de Caín de seis libros sobre seis temas fundamentales: el amor, la propiedad, el estado, la guerra, el trabajo y la muerte. La Venus de las Pieles fue el segundo.

La trama es sencilla y retorcida: cuando un amigo le cuenta a Severin von Kusiemski un sueño que tuvo con una Venus que vendía pieles, Severin le entrega un manuscrito llamado Confesiones de un hipersensual, donde cuenta su historia de amor con Wanda von Dunajew. Severin está obsesionado con la rubia Wanda, que le somete a todo tipo de humillaciones sexuales. El libro es digno hijo de la escuela vienesa del fin de siglo y el origen de casi toda la literatura de dominación: hay cuero, tacones, látigos, infidelidades, tortura por celos, interpretaciones psicoanalíticas irresponsables y, por supuesto, pieles, que la domina debe llevar cuando se sienta “especialmente cruel”. Los dos protagonistas cierran su relación con un contrato vinculante en el que se comprometen a ser dueña y esclavo durante seis meses. Finalmente, Wanda le propina el castigo último, abandonándole por otro. Aquí se pueden leer extractos en la exquisita edición de Tusquets.

Aquel affair estaba inspirado en uno real, que el autor mantuvo con la escritora Fanny von Pistor. A Sacher-Masoch le gustaba jugar al oso y hacerse cazar, o vestirse de sirviente, romper cosas y hacerse castigar por una mujer opulenta envuelta en pieles y armada de un látigo. También le gusta prostituir a su amante o ver cómo se entrega a otros hombres. Los dos amantes escaparon juntos a Venecia, donde dieron rienda suelta a su fantasía sin arruinar su reputación. Su contrato incluía una cláusula de ocho horas diarias en las que el autor podía dedicarse a escribir (presuntamente, este libro) y donde la domina se compromete a no leer sus cartas y manuscritos.

Cuando se publicó, la Venus cambió para siempre el significado de la palabra esclavo y dió lugar al popular genero que ha infectado la cultura occidental desde entonces, desde la fantasía autodestructiva Historia de O a las fetichistas fotos de Ellen Von Unwerth. Hasta Gilles Deleuze le dedica un largo ensayo, donde se admira de su manera de “desexualizar” el amor “pero, a la vez, de sexualizar por entero toda la historia de la humanidad”.

También cambió la vida de Sacher-Masoch, que se llenó de fama y el escándalo. Ya famoso, entabló correspondencia con una joven llamada Aurore Rümelin, que ella firmaba como Wanda y con la que se casó en 1873 para desgracia suya, porque le abandonó unos años más tarde y escribió unas memorias que no le favorecían. En 1879, Richard von Krafft-Ebing publicó su famoso Psychopathia Sexualis, un manual de trastornos psiquiátricos donde usaba su nombre como todavía lo hacemos ahora, para designar a aquellos que buscan placer erótico a través del dolor. Paradójicamente, el término se popularizó internacionalmente, mientras que el autor que lo había inspirado caía en el olvido, antes de morir en 1895.

El arte de desnudarse adaptando una adaptación

El original de Sacher-Masoch ha sido adaptado por mucha gente, de Werner Fassbinder a Jess Franco pasando por el genial dibujante italiano Guido Crepax, pero no por Roman Polanski, cuya película es la versión cinematográfica de una adaptación teatral que David Ives llevó a Brodway con éxito inmediato en 2010.

En la trama, Thomas Novacheck (Mathieu Amalric), dramaturgo y director, se desespera buscando una actriz “madura, sexy e inteligente” para su adaptación de La Venus. Quiere a alguien “capaz de pronunciar inextricable sin ayuda de un entrenador” y sus plegarias son atendidas cuando, de la noche y la tormenta, como corresponde a las apariciones fantásticas, llega Vanda Jordan y le fuerza a hacerle una audición.

Al director franco-polaco le gustan las limitaciones del teatro; su última película (Carnage, una adaptación de una obra de Yasmina Reza) era un ejercicio de economía escénica donde dos parejas de mediana edad que se despedazan entre ellos durante hora y media sin salir del salón. En la nueva película, dos personas echan un pulso en un escenario ajeno, 90 minutos de jugosa batalla dialéctica que oscila maravillosamente entre la comedia de enredo y el slasher matrimonial Lunas de Hiel.

“No se cómo poner una relación sadomasoquista en escena sin que parezca ridícula -explicaba David Ives en una entrevista. - Saqué todo lo que no era conflicto, incluyendo todos los personajes que no son los centrales y puse a los dos protagonistas en colisión entre ellos y con el texto original”. La actriz parece exáctamente lo contrario de lo que quiere Thomas: es vulgar, inculta y piensa que el libreto es una novela guarra basada en la canción de la Velvet. Mientras leen, Vanda discute las motivaciones de la obra, de los personajes y del propio director, al que transforma en Severin sacando de la bolsa una casaca vintage, en cuya etiqueta se lee Siegfried Müller, Viena 1861.

El nombre de Müller, comandante de las SS, no puede ser casualidad, como tampoco es casual que sea éste el primer papel protagonista que Polanski le da a su mujer Emmanuelle Seigner desde Lunas de Hiel. No es casual que su personaje se llame Vanda, o que lleve el guión en el bolso sin que nadie sepa cómo llegó hasta allí. Pero lo que resulta del todo imposible pasar por alto es la última vuelta de tuerca en un relato basado en la novela masoquista original: Polanski invoca a su mujer en escena para que domine a su propio doppelgänger, un Mathieu Amalric que no sólo se parece a Polanski sino que se peina, se viste y hasta habla como él. Pero en mucho más joven.

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