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'La verdadera historia de la banda de Kelly': el forajido punk y travesti que luchaba contra el 'opresor británico'

Con la fiebre del oro el estado de Victoria, Australia, pasó de tener 80.000 habitantes  a medio millón en una década. Muchos de ellos eran migrantes católicos irlandeses que huían de la pobreza, solo para encontrarse con una sociedad que replicaba el sistema del que escapaban. Terratenientes y fuerzas policiales protestantes británicas hacían gala de los mismos prejuicios, mecánicas de opresión y violencia que en el Imperio británico.

Hijo de irlandeses, Ned Kelly vio como apresaban a su padre por 'robar pieles y ganado' sin tener pruebas. Lo que ocurría en realidad era que el hombre gustaba de vestirse con trajes de mujer. Y ser irlandés, pobre y 'pecador' era más que suficiente para ser ajusticiado en la Australia colonial de 1860.

El propio Ned pisó la cárcel por primera vez a los 16. Salió prometiendo dedicar el resto de su vida a vengarse de la policía y la autoridad británica. Sus atracos, robos y el reparto de oro entre comunas irlandesas le granjeó una fama nacional que dura hasta nuestros días. Le ahorcaron por el asesinato de tres policias cuando apenas contaba con 25 años. Ahora su vida llega a los cines con La verdadera historia de la banda de Kelly,  de Justin Kurzel, que adapta la novela homónima de Peter Carey, ganadora del Man Booker Prize en 2001.

Punk, trasvestismo y sangre: un Ned Kelly nunca visto

Justin Kurzel parecía haber seguido el camino de tantos otros realizadores y realizadoras fagocitados por Hollywood: tras varios proyectos brillantes en el terreno independiente, se enrolaban en una superproducción que salía mal y... adiós carrera.

Kurzel saltó a la palestra internacional con Macbeth, personalísima y sangrienta adaptación del texto de Shakespeare. Una cinta protagonizada por unos maravillosos Michael Fassbender, Marion Cotillard y Sean Harris que le aupó como talento internacionalmente codiciado. Con los dos primeros intérpretes repetiría en la malograda adaptación del videojuego Assassin's Creed  en la gran pantalla. Carísima superproducción que no convenció ni a la crítica, ni al público, ni a los fans del videojuego.

Tras probar las amargas mieles hollywoodienses, Kurzel vuelve tres años después con un proyecto aparentemente pequeño y de producción australiana. Pero lo hace pisando sobre seguro: proyectando su particular mirada sobre un fenómeno cultural australiano concreto. Su debut, la sorprendente e incómoda Los asesinos de Snowtown, había narrado unos sucesos reales que sacudieron a la opinión publica del país en los noventa. Y la serie The Turning  adaptaba historias de Tim Winton, el novelista australiano más leído del siglo XX. Justin Kurzel es especialista en abordar tótems culturales para extraer de ellos visiones pertinentes del presente.

Ahora se acerca a la vida del forajido Ned Kelly, fiel a su estilo. Una narración fragmentada, marcada por cambios de tono instrumentalizados en actos violentos. Un apartado formal brillante en su aproximación psicológica a los espacios como representaciones de estados mentales. Y personajes llevados al límite de sus capacidades físicas y psicológicas, hasta quebrarse y hundirse en la locura —especial atención a un George MacKay tan entregado o más que en 1917, la oscarizada película de Sam Mendes—.

Todo contribuye a atar en corto un filme que, en el fondo, es puro caos. Cóctel explosivo de elementos extemporáneos que, al estilo de las Converse de la María Antonieta de Sofia Coppola, sostiene entre gritos y riffs punk una antención de precario equilibrio.

De ahí que su mayor hallazgo no se encuentre en el despliegue de recursos formales epatantes que Kurzel utiliza para estimular la retina del espectador. El gran valor de La verdadera historia de la banda de Kelly anida en lo discursivo: en cómo transforma la historia de un mito 'robinhoodiense', en una historia de simples y absolutos parias. De hombres trasvestidos y mujeres pobres que se enfrentaron siendo como eran, a un sistema que les excluía, cuando no condenaba, por su mera identidad.

La banda de Kelly: un mito cinematográfico

“Sin duda, las puertas pintarrajeadas [...] serían la mejor herencia que podríamos dejar, nosotros que tanto vamos a defraudar a las generaciones venideras. Un registro cierto del mundo, un permafrost perfecto con nuestras peores miserias”, escribía Rubén Díaz Caviedes en Jot Down sobre las pintadas populares y anónimas de los baños públicos.

Como testimonio inasible de una época, de lo feo y rastrero de la misma, Justin Kurzel utiliza unas pintadas anónimas realizadas en maderas y planchas de metal para estructurar su narración y, en última instancia, homenajear a sus personajes. Y es en detalles como este que La verdadera historia de la banda de Kelly  se resuelve como una aproximación osada a un personaje clásico. Uno del que se han realizado no pocas películas.

De hecho, el mito está íntimamente relacionado con la historia de la cinematografía del país. La que está considerada la primera película australiana de la historia, The Story of the Kelly Gang (1906) de Charles Tait, ya rastreaba las leyendas en torno al bandolero. Considerada y protegida como bien cultural por la UNESCO, se puede ver en el archivo cinematográfico nacional australiano.

En los años veinte y treinta, la paulatina integración del cine sonoro facilitó varias aproximaciones a las aventuras de Ned Kelly, con versiones en el 23 y en el 34. Aunque no sería hasta los 70 cuando se convirtiese en personaje de la cultura pop de pleno derecho: fue con la película de Tony Richardson en la que Mick Jagger daba vida al forajido.

Ya en 2003, Gregor Jordan filmó la que hoy sigue siendo la aproximación más mainstream y perezosa a la figura. Una cinta titulada Ned Kelly, comienza la leyenda, con Heath Ledger y Orlando Bloom de protagonistas, que a su vez era un remake de la protagonizada por el líder de The Rolling Stone.

Consciente de la tradición, Kurzel ha aportado una visión rupturista y moderna, sin por ello traicionar la esencia del personaje. Convirtiendo a quien fuese forajido en una figura narrativa de ecos edípicos, representación de una nación que encuentra sus referentes en los que siempre estuvieron al margen de la ley. 

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