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'Vida oculta': Terrence Malick firma un bello y extenuante poema fílmico sobre un mártir del nazismo

Franz y Fani Jägerstätter son un feliz matrimonio que vive en una granja alpina, y a quienes la llegada de Hitler al poder cambiará la vida

Ignasi Franch

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Terrence Malick, otrora cineasta casi unánimente venerado, se ha convertido en el tema de debates apasionados. El realizador que había estrenado cuatro largometrajes en treinta y dos años, comenzando por la memorable Malas tierras, se ha convertido en un director de producción abundante (seis largos en una década), aunque esta siga marcada por larguísimos periodos de posproducción. El estreno de El árbol de la vida, y la estupefacción que generó en parte del público, puede señalarse como el inicio del escrutinio profundo y a veces algo hostil de su obra.

Este Malick de madurez ha ido radicalizando el componente paisajístico de su cine o su gusto por los monólogos testimoniales, más o menos introspectivos. Y se ha alejado progresivamente de la narrativa fílmica convencional mediante desacompasamientos constantes entre la banda sonora y las imágenes, que fluyen con cierta libertad.

El realizador ha empleado un tono solemne para retratar desencajes existenciales y madejas de amoríos contemporáneos. El resultado puede llegar a parecer una versión más o menos experimental, entre el cine de Godard y el videoclip hipster, de las simplonas y estéticamente planas christian movies que alimentan un nicho de mercado asociado al evangelismo.

El autor de La delgada linea roja puede haberse convertido en un moralista. Sus historias de vidas errantes, en ocasiones ligadas a un mundo del entretenimiento que resulta pesadillesco para esa derecha religiosa popularmente parodiada mediante el Ned Flanders simpsoniano, desprenden una crítica a un hedonismo superficial que no cubre las necesidades profundas del individuo.

Una frase de su cinta de 2015, Knight of cups, resume estas desazones que no necesariamente tienen que leerse solo en clave religiosa, sino también existencial: “No llevamos las vidas que debíamos llevar, estábamos destinados a algo más”. Sea como sea, el realizador ha definido una narrativa visual fuertemente reconocible. Y sus experimentos pueden plantearnos algunas preguntas en lugar de alinearse con la fábrica de certezas propugnadas por cierto cine militante.

Un viaje con carta de navegación clara

La temática del nuevo filme de Malick encaja perfectamente con su tendencia a la solemnidad. Vida oculta aborda la figura real de Franz Jägerstätter, un devoto granjero austríaco que acepta tardíamente su llamada a las filas del Reich, pero se niega a jurar lealtad a Adolf Hitler aunque esto suponga su ejecución.

Varios personajes le animan a prometer en vano obediencia al Führer, pero el protagonista está dispuesto a morir para evitar ese gesto simbólico. La historia permite abordar temas propios del Malick reciente, como el apego a la naturaleza, la fe y el amor.

Como los filmes precedentes del autor, su nueva película es un largo poema narrativo, impresionista, repleto de frases confesionales en off. Esta vez, eso sí, el espectador dispone de una carta de navegación clara. Malick relata los acontecimientos en orden cronológico, desde que conocemos al personaje en un paraíso de fe, familia y naturaleza hasta que le perdemos entre prisiones y torturas.

Aunque la cámara del realizador pueda vagabundear por la escena, aunque el flujo de imágenes más o menos dislocadas pueda descolocar ocasionalmente, la lectura de las cartas que se envía la pareja protagonista dota de una columna vertebral a la obra al definir los posicionamientos, vivencias y  emociones de los personajes.

El resultado tiene mucho de via crucis. Y de catedral fílmica panteísta donde la luz de los astros, la naturaleza y Dios son la misma cosa. A la vez, puede resentirse de un cierto fallo de la imaginación. Los personajes de Knight of cups o Song to song incorporaban ciertos detalles que les personalizaban moderadamente, que les dotaban de una cierta concreción más allá del arquetipo. En cambio, al imaginar las cotidianidades de Jägerstätter y su entorno Malick es más abstracto. Y más repetitivo. El elogio de la vida simple puede resultar bello, pero también cansino al fundamentarse en imágenes sin demasiada identidad propia. Aunque quizá eso también pueda resultar adecuado: acercar el poema visual al ámbito de la letanía.

El crítico australiano Adrian Martin ha titulado su mirada al filme con una pregunta: ¿simple o simplista? El dilema resulta difícil de esclarecer. La tendencia a la abstracción y al esquematismo voluntarios (en la representación de la vida comunitaria o de la vida institucional en la Austria nazi) convive con algunas pinceladas que parecen matizar las inercias maniqueas... pero que también pueden leerse como refuerzos de estas.

El hecho de que la llegada del III Reich no sea solo la irrupción de una fuerza externa, sino un catalizador de pasiones latentes, ¿inyecta grises en una historia de blancos y negros, o proyecta una visión del ser humano como alguien débil ante la exposición a un Mal con mayúsculas?

Quizá la recepción del filme está condenada a relacionarse con el posible alineamiento, desconocimiento o hartazgo de cada espectador hacia las últimas propuestas del cineasta.

La obra puede resultar revulsiva e iluminadora para recién llegados al Malick actual, pero los mismos elementos que tenían un aspecto experimental en El árbol de la vida o To the wonder pueden parecer formulaicos en Vida oculta. Y pueden parecerlo precisamente porque son coherentes e identificables, ajenos a algunas de las convenciones del cine comercial. Y de ahí se deriva otro debate sobre las posibles fronteras entre coherencia y repetición.

Misterio y trascendentalismo

En una decisión discutible, el cineasta estadounidense ha decidido no subtitular la mayoría de las arengas, los insultos y los gritos de los fieles al nacional-socialismo. El verbo de la sinrazón no alcanza la misma categoría que el resto de las palabras. Sí se traduce, en cambio, el diálogo que el protagonista mantiene con uno de sus jueces u otros intercambios más o menos civilizados con representantes del régimen nazi.

El realizador también ha decidido no traducir algunas palabras finales de la pareja, convirtiéndolo en una especie de versión amorosa y humana del concepto de misterio religioso, inaprehensible para el no iniciado. Aunque mantener la fe en un contexto de baños de sangre sea, como dice un personaje, un acto de locura.

Al final, Vida oculta escenifica una victoria terrible de la dignidad personal. A lo largo de este relato de tres horas de duración, varios personajes advierten al protagonista: sacrificar su vida será un gesto futil que pocos llegarán a conocer y que será olvidado. Efectivamente, la historia tardó en ser conocida, e incluso la figura de Jägerstätter siguió siendo criticada por sus conciudadanos en la posguerra.

Después llegaron los libros y la beatificación. Y este filme bello y asfixiante, convenientemente agotador dada la naturaleza de los acontecimientos tratados, de un sacrificio no sabemos si ejemplar, que nos recuerda lo implacable del totalitarismo nazi.

El trascendentalismo del Malick tardío ha encontrado, finalmente, una historia especialmente adecuada a sus formas. Aunque quizá el mismo realizador sea consciente de que su empeño tiene algo de temerario y camina sobre el filo de la navaja de la afectación: en un momento del filme, un pintor de arte sacro pronostica que vendrán “tiempos más oscuros en que los humanos serán más astutos”. Más astutos y, quizá, demasiado cínicos para asumir los fundamentos de esta arriesgada propuesta.

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