La ciudad que guarda los secretos de Goethe esconde también la colaboración de la Bauhaus con el nazismo
Hay varias formas de contar una historia. La usual es comenzar por el final, por la actualidad. Por ejemplo: la exposición Bauhaus y Nacionalsocialismo plantea hasta el 15 de septiembre cómo la escuela de arquitectura, artesanía, diseño y arte, que renovó por completo la vida cotidiana se plegó, murió o se exilió con el dictador.
Lo hace en tres museos de Weimar donde primero enfoca la lucha entre política y arte, después se adentra en el arte confiscado, y, ya en el corazón de la ciudad, sigue la vida de quienes se formaron con la Bauhaus cuando el Nacionalsocialismo llegó al poder; de quienes participaron del régimen, de quienes murieron, de quienes huyeron; de quienes optaron por sobrevivir de la forma más obvia y se adaptaron. Todos y todas bajo el paraguas de una escuela artesana y artística nacida en 1919 para, en palabras de Walter Gropius, su creador: “Regresar al trabajo manual (…) libres de esa arrogancia que divide las clases sociales y busca erigir una barrera infranqueable entre los artesanos y los artistas”.
La otra forma de contar una historia va al origen, a las raíces, analiza por qué en una ciudad silenciosa de apenas 65.000 habitantes, situada en el estado de Turingia (Thüringen), en el Este de Alemania, nace una escuela que revoluciona la vida a través de la artesanía, los muebles, el textil. Y por qué el lugar donde nace la escuela es el objeto simbólico que desea el dictador tanto o más como a la escuela misma; porque el lugar es el origen y también un símbolo del cual apropiarse.
“Goethe es la causa de que todo pase aquí”, dice Héctor Canal Pardo (Valladolid, 43 años), investigador de la Academia de las Ciencias de Sajonia en el Goethe- und Schiller-Archiv. “En esa época, que hoy se conoce como la Época de Goethe (Goethezeit), Alemania supera su complejo de inferioridad respecto a Inglaterra y, sobre todo, a Francia. Autores como Goethe, que junto con Schiller convierte a Weimar en el centro del clasicismo alemán, el círculo romántico y los grandes filósofos son responsables del enorme despegue cultural en lengua alemana. La decisión de Goethe de permanecer en la provincia es paradigmática de ese intento de crear una potencia cultural que, a imagen de las polis griegas, no está unida al poder militar de Roma”, explica Canal Pardo quien, junto a una cuarentena de personas, es responsable de investigar la correspondencia del literato alemán.
Estamos en lo más alto de la ciudad de Weimar, en uno de los pocos lugares desde donde obtener una visión idílica y general, aquí como en pocos puntos de Weimar se puede planear con la mirada sobre los tejados puntiagudos, las torres, los puentes, los jardines y estanques que dan una apariencia de cuento al lugar tan lleno de claroscuros como la historia misma.
Pero ahora estamos en el interior de un edificio palaciego y, a la vez, inexpugnable, diseñado como cámara acorazada para proteger del fuego, de la luz y los cambios de temperatura, de los golpes, inundaciones o de intentos de robo todos y cada uno de los documentos escritos o dictados por Goethe; para hacer de nave que pudiera llevar sus palabras y las de Schiller al futuro.
Estamos frente a un cúmulo de joyas en forma de papel que han cambiado la mente universal, y que a juzgar por la correspondencia de Goethe en gran parte se escribieron para hacerlo. Frente a nosotros se acumulan legajos como un pliego con un borrador original del Fausto escrito a lápiz y tachado por Goethe para marcar cada párrafo que fue transcrito exactamente como él dispuso. “Él añadía texto que recortaba y superponía sobre el primer borrador”, aclara Canal Pardo.
Estamos ahora junto a la carpeta con el manuscrito que intentaba probar la existencia del hueso intermaxilar en los humanos, junto a los dibujos de cráneos de distintos animales con los que Goethe probó que los fetos humanos son semejantes a los de algunos animales, aunque fuese ignorado por los reputados científicos a los que hizo llegar el manuscrito lujosamente decorado. Frente a nosotros está el pliego.
Mientras Canal Pardo comenta la importancia de una de las últimas cartas adquiridas por el archivo que habla del concepto de Literatura Universal. La carta en cuestión es también piedra roseta del pensamiento de Goethe. Interpreta Canal Pardo: “No se trata de competir sino de compartir. No hay una literatura por encima de otra; cada obra contribuye al conocimiento colectivo”. Añade: “En la carta dice: estoy convencido de que se está formando una literatura universal, y que todas las naciones tienden a ello y en este sentido avanzan amigablemente. El alemán puede y debe poner en ello todo afán”.
El investigador vallisoletano habla en la sala de lectura del archivo, con paredes color marfil, donde al acceder a la fuerza he cambiado la pluma por un lápiz para que nada pueda dañar los tesoros que muestran por qué la ciudad es metáfora. Bajo nosotros, en las salas del archivo subterráneo protegidas a cal y canto, están las pruebas de cómo las palabras en forma de cartas sirvieron para que el autor de Fausto, también abogado y ministro, entretejiera la estrategia para crear la relevancia cultural de Weimar.
La historia es como un río, que se sucede a si misma.
La puerta de la barbarie
Fuera, ya en la calle, pero muy cerca de la casa de Goethe, una imagen dibujada del poeta apunta en una dirección. En la calle hay comercios con su nombre, chocolaterías, centros comerciales. En la plaza del teatro hay una enorme estatua con una imponente escultura de Goethe y Schiller, base también de la literatura alemana y del clasicismo, que vivió en la ciudad y fue íntimo amigo del autor de La metamorfosis de las plantas.
Cerca está la casa dedicada a la República de Weimar, que a principios del siglo XX reconoce la igualdad, pone las bases del estado de bienestar y del constitucionalismo social; en torno a la cual las ideologías contrarias chocan como corrientes centrífugas opuestas y de la que el politólogo Giovanni Sartori, premio Príncipe de Asturias, dijo que supuso uno de los momentos más polarizados de la historia.
“Mira”, dice Canal Pardo mientras apunta en dirección a una puerta metálica que está en medio de una plaza, junto al museo de Schiller. Sobre la puerta se lee una frase: “Jedem das Seine”, que se traduce como: “A cada uno lo suyo”. La expresión servía como lema de la Justicia, y tiene hoy día una tremenda carga negativa precisamente por el uso de esta misteriosa puerta. La puerta es metálica; la puerta abre al otro mundo por quién fue su diseñador, por dónde y para qué se hizo. La puerta, una copia del original de 1938, parece imperfecta, pero si la abres con la imaginación no hay vuelta atrás.
Se trata de la puerta de Buchenwald, el campo de concentración situado a media hora en autobús desde la ciudad de Goethe, donde estuvo preso, entre otros, Jorge Semprún. Su diseñador, Fritz Ertl, perteneció a la corriente Bauhaus, fue encarcelado por su activismo político, y después de ser liberado trabajó para las SS. Al terminar la guerra el artista y artesano adquirió éxito y nombre en la RDA. En el campo de concentración donde estuvo la puerta había también un árbol, un roble, que, según dicen, Goethe plantó, al que fue a tumbarse y en el que talló su nombre. Allí debió encontrar inspiración para gran parte de sus obras porque fue su roble. Cuando alguien cayó en la cuenta de a quién perteneció aquel árbol, colocaron una valla para separarlo de la barbarie; pero ya era tarde. En el espacio donde estuvo el árbol ahora hay un gigantesco monumento de memoria.
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