Alfonso Zapico concluye el cómic ‘La balada del norte’: “La conciencia obrera es la mayor herencia de la Revolución del 34”

Gerardo Vilches

10 de febrero de 2023 22:08 h

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Alfonso Zapico (Blimea, 1981) comenzó en 2015 la que sería su obra más ambiciosa: La balada del norte, cuatro libros, más de mil páginas que recorren lo sucedido en la cuenca minera asturiana durante la Revolución del 34, en plena Segunda República y bajo el gobierno de la CEDA, cuando los sindicatos de las minas iniciaron una campaña violenta, como protesta contra sus pésimas condiciones de vida y la explotación de los patronos. El 16 de febrero, Astiberri pone a la venta el cuarto volumen, que cierra más de siete años de trabajo.

Zapico, dibujante precoz que ganó el Premio Nacional de Cómic con solo 31 años gracias a Dublinés (2011) —su biografía de James Joyce—, es un autor especialmente interesado en la historia reciente, como demuestra su incursión en la creación del Estado de Israel en Palestina en Café Budapest (2008) o su ensayo gráfico en torno al conflicto vasco, en el que dio voz a Fermín Muguruza y Eduardo Madina: Los puentes de Moscú (2018). Pero La balada del norte es especial para él, ya que supone su incursión en la memoria colectiva de su tierra natal, así como su obra más larga hasta ahora. “Creo que este cuarto volumen ha sido el libro que más me ha costado terminar nunca”, confiesa el autor en conversación con este diario. De hecho, se trata de un proyecto que, en un principio, iba a constar de un solo volumen, que se convirtieron en dos y, finalmente, en cuatro. “El contexto histórico es tan complicado que necesité de casi un libro entero para dar suficiente información al lector sobre la época y los acontecimientos de la Revolución. En el cuarto libro, tras el fin de la misma, quería darles un desenlace a los personajes”, precisa el autor.

Zapico conversa sereno, con una visión matizada de la realidad histórica, alejado de histrionismos y extremos. “He intentado contarlo todo, sin caer en la propaganda”, explica. Pero, cuando se le cuestiona por su posición con respecto a la Revolución, lo tiene claro: “Mi versión no es equidistante: todo el mundo sabe que yo tomo parte, por lo menos para tratar de explicar las cosas. Pero para mí es muy importante dejar que el público se forme su propia opinión. Además, para profundizar ya están los libros de historia: esto no deja de ser una novela, aunque se base en muchas anécdotas reales, que se beneficia de mi experiencia vital y mi compromiso”.

La Revolución del 34 supone un acontecimiento relativamente poco conocido por el público, pero que sin embargo está siendo instrumentalizado por el revisionismo de derecha para justificar el golpe de Estado del 36. Zapico, residente en Angulema (Francia) desde hace varios años, alerta de que esa ola revisionista está llegando a Francia: “Empezó el pasado verano. En Le Figaro empezaron a hablar de ello, porque algunos periodistas habían descubierto la obra de Pío Moa. Luego el mismo periódico dejó espacio a Emilio Silva para que respondiera a esas posiciones, y otros diarios se hicieron eco del debate, como Libération. Se está empezando a comentar esa idea de que la Guerra Civil empezó en el 34 con la Revolución: es una especie de coartada”.

Para Zapico, también era muy importante reflejar la idiosincrasia de la cuenca minera y la memoria colectiva de su gente. “Ellos se sentían fuertes porque funcionaban de manera colectiva. Entendían de una forma ancestral que era la única fuerza que podían ejercer para sobrevivir. Pocas industrias han sido más implacables con sus trabajadores que las mineras”, explica el autor de La balada del norte, quien, sin embargo, introduce en la obra ciertos momentos de “humor negro como el carbón”. “La cuenca minera es un territorio muy berlanguiano”, asegura.

La memoria histórica tiene, necesariamente, que conectar con el presente. “Cuando estaba en el instituto recuerdo que había mucha gente que se cuestionaba qué derecho tenían los mineros a cortar las autopistas, o a hacer piquetes para impedir trabajar a quien quería hacerlo”, rememora Zapico. “Siempre ha habido una especie de incomprensión. Aunque la gente que no participaba de esas huelgas, luego disfrutaba de los derechos laborales conquistados gracias a ellas”, asegura.

Hay en todo ello un cierto sentido trágico, que está muy presente en la conclusión de la serie, que narra todo lo que sucede con quienes han encabezado una revolución fallida: “Es la historia de la gente que pierde. Que asume que lo ha hecho y se tiene que recomponer. Los personajes hacen lo que tienen que hacer; luego sufren las consecuencias. Y cada generación va asumiendo su responsabilidad en la historia”. Hay en ello una conciencia, según explica el dibujante, que llevaba a cada generación a sacrificarse por el bien de la siguiente. “La violencia de la Revolución surge porque esa gente no tenía ningún horizonte para los que venían detrás. Hasta entonces había una especie de sacrificio, no sé si voluntario o motivado por las circunstancias. El minero pensaba: ‘yo con cincuenta años tengo los pulmones podridos de silicosis, pero tengo aquí a los guajes que van a poder estudiar, que van a tener un porvenir y no van a ser como yo’. He intentado reflejar eso en el personaje de Apolonio, que resulta muy arquetípico y simboliza una clase social y ese sacrificio. Él hace la revolución por su hija, pero ella no puede evitar repetir los actos del padre y tomar su lugar”, dice.

Pese a todo, Zapico considera que su historia no es pesimista. Simplemente, cuenta unos hechos que merecen ser recordados, una memoria que ni siquiera en Asturias está tan viva como la de la Guerra Civil o las luchas mineras posteriores, según el autor. “Asturias sufre de cierto abandono, la gente joven se marcha y no hay tantas oportunidades. Se necesitan referentes; rescatar nuestra memoria”, apunta. Por eso, en su opinión, esa memoria tiene que ir de la mano de la conciencia de clase, “algo que parece anacrónico, como del siglo XIX, pero que creo que es la lección más importante que podemos extraer de la Revolución de Asturias, y la materia más vital de La balada del norte”. “Esa es la herencia que nos queda”, sentencia Alfonso Zapico.