Parece que vivimos en la era de la sustitución. Del lápiz por los teclados, de los medios en papel por los digitales, de los videoclubes por las plataformas online, de los paseos al aire libre por los virtuales o de la compra in situ por las online.
Quizás también en la del cierre de establecimientos como salas de cine, videoclubes o librerías. Todos estos temas han salido a debate en Twitter a raíz de la portada de mayo de 2008 del New Yorker compartida por el usuario @MrJoseRosales el viernes pasado y que acumula más de 17.000 retuits y 37.000 me gusta.
Los números alcanzados por el tuit han logrado una media de respuesta notablemente superior a la del resto de publicaciones del usuario que, si bien cuenta con 11.700 seguidores, no suele superar las dos o tres interacciones en sus comentarios.
Él mismo comentaba esta mañana de nuevo su sorpresa por la viralidad señalando que únicamente buscaba mostrar lo premonitoria de la portada y cómo su éxito pone de manifiesto un debate social pendiente sobre los grandes monopolios.
El detalle que nos lleva a poner el foco de atención en éstos es el paquete de Amazon que un repartidor entrega a una mujer en un portal al tiempo que el dueño de una librería está abriendo su tienda al lado. La figura de los libreros ha sido reivindicada, pero no es la única, algunos de los usuarios han comentando la también difícil posición de los bibliotecarios, los propietarios de negocio de revelado de fotografías o de fotocopias.
Aun así, la interpretación más compartida ha sido la de concebir la portada como una metáfora de la forma en que lo digital está acabando con los medios impresos. Asimismo, los hay quienes han planteado que quizás la caja contenga cualquier otro artículo comprado por la mujer como puede ser una prenda de ropa, y quienes han decidido dar su propio toque a la ilustración.
Ahora bien, puestos a lanzar culpas, varios se han detenido a pensar que es el sistema el que termina con establecimientos tradicionales como las librerías y no los consumidores. De igual modo que para aquellas personas que viven en localidades sin apenas tiendas de libros no tienen otra opción de adquirir las obras que desean.
También hay quienes se han preocupado por el vestuario del repartidor.
En lo que sí que parecen coincidir las diferentes opiniones es en cómo diez años después de la publicación de la portada, ésta parece más vigente que nunca. Y comprobamos que en el número de 14 de mayo de este año, firmada en esta ocasión por Joos Swarte, un hombre que lee un libro sentado sobre una mesa y apoyado sobre una silla parece estar, con ello, viviendo al revés, acompañado de su ordenador con una regadera de fondo de pantalla que riega una planta cuyas hojas son teléfonos móviles.
En el interior del New Yorker de la viralizada portada, se incluyen reportajes como el escrito por Haruki Murakami, conocido por títulos como Tokio Blues o Kafka en la orilla, quien se define como novelista corredor que decidió que si quería vivir muchos años escribiendo debía antes encontrar el modo de mantenerse en forma. Firma otro artículo la también escritora Allegra Goodman, que se autodenomina como contadora de páginas recordando cómo descubrió los libros del Mago de Oz sentada en la casa de un árbol cuando era niña.
El artista detrás de la ilustración
Adrian Tomine es el autor de la portada viralizada. El americano de 43 años lleva desde 1999 diseñando portadas del New Yorker. Con tan sólo 16 empezó autopublicándose su propia serie de cómics llamada Optic Nerve. Cuando alcanzó los 20 la editorial Drawn & Quarterly le puso sobre la mesa su primera oferta y desde entonces ha publicado otros ocho libros siendo el último Intrusos, de 2015.
Él mismo compartió la portada de mayo de 2008 en su cuenta de Instagram el pasado 28 de abril con el hastag #IndependentBookstoreDay, fiesta nacional que celebran las librerías indies el último sábado de cada abril en Estados Unidos.
Reivindican que no son simples tiendas sino que sirven de punto de encuentro de los amantes de la lectura. Precisamente en Twitter, una de las respuestas comentaba la nostalgia hacia la experiencia en sí de entrar en una tienda de libros, diferente y única simplemente por su olor y que, con el cierre de las mismas, puede acabar perdiéndose.
La ahora viral portada no es la única que Adrian Tomine ha realizado sobre libros en su amplia trayectoria para el New Yorker.