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'Chiisakobee', el manga que pone al descubierto las consecuencias del amor

"Chiisakobee" de Minetarô Mochizuki

Rubén Lardín

Minetarô Mochizuki dio el pelotazo a mitad de los años noventa con Dragon Head, una historia apocalíptica que se abría con un chaval despertándose en un tren bala donde todos los viajeros habían muerto. Antes se había atrevido con el terror, un género al que aportó un bestseller titulado La mujer de la habitación oscura que los aficionados todavía consideran uno de los cómics más escalofriantes jamás dibujados.

El siguiente paso en su carrera fue Maiwai, once volúmenes en torno a la búsqueda de un tesoro, con heroína sexy, tiburones y piratas del siglo XXI, donde se permitió unos juegos de fragancias que hicieron de aquel tebeo de aventuras algo mucho más complejo.

Su última obra, recién publicada en castellano, es un drama romántico titulado Chiisakobee. Trata temas como la incomunicación, el deber, la entereza o la purificación por el sacrificio. Y empieza con un incendio extinguido. Suena ordinario, pero con Mochizuki nada suele ser lo que parece. O quizás esta vez sí lo sea.

Tocados por el fuego

Chiisakobee adapta una novela de Shûgorô Yamamoto (1903-1967) desconocida para nosotros y la trae del periodo Edo en que se desarrollaba al Japón actual. Y es en esa sencilla maniobra donde radica el secreto que hace de este cómic algo tan audaz.

En sus páginas cuenta a dos voces la peripecia burocrática de Shigeji y la sentimental de Ritsu. Él es un joven arquitecto que, tras un incendio devastador, decidirá ocuparse en la rehabilitación de la empresa familiar, una constructora de casas tradicionales. Ella es una veinteañera trágica y servicial que ha sido contratada como asistenta del hogar. Por allí ronda también un puñado de niños huérfanos y problemáticos y una chica de sonrisa pronta y belleza sobresaliente llamada Yûko, el tercer vértice de un triángulo amoroso que se va a mantener en todo momento sostenido en el aire.

Aunque es un drama de personajes y costumbres, hay docenas de páginas de Chiisakobee en las que no asoma un rostro. Es una elección del autor que advertimos desde el aspecto del protagonista, renuente detrás de su espesa barba. No hay tampoco servidumbre al plano y contraplano que lastra la estética de tantas ficciones: los personajes nos darán la espalda a menudo, seguiremos el baile de sus pies, atenderemos el que hacer de sus manos y con frecuencia nos ocultarán en gestos la expresión de su mirada. El resultado son unas atrevidas composiciones de página y un desarrollo enigmático que gobernarán la lectura y elevarán el tebeo a genuino drama psicológico.

La educación sentimental

Mochizuki es un formalista cuyas habilidades han ido creciendo a ojos vista a lo largo de los años, y aquí está en plenitud. La puesta en escena de Chiisakobee es información capital, sus imágenes son elocuencia de precisión y en su luminoso dibujo las anatomías, los objetos y las arquitecturas proceden de un delineado impecable en las antípodas de cualquier expresionismo, pero capaz de manifestarlo todo.

En sus cerca de mil páginas divididas en cuatro volúmenes, el autor se atiene a un ritmo calmo que pretende evocar en el hoy el periodo Edo (1603-1868) y nos da tiempo para repensar conductas y valores de entonces. Pero su destreza es tal que la lectura se acelera por momentos y el interés se acrecienta hasta el punto en que se hace humanamente imposible leer el primer tomo y no correr a por el siguiente.

Chiisakobee es un tebeo sobre la familia narrado desde la barrera y a la vez un cómic de autor intrigante como el mejor de los thrillers, irresistible en sus ramalazos excéntricos y capaz de un discurso que revierte el relato romántico o que tal vez esté haciendo todo lo contrario. Para saberlo es necesario leerlo, rendirse encantado a las enormes expectativas que va generando y entregarse a su final demoledor.

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