'La mentira y cómo la contamos', verdades que duelen a una generación sin analgésicos

Cleary es una joven como otra cualquiera. Pasaría desapercibida si no la conociésemos. Trabaja en un supermercado de poca monta para ganarse un dinero que le dé lo suficiente para pagarse el salir de gira con su grupo de rock. Tim también es un joven cualquiera. Pasaría desapercibido si no lo conociésemos. Ha tenido decenas de trabajos y ninguno. Quiere sentar la cabeza y va a casarse con una chica mayor que él. A ver si así lo consigue.

Un día, haciendo la compra, Tim se encuentra con Cleary. Hace años que no se ven, así que deciden ir a tomar algo. Una copa lleva a otra copa y terminan por aflorar conversaciones sobre su pasado, sobre quiénes eran y quiénes son. Hablan de su sexualidad y su vida pero se esconden inquietudes. Ella no se alegra de verle. Tampoco de no saber qué hacer con su vida. Él no quiere casarse con una mujer porque mantiene en secreto homosexualidad. No se lo dicen.

La mentira y cómo la contamos aborda su relación como reflejo de la de muchas otras. Tommi Parrish intenta descifrar las contradicciones de una generación con miedo a mirarse al espejo, a reconocerse en los recuerdos de los demás. Su primera obra llega ahora a nuestras estanterías editada por Astiberri y traducida por Santiago García. Y lo hace con una madurez narrativa increíble y un impresionante dominio expresivo, en lo que ya es uno de los debuts más sorprendentes de la temporada en el terreno de la novela gráfica.

La educación emocional que nunca tuvimos

Hace unas semanas, la foto de un trozo de papel arrancado de una libreta se hizo viral -ninguna sorpresa-. En él se podía leer una frase digna de sobre de azúcar que rezaba: “Tercero de secundaria era la época en la que era feliz y no lo sabía”. Pero no fue la nostalgia lo que la convirtió en un meme repetido y reinterpretado durante días: fue el ansia de olvido y ganas de pasar página de muchos usuarios de Twitter, que se encargaron de recordar que el instituto no fue una época feliz para todos y todas. No lo fue para quienes no cumplían con los cánones estéticos heteronormativos, quienes se enfrentaron al prejuicio de la normatividad, o quienes no pudieron significarse como LGTBIQ.

Tampoco fue la mejor época de su vida para las personas demasiado gordas, flacas, bajas, altas, introvertidas, extrovertidas. O con demasiada pluma, con demasiada inteligencia, con demasiado lo que fuere. Personas como Cleary o Tim.

La mentira y cómo la contamos transcurre en una sola noche, pero lo que narra incumbe a toda una generación. Con su primera obra, la artista australiana ha conseguido captar un signo de los tiempos muy específico de jóvenes que, durante años, han creído que sabían gestionar sus emociones. Les han educado para ello. Pero ahora, cuando rozan los treinta, se plantean si jamás supieron hacerlo y a qué se deben sus carencias. Por qué nadie les educó emocionalmente para enfrentarlas. Por qué callaron tantas cosas. Por qué mintieron.

Parrish nació en Melbourne (Australia) en 1989 y ahora vive en Montreal. Es hoy una artista multidisciplinar de futuro brillante. Tiene originales exhibidos en la colección permanente de la Gallery of Western Australia, colabora en la revista literaria The Lifted Brow y ha celebrado exposiciones, dirigido talleres y dado charlas por su país, Norteamérica y Argentina. En 2017 publicó una recopilación de historias cortas llamada Perfect Hair -originalmente publicado por 2dcloud y en castellano por Hotel de las ideas- y actualmente está trabajando en un nuevo cómic. Esta es su primera obra publicada en nuestro país pero el descubrimiento es, a todas luces, asombroso.

Los personajes de su novela gráfica deambulan por no-lugares que resultan familiares. El metro a altas horas de la madrugada, la cola del supermercado, la de la barra de un bar. Y se mueven por todos ellos como lo hacen por la vida: transitan fases vitales que reconocemos involuntariamente. Algunas de ellas expuestas con tal verosimilitud que duele verlas en una ficción que te devuelve la mirada.

Pero Parrish lo hace con habilidad suficiente como para no resultar aleccionadora ni pesimista. Hace discurrir su novela por derroteros sobre las dificultades de la comunidad LGTBIQ y las dudas en torno a la identidad sexual, sin resultar -paradójicamente- discursiva. La mentira y cómo la contamos es también una exploración formal interesantísima por ser marcadamente personal. Una obra que mantiene una arquitectura de página de seis viñetas casi inamovible pero que facilita una sensación de extrañeza debido al interior de las mismas: las formas y la acción narrativa de sus viñetas cambia constantemente.

Los cuerpos, siendo antropomórfos, juegan con formas exageradas y mutantes. Los fondos, en cambio, se mueven entre el primitivismo y cierto aire cubista. Y la paleta de colores de la artista conforma un particular universo de contrastes primarios sorprendentemente suaves. Todo, dispuesto al servicio de un desarrollo narrativo que se hace más grande en lo que no dice expresamente. En lo que insinúa y lo que expresa mediante la acción.

Deberíamos compartir incluso los silencios

Con todo, parece que la intención última de Tommi Parrish no ha sido hacer un gran cómic sobre la identidad sexual. Uno tiene la sensación de que el objetivo de su obra eso otro, pues resulta que La mentira y cómo la contamos no narra solamente la noche de reencuentro de Tom y Cleary. También esconde una novela dentro de la novela. Esta se titula Un paso al interior no significa que lo entiendas y es la historia de una prostituta y un cliente casado y con hijos que promete sacarla de su miseria.

En esta línea narrativa, los colores desaparecen. También la distribución gráfica: solo una viñeta por página, solo un texto. La dimensión de la decisión narrativa sorprende por su radical cambio, también de tono: esta vez fúnebre, pesimista y lírico.

La mentira y cómo la contamos es algo vivo y que respira, y es todo lo que deseo encontrar en una obra de arte”, describe en el mismo libro Simon Hanselmann, autor de los brillantes Megg, Mogg y Búho. “Cuando lo leí, me quedé despierto toda la noche dándole vueltas. Quiero comprar un montón de ejemplares y dejarlos en los parques o los trenes para que la gente los encuentre”.

Parrish nos cuenta esta segunda línea narrativa a través del personaje de Cleary, que encuentra Un paso al interior no significa que lo entiendas tirado en el suelo. Ella lo lee a ratos, interrumpiendo la narración de su propia noche, y de su mano vivimos la historia de la prostituta sin nombre. Luego abandonará el libro en algún sitio igual que lo encontró. Como Hanselmann incita a hacer.

De ahí que se pueda leer este debut de Parrish más que una novela gráfica, un artefacto cultural dispuesto a ser compartido. La autora, así, defiende que los libros -la cultura-, no son más nuestros que nuestras emociones. Y compartirlos debe ser un acto de responsabilidad, honestidad y valentía. Como los silencios, sean incómodos o no, que deben ir acompañados de un acuerdo tácito de comprensión mutua.

Con libros como el de Tommi Parrish se enaltece la sinceridad y la madurez emocional. Y se nos alienta a pensar en qué es lo nos impulsa a seguir mintiendo a los demás. O peor, a nosotros mismos.