Núria Pompeia (Barcelona, 1931) publicó su primer libro gráfico, Maternasis, en el año 1967. Se atrevió en él a desmitificar, con un estilo rompedor (trazos sencillos, una o dos únicas imágenes por página), un tema por entonces incuestionable: el embarazo. Tras esa primera publicación vinieron Y fueron felices comiendo perdices... (1970), La educación de Palmira (1972), Mujercitas (1975) o sus colaboraciones en revistas emblemáticas de la transición como Triunfo (con su icónica serie Las metamorfosis), Vindicación Feminista o Por Favor, de la que la grafista, editora y escritora llegó a ser redactora jefa.
Los encargados de la traducción al castellano de la exposición han sido los historiadores Elena Masarah y Gerardo Vilches, a través del Seminario Interdisciplinar de Estudios de la Mujer de la Universidad de Zaragoza. La idea es reivindicar la trayectoria de Pompeia pero también un movimiento desconocido para muchos: el cómic feminista que se desarrolló durante la transición española. Por ello, se celebrará también el ciclo de conferencias Cuando dibujar es político, en el que cada jueves tendrá lugar una ponencia. La inaugural corrió a cargo del comisario de la exhibición original, José Gálvez.
Sola ante la viñeta
El título de la muestra no es gratuito: Pompeia fue pionera en las reivindicaciones feministas a través del cómic. Decidió dedicarse profesionalmente a ello con 36 años y cinco hijos. Hasta principios de los años 70, Pompeia se encontraba, literalmente, sola como ilustradora en España. Es por eso que se convirtió en referente no sólo de las autoras que llegarían después que ella, como Mariel, Montse Clavé, Marika Vila o Laura Pérez Vernetti (casi todas catalanas, puesto que la mayoría de editoriales se encontraban entonces en Barcelona), sino también de muchas lectoras. Gálvez define su obra así: “Modernidad, síntesis e ironía como forma de defensa”.
La transición. Aquel tiempo en el que las mujeres se dieron cuenta de que, además de la búsqueda común de la democracia, para ellas existía un problema intrínseco: hay que luchar por unos derechos sociales, civiles, laborales y sexuales propios. A la par, el aperturismo político provocaría el boom del cómic adulto, un tipo de grafismo en el que los autores se implican con sus historias y en el que está presente la conciencia social, muy lejos del cómic de encargo dirigido al público infantil y juvenil mayoritario durante la dictadura.
Estos dos factores generaron el desarrollo de esta corriente en la que Pompeia abrió camino. Siempre dentro de saber y asumir, como explica Vilches, que fue un fenómeno marginal: “El cómic de aquella época estaba enfocado al público masculino aún más que en la actualidad, los editores no querían publicar según qué cosas porque pensaban que a su público no iba a interesarle”. A pesar de ello, los responsables de revistas como Triunfo o El Papus son conscientes de que sí hay interés por el feminismo, y por tanto dan un espacio a Pompeia o a la periodista Soledad Balaguer. “En esos años las mujeres tienen la necesidad de dar un golpe en todos los movimientos culturales. Pero el mundo del cómic además de masculino es machista, así que algunos editores se dan cuenta de ello, pero sólo a medias”, puntualiza Masarah.
Tras la muerte de Franco, la censura seguía siendo una realidad en España, representada hasta 1977 en la Ley de Prensa de 1966 (Ley Fraga) y su famoso artículo 2. Sin embargo, “había maneras y maneras de mostrar las cosas, de esquivar la censura también en el cómic, donde las reivindicaciones casi nunca fueron explícitas”, señala Vilches. Las cabeceras que daban voz a estas autoras no tuvieron demasiados problemas en este sentido, a excepción de Por Favor en alguna ocasión en la que trató abiertamente los anticonceptivos y el aborto. “El problema de la censura tenía más que ver con lo moral: el destape, el escándalo”, recuerda Masarah.
El desarrollo del cómic feminista
Tras el boom del cómic de autor y, dentro de él, del cómic feminista, llegó la crisis en el sector hacia mediados de los años 80. “A partir de entonces, el humor gráfico entra en caída, el modelo de revistas como El Víbora, Cimoc o 1984 se queda obsoleto. El público quiere otro tipo de formato, y las publicaciones tradicionales no pueden competir con los superhéroes y el manga que reinan en los 90”, explica Vilches. El cómic queda en esa época marginado a la autoedición, a editoriales muy pequeñas e incluso amateur, “y es algo que permanece así hasta hace unos 10 años, cuando se ha reactivado la industria autóctona, y tenemos cómics de todo tipo, también de nuevo de orientación feminista”, continúa Vilches. “Sólo autoras como Marika Vila ha resistido desde la transición con un tipo de cómic feminista muy evidente”, dice Masarah.
La propia Pompeia se vio forzada a dejar de trabajar a principios del siglo XXI (sus últimas publicaciones fueron en Emakunde) debido a la enfermedad. “El desarrollo del cómic más feminista que te puedes encontrar hoy en día está en la autoedición, los fanzines. Venderlo a editoriales, y a los propios lectores, sigue siendo complicado. Además, es el campo perfecto para que las autoras puedan trabajar del modo que quieran”, apunta Masarah. El feminismo es transversal, puede no tratarse abiertamente en una historia pero contarla con perspectiva de género, “como hacen hoy autoras muy jóvenes como Ana Galvañ o Carla Berrocal”.
“Tal vez yo dibujo (o comencé a dibujar de un modo profesional) simplemente por falta de alternativas, porque no tenía estudios ni profesión y, menos, tiempo para alcanzarlos. En aquella época tenía bastantes hijos pequeños y la necesidad de expresar mi visión crítica de la realidad la encaminé a esta práctica de fácil compaginación con mis obligaciones domésticas y familiares”. Son palabras de Núria Pompeia en el catálogo de otra exposición, Papel de Mujeres, de 1988. En Zaragoza pueden así estos días acercarse un poco más a ella. A la mujer que junto a tantas otras dibujó la transición.