Si uno mira la tele, las noticias en torno al Saló Internacional del Còmic de Barcelona que hoy se inaugura suelen ser un tío vestido de Mortadelo, otro de Spiderman y con suerte una nota de prensa sobre que este año viene Frank Miller leída como si se tratase de una comunicación desde Urano.
A España con las viñetas le pasa eso, que no se entera, pero la realidad es otra y es más diversa: en el Salón del Cómic también hay tebeos. Y los hay muy buenos. La ocasión es óptima para dar con algunos títulos discretos que a veces corren el riesgo de quedar sepultados entre el ruido.
La favorita es la presentación en nuestro país de Matthias Lehmann, un parisino de ascendencia franco-brasileña que aterriza con buen pie contándonos la historia de Constance, una niña de diez años que vive recluida con sus abuelos en un caserón donde años antes murió otra niña. Aislada del mundo exterior y sometida a una disciplina férrea que incluye el castigo corporal, Constance irá despabilándose acompasada por la naturaleza, y en ese despertar se le irán despejando una serie de incógnitas no solo hormonales sino relacionadas con su árbol genealógico.
No es conveniente revelar más detalles de una trama que mezcla el relato gótico con la crónica negra y que sabe ir mucho más allá de la intriga dramática para tratar asuntos como la identidad sexual, el mercadeo de la infancia y la monstruosidad humana. Una curiosa y bien ligada historia híbrida donde Lehmann, especialista en linograbado, emula los resultados de esa técnica en un sólido dibujo a plumilla, entre la madera y el metal, idóneo para los fines de una obra tan siniestra como edificante.
Sirio, del limeño Martín López Lam, es una especie de thriller sordo y tectónico donde una pareja de vacaciones vive una crisis irreversible. Escrito desde la barrera pero con el espíritu puesto en el ojo del huracán, la habilidad de López Lam está en condensar los útiles de la serie negra de toda la vida, acallados, en un relato impresionista que funciona en el contrapunto: denso por fuera y evanescente en el interior.
Tradición vestida de vanguardia, toda una astucia, despliegue gráfico y gusto por los signos para un tebeo turbio y caldoso con tintes de hard boiled emocional que es conveniente leer a la fresca y bajo el amparo de la temporada baja.
Los cuentos de Din Don recupera las historietas infantiles que el autor de Superlópez dibujó durante los años sesenta para la revista Din Don en la Cuba “liberada”, donde entonces vivía exiliado. La Cenicienta, Caperucita Roja, adaptaciones muy elementales de Jonathan Swift, Andersen o el doctor Seuss se reúnen en este álbum para coleccionistas donde al dibujo humilde y mullido de Jan, todavía muy afectado por su primera vocación como animador, puede vérsele la prehistoria.
Son páginas que hoy deben degustarse bajo criterio arqueológico, rescatadas de las remotas publicaciones originales y reproducidas aquí tras un laborioso y soberbio trabajo de restauración. La edición de este material tiene carácter de hazaña y es sin duda un lujo para un país donde el cómic vive desasistido. Un pequeño tesoro recobrado que servirá para completar la figura de uno de los artistas más queridos de la historieta española
Alicia en Sussex, del dibujante y escultor vienés Mahler, se inspira en el clásico de Lewis Carroll y en la obra alusiva que practicó el austríaco H. C. Artmann. En sus páginas el personaje de Alicia se pregunta para qué sirven los libros que no tienen ilustraciones ni juegos, y se pregunta bien porque como todo el mundo sabe no sirven para nada.
Pero sin embargo no deja de citarlos: Nietzsche, Melville, Camus, Cioran, Del inconveniente de haber nacido, Contra la juventud, El absurdo de vivir, Figuras vacilantes… Las menciones, al natural o encriptadas, se encadenan con jeroglíficos y enseñanzas como que primero se es auténtico y luego se va al colegio, que a los siete años ya está todo dicho o que el signo que confirma que se ha comprendido todo es llorar sin motivo.
Mahler es uno de esos autores de aliento sintético pero lo es sólo en apariencia, porque lo suyo es marear el significante para que el significado brote más pujante, con más brío y más coñón. Un libro, por tanto, que aunque se hace un poco el tonto es de gran importancia.
Hotel California, de Nine Antico, no es lo que parece pero porque es mejor. Se presenta como un tebeo sobre el fenómeno groupie pero no se rinde al morbo del sexo y las drogas y por el contrario pone en juego cierta resistencia. Se trata de un cómic que expresa con mucha exactitud la floración del amor romántico, platónico e inquisitivo, lo proyecta en los ídolos juveniles y lo sacraliza en el nacimiento del fenómeno fan. Rondan sus páginas Elvis, los Beatles, Phil Spector y sus Ronettes, Zappa, Brian Wilson o el Rey Lagarto.
El libro coquetea con la secuenciación de época y es de un dibujo primerizo, anti espectacular, sin influencias claras y muy intencionado en el rasgo informe. No entra por los ojos si no se detiene uno a escucharlo, pero en cuanto se empieza fluye como la seda, resulta muy preciso para lo que está contando y su historia, melodiosa y sentimental, deja un poso inesperado de seducción.
Lose, del canadiense Michael Deforge, viene con las referencias muy a la vista y son las mismas que se hicieron fuertes y hoy ya están diluidas en el sistema sanguíneo de todos los autores nacidos a finales de los 80: la sombra de Dave Cooper, la de Chris Ware o la de Charles Burns emergen casi como mecanismos subconscientes. A ellas se suma cierta osadía contracultural juvenil y un entonado de cuento bobo o de dibujo animado (Deforge ha trabajado en Hora de Aventuras), y en el total cristaliza una tendencia que llevaba años gestándose.
Deforge se recrea en instantes y circunstancias derivadas casi siempre del desamor, es hierático y autocompasivo, tiene querencia por las arborescencias, fantasea morfologías, biologías y patrones imaginarios y se reprende a menudo la aflicción pero a la vez la fomenta en sus insistencias gráficas. Ingredientes y utensilios que le ayudan a fijar historias de desamparo adolescente formuladas con un talante próximo al horror venéreo.
Tras sus cuadernos rusos y ucranianos, el veterano Igort nos ofrece ahora un recorrido por el mundo flotante a partir de su experiencia, durante los años 90, como dibujante in situ para el mercado del cómic japonés. El relato de aquel aparte profesional, sus paseos por templos milenarios y las noches sin dormir doblado sobre el tablero de dibujo para cumplir con una industria severa y rigurosa, son el hilván para desentrañar los códigos que rigen aquella cultura enigmática y fascinante donde a menudo las preguntas han de entenderse como respuestas.
Cuadernos japoneses es una suerte de libro de viajes o cuaderno de campo templado por el tiempo donde se dan cita gigantes como Tanizaki, Mishima, Tezuka, Abe Sada, Mizuki, Miyazaki o Seijun Suzuki. A tenor de estos nombres el tour puede sonar obvio para el iniciado, pero la pulcritud de Igort y su excelencia como cicerone se conjugan para transmitirnos su entusiasmo con fuerza inusitada. Nadie que ame el dibujo y lo entienda como lo que es, el sistema más preciso, junto al baile, para la representación de la actividad psíquica, puede dejar de leer este libro.
Para terminar por todo lo alto, montamos la ola del mainstream y celebramos la recuperación de un clásico pechugón, bullicioso y alegre hasta decir basta. Se reedita el primer volumen (serán 19) de Ranma ½, la serie escrita y dibujada entre 1987 y 1996 por la jefa de las comedias románticas Rumiko Takahashi. Por si fuera necesario hacer memoria: el joven luchador Ranma Saotome se cayó un día en un lago maldito y desde entonces cuando se moja se convierte en chica, una condición que se verá revertirá cuando entre en contacto con agua caliente.
Prometido por su padre (que a su vez cuando se moja se transforma en oso panda) con Akane, la arrojada hija del sensei y progenitor de otras dos zagalas Sou Tendo, y rodeados todos de una tropa de secundarios inolvidables que resolverán a tortas sus lances amorosos, Ranma ½ tiene todas las virtudes que explican el fenómeno mundial del buen manga adolescente: es picante, diáfano en contenido y ritmo, de la extravagancia hace mundanidad y en sus arquetipos explica muchas más cosas de las que cuenta. Takahashi, que sacó buen partido de la tutela de Kazuo Koike (el autor de El lobo solitario y su cachorro), dibuja sin darse importancia y lo hace como los ángeles, tiene un talento prodigioso para expresar con el trazo, que es el sonido de la línea, y sus enredos son una celebración constante del disparate que hace de la lectura un gozo prácticamente corporal.
Y hasta aquí. Las novedades estarán a la vista, esto son solo algunas propuestas esquinadas de entre docenas posibles que desde hoy hasta el domingo podrán encontrarse en la edición que hace 34 del Saló del Còmic de Barcelona, donde tampoco hay que olvidar visitar las exposiciones, detenerse en la zona siempre estimulante y libre de los fanzines (las vestales de los tebeos) y mangar lo que se pueda en los stands de más de tres módulos.