Ni franquista ni feminista, tonadillera: las profundidades del baúl de la Piquer
Carla Berrocal (1983, Madrid) empezó a escuchar coplas junto a su abuela. En una casa donde la madre es chilena y el padre poco melómano, el folclore español nunca había sido parte de la cultura familiar. Pero gracias a esas sesiones en las visitas a la residencia descubrió a Concha Piquer, la más brava de las tonadilleras. “Es muy interpretativa y te hacer vivir las letras cuando las canta”, cuenta Berrocal, que acaba de lanzar su novela gráfica Doña Concha: la rosa y la espina (Reservoir Books).
La recuperación del imaginario de las folclóricas está a la orden del día desde hace pocos años. Las artistas de copla, zarzuela o cuplé están siendo revisitadas por una generación que carece de los prejuicios que las distanciaron de sus padres. “Mi reflexión es que no hemos crecido en el franquismo y podemos analizar el folclore de forma más liberada”, expresa Berrocal. “Esto solo ocurre cuando pasa el tiempo suficiente”.
En los años 70 y 80, ser joven y venerar la música producida durante la dictadura era algo impensable, carca y reaccionario. Pero la realidad es que estas mujeres lideraban sus propias compañías y se movían por círculos alejados de lo que predicaba el bando nacional. También ponían en canciones lo que no estaba permitido articular por la boca de una mujer. Fueron las primeras divas de España, y ahora se les ha devuelto su espacio dentro de la historia musical y social del país.
Las letras y la visión del mundo de la copla distan mucho de ser franquistas
“Por primera vez en mi vida he sido una visionaria”, bromea la ilustradora sobre los tres años que le llevaron escribir Doña Concha. Cuando comenzó el proyecto no existía este orgullo cañí. El podcast Ay, campanera, de la divulgadora Lidia García, fue uno de los primeros en marcar el camino. Por eso Berrocal cuenta con ella y con otros tres expertos en el desarrollo de su cómic. “Quería introducir a los entrevistados como un personaje más para separar la parte ficcionada de la parte documental”, explica. Tanto García como la hispanista Stephanie Sieburth y el historiador musical Martín de la Plaza se convierten en figuras viñeteadas como si fueran protagonistas externos de la vida de Concha Piquer.
Intercalar pasado y presente, emoción y análisis, y la escenografía antigua con su legado moderno, es la decisión más interesante del libro. Todo ello sin olvidar lo mejor de la Piquer: sus letras y su forma de interpretar la música. Carla Berrocal hizo una apuesta arriesgada al dibujar directamente, como si viéramos la actuación en fotogramas, sus grandes canciones. “A mi editor le daba miedo que no ocurriera nada más en las viñetas y que los lectores pasaran de largo”, admite la ilustradora. Pero, para ella, “era una forma de rendir tributo a sus letras”.
Ante todo, La rosa y la espina es una historia de amor y pasiones. “La copla es la música de las mujeres que cuidaban, que la usaban para canalizar cosas de las que no podían quejarse en su vida diaria”, cuenta Lidia García en una de las páginas. Las tonadilleras les hablaban a las amantes, a las prostitutas, a las castigadoras y a las orgullosas. Y Concha Piquer tenía una canción para cada una de ellas. “Todas tienen un punto argumental en la historia”, explica Berrocal. “Me estudié mucho los vídeos de Concha, cómo gesticulaba o movía las manos: fue muy bonito”. Mediante la magia del cómic, escuchamos Compuesta y sin novio (1943), Romance de la otra (1944), Lola puñales (1948) o Yo soy la otra (1952) con una melodía visual.
La misoginia hacia Concha, su legado más feminista
“¿Hasta qué punto ves a la Piquer como feminista?”, le pregunta la profesora de la Universidad de Duke, Stephanie Sieburth, a la autora del libro. “Yo no creo que lo sea. Pero sí me resulta interesante, desde una perspectiva feminista, por haber sido demonizada por su carácter”, responde Carla Berrocal. Al otro lado del teléfono lo mantiene. “Es cierto que el feminismo parte de un activismo, desde abajo, pero creo también que muchas personas pueden ser feministas sin planteárselo como un activismo intelectual o consciente”, dice refiriéndose a la generación de las abuelas actuales.
El talante y la soberbia de Concha Piquer fueron juzgados durante décadas, incluso cuando falleció, en 1990. Para Berrocal, fue una mujer que tenía un gran sentido de la profesionalidad y del negocio, lo que le hacía enfrentarse a los miembros de su equipo constantemente. Las trifulcas más sonadas fueron con los intelectuales que escribían sus canciones y espectáculos –Rafael de León, Antonio Quintero y Manuel López-Quiroga– y con otras mujeres coplistas. En esto último había una pátina de realidad: ella se consideraba la abeja reina y tenía razones para hacerlo.
Sus relaciones con los hombres eran de igual a igual. Tenía una personalidad desbordante y negociaba a su mismo nivel
“El prejuicio sobre la competitividad femenina, en el caso de Concha, se daba de forma clarísima. Como decía ella,. Se consideraba una de las reinas de la copla y le costaba gestionar su relación con otras folclóricas. No hizo mucha miga con las demás, salvo con Lola Flores e Imperio Argentina, porque le tenía cierto respeto”, desvela Carla Berrocal.
También fue sonado su temperamento en las relaciones amorosas, que mantuvo especialmente con el torero Antonio Márquez y con su descubridor, el compositor Manuel Penella. “Sus relaciones con los hombres eran de igual a igual. Tenía una personalidad desbordante y negociaba a su mismo nivel. Por eso quise presentar su relación con Márquez de una forma igualitaria”, desvela la autora. “Por lo que he podido leer en sus biografías, era muy brava y temperamental en lo externo, pero en la intimidad daba un amor entregado y devoto”, dice.
Sin considerarse abiertamente lesbiana ni bisexual, Concha Piquer, como muchas otras tonadilleras, se han convertido en un referente para el colectivo LGTB. “Ese aura ha perseguido siempre a las folclóricas. Ellas fueron defensoras de lo LGBT y de lo queer. Al final eran artistas que se relacionaban con gente de todo tipo. Yo creo que los márgenes son los que se han apropiado de estas divas”, expresa Berrocal.
El cómic demuestra la naturalidad con la que Concha Piquer reconoció a primera vista que Rafael de León, uno de los principales letristas de la copla española, era gay. “Ellas notaron el apoyo del público homosexual porque es el que tiene debilidad por las grandes divas. Los márgenes siempre han abrazado lo popular y han dado valor a las cosas antes de que nadie lo hiciera”, reconoce la artista. Entonces, ¿por qué se las ha acusado en ocasiones de representar lo más rancio del franquismo?
Un instrumento del franquismo
Es cierto que el régimen se apropió durante muchos años de la copla y de sus referentes. Era el producto más consumido por la sociedad y, por lo tanto, un vehículo perfecto para lanzar sus consignas. Sin embargo, eso no significa que todas las folclóricas o sus equipos al completo comulgasen con aquello. La copla alcanzó su época de mayor esplendor con el franquismo, y eso le pasó factura. “Desde el poder se intenta instrumentalizar pero nunca funciona del todo, porque gente de todos los signos políticos ama la copla”, explica Sieburth en el libro.
Después, en el tardofranquismo, “la izquierda intelectual tiene la visión apocalíptica de la cultura popular, que sale de la escuela de Fráncfurt, de Theodor W. Adorno. Este dice que la industria cultural es una comedura de coco al público”, continúa la profesora de Duke.
Todo ello afectó a la imagen de la copla y de sus artistas, incluida Concha Piquer, que además estaba enamorada de un torero y vivía en abundancia en una época de castigo y escasez. “Quien diga que Concha Piquer era franquista, es que no tiene ni idea de qué está hablando”, mantuvo siempre su hija, Concha Márquez Piquer. Pero en el fondo las letras de la copla se dirigían a todos: a los franquistas, a los gitanos, a la gente incomprendida y también a los vencidos.
Concha Piquer: la rosa y la espina no recorre solo la vida y milagros de una de las grandes cantantes de nuestra historia, sino que hace justicia con un estilo desconocido, incomprendido y vilipendiado. En el supuesto de empezar una segunda parte, Carla Berrocal lo tiene claro: “No escogería a una folclórica conocida. Quizá a Raquel Meller, un personaje interesante y olvidado. Chaplin quería que cantara en sus películas y salía como referente de moda en los periódicos norteamericanos. Tuvo una repercusión internacional enorme y no sabemos nada de ella”.
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