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Cómo convertir un expolio en la oportunidad para poner en el mapa un patrimonio de dos mil años

Imagen panorámica de Uncastillo, con la fortaleza y su torre sobre las viviendas de la localidad

José María Sadia

26 de enero de 2022 23:21 h

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En 1915, el Obispado de Jaca consumó la venta de la iglesia románica de San Miguel a espaldas del Ayuntamiento y de los vecinos de Uncastillo, un pequeño pueblo zaragozano que mira a los Pirineos. El párroco entregó al pueblo la mitad de la venta (400 pesetas), pero el alcalde se negó a recibir esas monedas ante el riesgo de convertirse en el Judas del patrimonio local. El edificio recayó en dos particulares: la parte noble, la cabecera, fue transformada en vivienda; los pies del templo fueron a parar a otro propietario, que utilizaría el espacio como almacén y cochera. Una década después, un librero y anticuario de Barcelona que recorría el pueblo se detuvo ante la portada que daba acceso al inusitado garaje. Salvador Babra no dudó ni tardó en adquirir aquella bella puerta tardorrománica que desmontaría y almacenaría en el puerto de Barcelona. En 1928, previo pago a Babra de 37.500 dólares, el Museo de Boston “sacó” de España las 125 piezas del testimonio medieval y se las llevó a Estados Unidos en barco, tras hacer escala en Marsella. Orgullosa, la institución americana presentó en 1930 la puerta reconstruida como uno de los ejemplos más valiosos del románico español en territorio norteamericano.

Esta es la pequeña leyenda negra que ha soportado Uncastillo desde el desafortunado suceso. Otros pueblos habrían clamado por tal injusticia al observar a diario el profundo vacío dejado en la iglesia de San Miguel, tan evidente como en su propia historia. En cambio, el municipio optó por darle la vuelta a la tortilla. ¿Por qué no revertir la situación? ¿Por qué no utilizar el “autoexpolio” de la portada para divulgar el singular pasado de la zona? “El suceso de la portada combinado con el abandono del resto de patrimonio de Uncastillo acabó generando una conciencia en una serie de personas que quisimos cambiar las cosas”. Así nació en 1998 la fundación que, en dos décadas, ha puesto en el mapa un extenso legado forjado entre la ciudad romana de Los Bañales y los templos y edificios levantados en la Edad Media que han llegado hasta nuestros días.

Aún no había terminado el siglo XX y los vecinos del pueblo aragonés hablaban un lenguaje que chirriaba por moderno. “No queríamos rehabilitar el patrimonio o recuperar la cultura sin más, el enfoque era convertir eso en motor de desarrollo socioeconómico para la zona”. José Francisco García, director de la Fundación Uncastillo, rememora los inicios de un proyecto que hoy, más de dos décadas después, suena a pura modernidad. “Era una visión innovadora, poco habitual”, reconoce. Por entonces, a nadie (o a muy pocos) se le ocurría que el patrimonio podía alumbrar nuevos caminos, más allá de su propia y obligada conservación. Aunque, en 1998, el concepto de fundación no era nuevo. De hecho, la fórmula la habían “copiado” de organismos preexistentes, como Santa María de Albarracín (Teruel) o Santa María la Real (Aguilar de Campoo, Palencia). “En nuestro caso, la diferencia es que el proyecto partía de los vecinos, las instituciones públicas se sumaron después”, precisa García.

La fallida réplica de la portada

Muchos de los monumentos parcialmente expoliados de nuestro país suspiran por recuperar los miembros amputados, la mayoría en otras partes del territorio nacional o en Estados Unidos. Ese fue el caso de Uncastillo, pero solo al principio. La casualidad quiso que un hijo del pueblo, el malogrado José Antonio Lasheras, se situara al frente del Museo de Altamira. “Con una tecnología emergente se construyó con mucho éxito la neocueva de Altamira; nosotros pensamos en realizar una copia exacta de la portada de San Miguel aprovechando el vínculo de José Antonio con la fundación y planteamos la operación a la Comisión de Patrimonio”, explica José Francisco García. Pero la respuesta fue negativa. “Dijeron que no con buen criterio. Nosotros habíamos propuesto colocar la réplica en el lugar original y ese fue el error”, admiten desde la fundación.

Por muy llamativo que fuera el caso de San Miguel y la exótica música del Museo de Boston, los vecinos de Uncastillo desecharon la opción de situar la portada en un emplazamiento alternativo, como mera atracción turística. Quizá quisieron evitar un ficticio cartel de neón a la americana. Algo así como “Bienvenidos a la ciudad del expolio”. Tampoco se obsesionaron con la réplica y el proyecto. Mirando al extenso patrimonio cuyo deficiente estado de conservación reclamaba ayuda urgente, conscientes del esfuerzo humano y económico que aquello requería, enterraron la idea. Ni siquiera hoy, con la tecnología 3D en pleno auge, quedan rescoldos de aquel anhelo.

Una revolución en dos décadas

El verdadero interés de la institución privada ya mostraba sus frutos. El primer hito fue la compra y restauración de la nave de la iglesia de San Miguel. El espacio del que fue arrancada la portada se reconvirtió en salón de actos para acoger el calendario del programa cultural. En efecto, se trata del mismo lugar cuyo primer propietario privado utilizaba como cochera y almacén. La otra porción del templo, el ábside, escogió un destino más romántico y su adquisición fue imposible. Hoy sigue haciendo las veces de vivienda. Quienes han accedido al interior aseveran que sus moradores han tenido el acierto de hacer compatible la vida cotidiana con la conservación de los elementos románicos de la cabecera. Sirva como ejemplo que la tercera planta, convertida en dormitorio, se sitúa bajo la bóveda medieval. Así que sus inquilinos duermen y se despiertan cada día a solo unos centímetros de las filigranas de piedra que acogieron, durante siglos, las oraciones de los antepasados de Uncastillo.

Pronto siguieron la estela nuevos y ambiciosos proyectos. Como la recuperación de la lonja medieval —un edificio del siglo XIII anejo al templo de San Miguel—, que fue adquirida para ampliar el espacio de la fundación como sala de exposiciones, poniendo fin a su tortuosa historia reciente, en la que se había llegado a utilizar como cuadra para animales. También fue comprada la antigua sinagoga, que actualmente forma parte del recorrido turístico por el pueblo. Otro tanto ocurrió con los restos de la iglesia de San Lorenzo, conservados en el interior de una finca privada. El templo románico fue restaurado y abierto al público, tras alcanzar un acuerdo con los propietarios por treinta años. Un convenio con el Ayuntamiento de Uncastillo permitió igualmente rehabilitar la zona noble del castillo del municipio, que desde entonces acoge visitantes.

Pero, sin duda, el proyecto de mayor envergadura no estaba en el suelo de Uncastillo, sino a 13 kilómetros. Lo que había nacido tras el expolio de un bien románico terminaba por conducir a la recuperación de una antigua ciudad romana, Los Bañales (siglo I d. C.). “Presentamos el proyecto al Gobierno de Aragón, que dio luz verde, y lo pusimos en marcha; desde entonces, ha ido creciendo de forma exponencial”, apunta, orgulloso, José Francisco García. Los apoyos, públicos y privados, han permitido caminar hacia una situación tan ideal como complicada en el medio rural: una programación continuada. De hecho, en 2022 estrenan un plan de visitas experimental durante todos los fines de semana. Así, Los Bañales se ha convertido en uno de los principales reclamos turísticos y culturales de la comarca zaragozana de Las Cinco Villas, conocida desde antiguo por los interesantes testimonios románicos de sus pueblos.

Pioneros ante la despoblación

De lo que ahora balbucean muchos territorios, Uncastillo ya hablaba sin ambages hace más de dos décadas. De generar oportunidades en los pueblos ante el abismo real y cercano de la despoblación. “Lo teníamos clarísimo”, enfatizan. Aunque el modelo de éxito del pueblo aragonés, hay que reconocerlo, no deja de ser una rara avis. “Se necesitan personas motivadas, con ganas y las ideas muy claras. El entorno rural es desfavorable hacia algo tan incomprendido como el patrimonio o la cultura”, reconocen los patronos. Solo así, la Fundación Uncastillo ha sacado adelante proyectos que, además de frenar la pérdida segura de parte de un legado de siglos, dan trabajo a perfiles especializados en gestión del patrimonio. “Sin inventar nada, con recursos propios, hemos podido generar oportunidades para que el talento local y las personas preparadas puedan quedarse a trabajar aquí”, proclama García.

Es la piedra filosofal por la que reza la llamada España vacía. Un empeño para el que han sabido ganarse el apoyo institucional por la vía del diálogo, más que a través de la pura reivindicación. Prueba de una colaboración pública continuada es la presencia de la Diputación de Zaragoza: los cuatro presidentes de las últimas décadas —entre ellos el actual líder de Gobierno de Aragón, Javier Lambán— lo han sido también del órgano privado, al margen del color político de su divisa.

Y pese a todo, los actuales 600 vecinos censados en la localidad aragonesa menguarán pronto a poco más de medio millar. Solo cabe precisar que, sin estos proyectos, además de decenas de vecinos, habrían perdido también la esperanza. El clavo ardiendo, la receta buena a la que se agarran es su patrimonio. Porque los vetustos templos de Uncastillo tienen más experiencia que sus propios vecinos. Antes que la cruzada demográfica, ya vivieron situaciones más complicadas. Y supieron salir adelante. ¿Por qué no habrían de hacerlo de nuevo?

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