El último disco de Led Zeppelin fue el resultado de las borracheras de Bonham y del enganche a la heroína de Jimmy Page, virtuoso guitarrista que se castigaba el macarrón por lo fino. Si a esto se le suma que Robert Plant acababa de enterrar a su hijo, podemos afirmar que los demonios de la tragedia no pudieron volar hacia otro lado. Tenían las alas rotas. Por eso, el título del último disco de la banda fue tan acertado como premonitorio: In Through the Out Door; una consigna que bien traducida vendría a ser: A contracorriente.
El disco salió en el verano del 79. Lo recuerdo bien por ser el año en el que yo descubrí la música. Los reyes me habían traído un loro con doble pletina y con FM, y yo me pasaba el rato recorriendo el dial, buscando programas como Plásticos y decibelios de Julián Ruiz o ese otro que presentaba la voz cálida y elegante de Ángel Álvarez y que se llamaba Vuelo 605, y desde el cual despegaba rumbo a músicas hasta entonces desconocidas para mí.
Grupos como Eagles, formaciones como The Doors y solistas como Neil Young salían a mi encuentro; canciones que iba grabando para después escucharlas atento y con ese mismo interés que se pone en los detalles cuando nos adentramos en un mundo recién descubierto. Uno de aquellos grupos fue Led Zeppelin con su último disco, una colección de canciones donde la voz de Robert Plant se convertía en un aullido doliente y donde la guitarra de Page combinaba acordes y distorsiones mientras John Bonham se marcaba los tiempos con la contundencia de un obrero de la construcción.
Llegado el momento, me pillé la casete original y puedo decir que la gasté de tanto escucharla. Había un tema que bailaba con el tupé levantado; me refiero al 'rockabillero' Hot dog, un 'rockata' clásico donde el piano de John Paul Jones parecía acompañar la fiesta de un vapor surcando el Misisipi. Entre un tema y otro, aquel disco me abrió la puerta de entrada al universo Led Zeppelin, un espacio que nunca se cerraría y que iría sumando pasillos y estancias a discos como Physical Graffiti o ese otro que fue el cuarto disco de la banda y en cuya enigmática portada salía un anciano cargando un haz de leña a su espalda, y que incluía la canción Stairway to heaven; una canción mágica cuyos acordes a la guitarra no tardaría en aprender, fijándome bien en la posición de los dedos de Page en la película The Song Remains the Same cuando la pusieron en el Covacha, el cine aquel que quedaba junto a la fábrica Danone y donde íbamos a ver pelis musicales y a fumar canutos y beber litronas, pues en aquella época era muy normal lo de darle al canuto y a la litrona en el patio de butacas de los cines de barrio.
Eran otros tiempos, hoy sería impensable. Tiempos de porros compartidos en los parques de entonces, cuando yo sacaba la guitarra y tocaba Stairway to heaven, y aún no me atrevía a pensar que algún día los demonios del recuerdo traerían hasta aquí estas cosas para celebrar el cumple de Jimmy Page. 79 años.