VÍDEOENTREVISTA | Daniel Guzmán

“Hacer esta película ha supuesto desnudarme ante mucha gente”

Estamos en la cuenta atrás para los Goya y se nota. Daniel Guzmán aparece en la librería Ocho y Medio con alguna ojera de más y alguna hora de sueño menos. “A veces esto me angustia un poco”, se justifica. A renglón seguido reconoce que la acogida de su ópera prima, A cambio de nada, ha desbordado hasta sus mejores sueños. Y hasta se atropella intentando ponerlo en palabras porque su trabajo le ha costado.

Para ser más concretos diez años. “He estado solo seis escribiendo el guion, y eso que sabía de lo que hablaba”. La historia de A cambio de nada es, con más o menos matices, el relato de su adolescencia. “Cuando se habla de uno mismo se tapan muchas cosas, pasar del inconsciente al consciente muchas veces duele”. En ese proceso creativo se colaba habitualmente la autocensura. “Tras cuatro años, me dije: Dani, no te estás atreviendo a enfrentarte a la historia real”.

A cambio de nada tiene el sabor, el olor y el dolor de una autobiografía. Da la sensación de que Guzmán ha metido el dedo en la llaga y, en ese camino, ha rendido cuentas consigo mismo. Básicamente con una adolescencia marcada por la ruptura familiar, pero también por un sistema de lealtades al que Darío, el protagonista, se agarra como un clavo ardiendo. Su mejor amigo, su abuela que no es su abuela, el mecánico del barrio... Sobre el lienzo de la cotidianeidad en la periferia, todo ello conforma el óleo de una huída. De los problemas de casa y de sí mismo.

“Esta película significa en el fondo desnudarse ante mucha gente. He intentado respetarme a mí, pero sobre todo a los personajes reales y saber muy bien dónde está en límite entre lo que se puede y lo de que se debe contar”, afirma el director. No esconde las dificultades que entraña crear y, lo que es peor, producir. Él se ha metido en los dos charcos. “Y nunca más. Me metí en una aventura inconsciente, de locura absoluta”.

Autoproducirse, con la ayuda de seis coproductores y otros seis inversores, era la única vía para dar salida a siete años de trabajo. “Las puertas se me cerraron en las televisiones y en el Ministerio de Cultura”, recuerda. Pero aquí no acaba la carrera de obstáculos. A cuatro meses de arrancar el rodaje, Guzmán no tenía protagonista. “Un día acepté que yo ya no podía encontrarme porque no era un niño”, dice. El azar hizo el resto y el alter ego del director terminó siendo un chico que nunca se había puesto frente a una cámara. Ese chico, Miguel Herrán, está nominado al Goya a mejor actor revelación.

Aunque para revelación la de Antonia Guzmán. Tiene 94 años y es la actriz más longeva que opta a un premio de la Academia del Cine. “Desde la primera letra que escribo tengo claro que quiero que mi abuela aparezca en la película. Estaba convencido de que, si ponía la cámara en el momento que la quería poner y estaba con ella como quería estar, iba a transmitir esa autenticidad y esa verdad que buscaba”. Porque si algo respira la ópera prima de Guzmán es precisamente esto, sobre todo cuando hace palpitar a las butacas con la cotidianeidad de un chaval de barrio, de sus sueños, de sus anhelos y de sus fantasmas. Entonces la cinta brilla como un diamante sin pulir.

Sobre galardones, Guzmán prefiere no encharcarse. “No sé si voy a preparar discurso. Tal vez me frena la inseguridad de no saber si vas a recibir el premio. Porque preparártelo y no ganarlo es un poco duro”, dice entre risas. Después se despide y se va, con la naturalidad de uno de esos chicos que te encuentras en el portal de casa.