Qué dirían Aristóteles y Lacan de la “igualdad” del PP
El objetivo primario de este artículo es explicar diversos significados del término “igualdad”. De este se deriva un propósito secundario, a saber, investigar si podemos pensar la palabra “igualdad” desligada de su significado y atada a los otros significantes con los que se suele combinar.
Para aproximarnos al objetivo primario, indicaremos los caminos que encauzan el pensamiento europeo desde la lengua griega y que desembocan en la Constitución Española a través de dos maneras diferentes de entender el significado de la igualdad: formal y material. Para alcanzar la segunda meta, deberemos superar la concepción habitual de la relación entre significado y significante, fijada por el lingüista Ferdinand de Saussure (1857-1913), y adentrarnos en el enigmático pensamiento del psiquiatra y filósofo Jacques Lacan (1901-1981). Concluiremos este artículo con la aplicación de las intuiciones lacanianas a un ejemplo enigmático de actualidad.
Empezamos el recorrido con la ayuda de Aristóteles (384-322 a.C.). Para el filósofo griego los sonidos de la voz son un símbolo o un signo (σημεῖον) que puede afectar de algún modo al alma, o sea, la pronunciación de una palabra puede provocar, si la comprendemos, una afección anímica. Además, sostiene Aristóteles que estas afecciones del alma son idénticas para cualquier animal racional, es decir, cuando entendemos correctamente una palabra en cualquiera de las lenguas que conocemos, la huella psíquica que deja en la mente es la misma en cada uno de los hablantes, por ejemplo, en mi caso, las palabras 'cavall', 'caballo' y 'horse' me afectan del mismo modo que a cualquier hispanohablante, catalanoparlante o anglófono. El problema de la filosofía aristotélica surgiría con la huella psíquica de palabras tan abstractas como 'igualdad'.
Aristóteles podría solucionar el problema contestando que cada afección del alma asimilaría la forma o características esenciales de aquello comprendido como 'igual', es decir, cada huella psíquica sería el resultado de las asimilaciones (ὁμοιώματα) de las cosas que consideramos iguales y cuya forma se acoplaría perfectamente con la huella psíquica dejada por la palabra 'igualdad'. Así como la forma del pie se empotra en la arena mojada o la forma del sello en la cera caliente. Sin embargo, las cosas iguales pueden tener distintas formas de ser igual, ya que pueden estar relacionadas con la 'mesura' (μεσότης) y con la 'igualdad' (ἰσότης). Es más, la igualdad se podría captar de dos formas muy distintas: se podría percibir, por una parte, al dar a todos lo mismo y, por otra, al dar a cada uno aquello que le correspondería.
Saltando ya a la actualidad, consideramos que la igualdad formal emana de dar a todos lo mismo, como un padre cortando una barra de pan en trozos iguales para cada uno de sus hijos; mientras que la igualdad material surge de dar a cada uno aquello que le corresponde, como una madre facilitando al hijo más necesitado el acceso al trozo más grande. La igualdad formal fundamenta el artículo 14 de la Constitución Española, situado en el capítulo dedicado a consignar los derechos y libertades: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. La igualdad material, por su parte, inspira la redacción del artículo 9.2: “Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”.
Estas dos formas de comprender la igualdad, sin embargo, se podrían conjugar desde la perspectiva aristotélica, que ya concebía una especie de igualdad material como base de la virtud de la equidad (ἐπιείκεια), que permitía adaptar las disposiciones generales de la ley a las circunstancias particulares y corregir el rigor de la justicia, cuyas penas deberían ser iguales para todos. Para concluir este primer apartado, subrayamos que Aristóteles consideraría que la huella psíquica de la palabra “igualdad” sería la misma para todos los españoles. Dicho de otro modo, el signo (σημεῖον) “igualdad” afectaría del mismo modo a todos los que pudieran comprenderlo, sea en la acepción formal, sea en la material. En el siguiente apartado explicaremos que, para Lacan, el signo no puede dejar una misma huella en dos hablantes distintos, es más, ni siquiera en el mismo hablante en edades distintas. Por ese desajuste entre el pie y su huella, entre el sello y su lacrada impresión, se fuga el sentido.
Antes de llegar al enigmático Lacan, debemos refrescar las ideas de Ferdinand de Saussure, quien distingue dos caras en el signo lingüístico: el significado y el significante. El significado es el concepto y el significante es la imagen acústica que apunta hacia el contenido mental del concepto. El sentido surge del ejercicio armónico de ambas funciones, ya que el significado llena de contenido el significante vacío y el significante apunta y revela acústicamente el concepto o significado. Una de las características del signo lingüístico es la arbitrariedad, ya que Saussure considera que la relación establecida entre el concepto y su significante no es natural y depende de las convenciones que acuerda una comunidad lingüística determinada en un tiempo concreto.
Sin embargo, para Lacan, un signo es lo que significa algo para alguien y, por ello, no tiene un significado independiente como un concepto separado del uso del hablante. Por tanto, el sentido no aparece encapsulado en el signo lingüístico, es decir, en la combinación arbitraria de significante y de significado, sino que requiere que alguien lo use y lo reinterprete. Para Lacan, por otra parte, el significante no requiere de la interpretación de alguien, sino que representa determinadas relaciones con las que perfila su sentido, como un equilibrista sobre la red de otros significantes asociados. En suma, el significante se libera de la función de representar un significado y solo encuentra sentido gracias a la combinación con otros significantes. ¿Dónde se mostrarían para Lacan los significantes sin el significado al acecho? En los lapsus, en los enigmas. Se mostrarían, en general, en las manifestaciones que no esconden el equilibrio inestable del significante y no taponan el agujero por donde el sentido se fuga. Precisamente la fuga es lo que permite oponer “enigma” a “concepto”. El concepto tapa la fuga, el enigma, en cambio, la permite detectar.
La frase enigmática ofrece la posibilidad de destruir la aparente unidad del concepto y su vínculo armónico con el significante. Un ejemplo espléndido de ello se lo debemos agradecer al creativo del PP que ha pergeñado su último lema: “Por la igualdad de todos los españoles”. A muchos de nosotros nos puede resultar un lema enigmático, porque lo que dice el lema no se acopla o ajusta a lo que se quería decir con él. Por el hueco de ese desajuste se fugaría el sentido. En cambio, para el creativo, probablemente, no existirá tal hueco y podrá pensar como un aristotélico, porque la 'igualdad' del lema se podrá asimilar a la formal, es decir, a la forma implacable de impartir justicia a todos los ciudadanos sujetos al ordenamiento jurídico español: sin excepciones. Es más, el artículo 14 de la Constitución refrendará esta asimilación, que no tendría, de este modo, nada de enigmática para la mayoría de la comunidad que se manifiesta detrás del lema.
No obstante, un lacaniano podría sospechar del ajuste perfecto entre el significante 'igualdad' y su significado, ya que el sentido no procedería del concepto, sino de los otros significantes que lo acompañan en el lema: el vector del sentido apuntaría a “todos los españoles”. De este modo, el sentido del lema no señalaría la importancia de la igualdad, sino que indicaría que aquellos a los que se intuye que van a amnistiar son también españoles y, por lo tanto, que deben sentir el peso de la ley española. ¿En qué consistiría la igualdad de todos los españoles? No en el significado de igualdad, mucho menos en la acepción de igualdad material, sino en el significante de 'todos', es decir, todos los habitantes de España, catalanes también, castigados y sometidos al imperio de una misma ley –bueno, tampoco todos, los de la amnistía fiscal no, pero eso sería harina de otro costal, sería otro vector–. Ese vector nos haría pensar lacanianamente que, en el lema, el genitivo “de todos los españoles” no se proclama tanto como un genitivo subjetivo sino como un genitivo objetivo, es decir, la igualdad no sería una propiedad de todos los españoles, sino que se esgrimiría para que todos sean y sigan siendo españoles, sin excepciones.
El lema, concluimos, resulta enigmático, porque se apropia del significante 'igualdad', pronunciado tradicionalmente desde la izquierda y desde el feminismo, y lo relanza en sentido contrario hacia el vector de la igualdad formal. Tal vez el creativo del PP sea lacaniano y se haya dado cuenta de que los humanos no solemos analizar significados sino que tiramos de significantes. Y este sería un segundo significante redireccionado por el PP: primero fue la 'libertad', bien tirada como las cañas en Madrid, y ahora la 'igualdad', lanzada al vacío formal. La izquierda se está quedando sin significantes.
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