La difusión global de los productos audiovisuales necesita apoyarse en la traducción. La subtitulación y el doblaje –con variantes en ambos casos– son las dos opciones genéricas de la traducción audiovisual, pero resultan notoriamente distintas. El doblaje sustituye el idioma hablado original por otro. En cambio, la versión original subtitulada favorece el contacto con idiomas extranjeros y refuerza su aprendizaje.
Traducción audiovisual
En el material audiovisual, la codificación lingüística se produce en dos canales: el visual y el acústico. El grueso de la comunicación en las películas acostumbra a ser oral. El doblaje se centra en el canal acústico y propone la sustitución de una lengua por otra. También opera en este canal la modalidad de voice-over o voz superpuesta, en la que el sonido original queda de fondo, pero con poca relevancia.
La subtitulación, sin embargo, despliega un texto escrito en la lengua destino que va en paralelo a los enunciados orales de la lengua original. La traducción ocupa un canal diferente, el visual. Se caracteriza por presentar dos conjuntos de signos lingüísticos, uno oral y otro escrito. Los mensajes respectivos fluyen en paralelo y dicen esencialmente lo mismo en lenguas diferentes.
Aprendizaje de idiomas
La subtitulación mantiene la versión original y este es su potencial desde la perspectiva del aprendizaje de lenguas. Permite acceder a la lengua oral de partida, con todo lo que ello comporta. Los sonidos de la lengua extranjera, la entonación, las palabras y los significados van acompañados de la versión escrita en la lengua materna de la audiencia. Hay un vínculo permanente con la lengua original, su contexto y, por medio de los subtítulos, sus significados.
La versión original subtitulada, en todo caso, no es suficiente para hablar idiomas. Pero, junto con otros contextos formales o informales, sí que será un excelente acompañamiento para quien esté en situación de aprender una lengua.
Así pues, y teniendo en cuenta que el inglés impera en el campo audiovisual, ¿se habla mejor inglés en los lugares en que se subtitula? Datos como los que se derivan del índice del EF English Proficiency (edición de 2018) parecen apuntar en esta línea. Si tomamos, por ejemplo, el ámbito europeo, destacan Suecia, Países Bajos, Noruega o Dinamarca, donde se subtitula. Por otro lado, España, Francia o Italia, donde predomina el doblaje, se relacionan con un conocimiento medio del inglés.
La costumbre de subtitular no es, como se señalaba, lo único que explica el nivel de inglés o de otra lengua no materna. Alemania o Austria, por ejemplo, tienen tradición de doblaje y están bien situadas en inglés. Hay más factores en juego, como el sistema educativo o los contactos históricos, culturales y comerciales entre las áreas lingüísticas. Pero sí que es cierto que la formación en lenguas se ve reforzada de forma notable por la difusión de versiones originales subtituladas y los estudios lo corroboran.
La versión original subtitulada se puede integrar en actividades académicas, pero es igualmente eficaz, desde la perspectiva que tratamos aquí, a partir del contacto informal con la lengua extranjera que se produce al ver películas en versión original.
La experiencia con la versión original, pues, es lo que cuenta. Se aprende sin recurso de traducción alguno si el nivel del idioma es ya muy alto. En niveles inferiores, son útiles tanto la subtitulación entre idiomas diferentes como la subtitulación en la misma lengua que la versión original. Esta última, que suele ser un recurso de accesibilidad audiovisual para personas sordas, resultará una excelente herramienta (que incluye las destrezas de comprensión lectora) para quien ya tenga un nivel intermedio o alto en el idioma que aprende.
Estructura del mercado
Conviene volver a lo que se decía más arriba. La subtitulación no se ha inventado para que la gente aprenda idiomas, ni el doblaje para dificultar el contacto con las lenguas extranjeras. El objetivo primario de ambas modalidades es difundir los productos audiovisuales en mercados multilingües. O, como hemos visto, favorecer la accesibilidad de la audiencia.
A partir de aquí, los motivos por los que un mercado tiende a doblar o a subtitular son diversos. En Italia y España (donde ya se doblaba durante la Segunda República), las respectivas dictaduras consolidaron el doblaje en los años treinta y cuarenta del siglo pasado, como mecanismo de censura y protección frente a lo extranjero. Curiosamente, razones parecidas –con la idea de que la población, poco alfabetizada, no iría a ver las películas foráneas– llevaron a la dictadura portuguesa a la otra modalidad, la subtitulación.
También puede ser el resultado de factores económicos. El doblaje es más caro y poco sostenible para lenguas con pocos hablantes, en las que se tiende a subtitular. Igualmente, puede ser, como en los casos del catalán, el gallego o el vasco, que el doblaje en la televisión pública se adapte a los hábitos adquiridos por la audiencia y además sirva para apoyar políticas de normalización lingüística. En este sentido, el aprendizaje de idiomas puede ser un factor más a la hora de impulsar una opción.
Sea una modalidad u otra, cuando se sientan las bases, la audiencia incorpora las pautas correspondientes. Se consolidan unas preferencias y el mercado se esfuerza por satisfacerlas. Estas preferencias resultan del todo respetables y no son aquí objeto de discusión. Hablamos de aprendizaje de idiomas.
Aprendizaje de idiomas
El aprovechamiento del potencial formativo de la subtitulación no parece fácil, pues, para los países acostumbrados al doblaje. La buena noticia es que, actualmente, el doblaje no suele estar solo. La versión original subtitulada –en los cines, en la televisión o en las plataformas multimedia, a las que se accede desde dispositivos diversos– resulta en general una alternativa disponible.
No se trata de condicionar la oferta ni de eliminar el doblaje, sino de concienciar a la demanda. Las políticas educativas pueden incidir en las escuelas y en las familias y fomentar cambios en los hábitos de la audiencia más joven, de manera que se haga más frecuente, como costumbre, el visionado de las versiones originales.
El resultado de un proceso de este tipo en entornos donde se dobla resultaría apreciable. El aprendizaje de idiomas sería más natural, más significativo y con un coste menor para las personas y los sistemas públicos: el entretenimiento que se difunde a través de las pantallas haría una parte del trabajo.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Lee el original.The Conversationoriginal