El cineasta ruso Kuleshov demostró en su día que el montaje puede condicionar la comprensión del público, es decir, que el orden de los planos afecta, de una manera o de otra, a las personas que vean la película.
De esta manera, Kuleshov consiguió tres combinaciones para experimentar con ellas. Lo hizo tomando el mismo plano de un actor con expresión neutra que, a su vez, fue combinando con el plano de un plato de sopa, con el plano de una mujer en un ataúd, y con el plano de una niña jugando con un muñeco de peluche. El resultado fue que la gente del público creyó que había diferentes tomas del actor porque su expresión cambiaba en cada secuencia. Con esto, quedó demostrado el poder de la sintaxis fílmica; la tristeza o la alegría de los espectadores ante la sucesión de imágenes venía determinada por el montaje.
De igual manera podemos hablar de un efecto Kuleshov en la música si combinamos una misma escena con diferentes melodías. Por ejemplo, si lo hacemos con melodías de blues, podemos expresar la soledad, la pena o el hastío, dependiendo de los acordes que utilicemos. Si esa misma escena la cargamos con rock, nos transmitirá vitalidad, y si le ponemos música clásica, lo que nos transmitirá será introspección.
Estas apreciaciones son algunas de las muchas a las que se puede llegar una vez leído el ensayo que lleva por título '¿Por qué la música?', escrito por el filósofo francés Francis Wolff y traducido por Juan Córdoba. Este trabajo se abre con un viaje a través de la expresión sonora que va desde la palabra desnuda hasta la música en su estado más puro donde ya ha desaparecido la voz. Desde los mitos, las leyendas y el relato oral, hasta Manuel de Falla pasando por la saeta, donde la voz sin acompañamiento entona su canto.
Con este arranque, Wolff hace una declaración de intenciones para lo que viene después, donde va a desgranar el compás explicito que pone en marcha cada discurso musical, definiéndolo como la fuerza motriz de la música donde la repetición de compases es lo que da su dinamismo. De no haber repetición, no habría movimiento y estaríamos ante formas estáticas que paralizarían el motor que impulsa los tiempos musicales.
Son apreciaciones de calibre contenidas en un ensayo jugoso que teoriza acerca de la música y, con ello, acerca de las artes en toda su extensión. Una lectura de más de 500 páginas prietas y cargadas de ejemplos musicales que convierten '¿Por qué la música?' en un libro fundamental para todas las personas a las que les guste curiosear en el arte de los sonidos, en su historia y en su transmisión.
El libro acaba de ser publicado en una edición conjunta de El Paseo con Serie Gong, el sello literario de uno de los hombres más inquietos de este país: Gonzalo García-Pelayo, productor musical, cineasta y arruinador de casinos; un tipo de lo más curioso que empezó su andadura montando un club en Sevilla a finales de los sesenta, un local ye-yé donde dio a conocer el rock y la psicodelia en aquellos tiempos en los que, por mucho menos, te entraban en la cárcel.
El club se llamaba Dom Gonzalo y bien merece otra pieza que cuente su protagonismo como catalizador de una ciudad que se adelantó a su tiempo cuando el gris marengo y el olor a cera Pascual dominaban la escena de un país condenado a la podredumbre. Un país, el nuestro, donde el único montaje posible de imágenes era el que transmitía la resignación.