Quizá porque los mejores guiones nacen de un problema, “Majareta”, el cómic de la ilustradora Ellen Forney, es una lectura redonda e inquietante, llena de preguntas y respuestas sobre la vida que a esta autora estadounidense le tocó vivir desde que le diagnosticaron un trastorno bipolar.
“Dedicado a mi madre y a mi psiquiatra”, brinda Forney “Majareta. Manía, depresión, Miguel Ángel y yo” (La Cúpula), un cómic de más de 240 páginas que, como describe a Efe sin dudar, define como sus “memorias”.
Un relato vital “honesto”, según lo califica, de unos años en los que, desde que le diagnosticaron trastorno bipolar, luchó por sustituir el litio por clases de yoga, otras actividades mentales o la realización de un cómic.
Y es que, como afirma Forney (1968), es posible pensar que la viñeta puede ser igual de “curativa” que un medicamento. “¡Por supuesto!”, coincide.
“En 'Majareta' he incluido un ramillete de cosas prácticas que el lector puede intentar. Por ejemplo, un ejercicio de terapia de comportamiento cognitivo, ejercicios de relajación de yoga a través de la respiración y una sugerencia que, ordenadamente aplicada, ayuda a no sentirte loco”, relata y poco después recuerda una anécdota.
“Una joven estudiante de instituto -prosigue- me escribió para decirme que usaba 'Majareta' como manual y que practicaba la respiración alternante de nariz todo el tiempo”.
Técnicas de relajación aparte, a raíz de conocer y “reconocer” junto a su psiquiatra que su conducta, incontenida e impulsiva, respondía a un trastorno bipolar, Forney se plantea en las páginas del libro si el arte “es una consecuencia del dolor”.
Para ello, la autora de otros títulos como “I love Led Zeppelin”, nominada a los premios Eisner (2006), tira de manual de historia para enumerar a algunos de los artistas que sufrieron enfermedades mentales: Vincent Van Gogh, Paul Gauguin y Hermann Hesse, entre “otros muchos”.
“A veces, el arte sí que es consecuencia del sufrimiento, pero no necesariamente. Desde un punto de vista literario -añade-, todos los buenos guiones comienzan con un problema, pero yo suelo decir, habitualmente, que esto no es así. La mayoría de mi trabajo es más bien alegre, aunque, en este sentido, 'Majareta' sí que es diferente al resto de mis obras”.
Como señala Forney, y a juzgar por el tono de las palabras, el humor es otra de las “medicinas” que consume la autora de manera habitual. Tanto es así, que para ella, reírse es una “máquina poderosa” que utiliza cuando se encuentra en una “difícil situación”.
“El humor es un camino para ganar perspectiva y distancia y reconocer cosas que son absurdas. Es una manera de sentir que tienes algo de control y dignidad sobre ti mismo”, confiesa.
Pero, como rápidamente se dispone a afirmar, también hay que “reírse de uno mismo”, aunque “con respeto, amable y verazmente”. “Es difícil, pero realmente importante. En 'Majareta' quería ofrecer al lector el humor como una herramienta para que pudieran mantener la lectura, incluso en las partes más dolorosas”.
De dolor y cómic se habló la pasada semana en la quinta edición del congreso “Cómics & Medicina”, un certamen organizado por el departamento de Arte Aplicado a la Medicina, de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, Estados Unidos).
Allí, Forney, que asistió como ponente, se rodeó de académicos, amantes del cómic y doctores para relatar su historia y aprender del resto de conferenciantes. “Hice una lectura dramática sobre los dos primeros capítulos y hablé sobre el proceso de trabajo y otros tópicos que aparecen en el libro. Al final de mi charla tuve mi primera ovación pública”, se enorgullece.
En Baltimore, como reconoce, dio un paso más en ese proceso en el que se vio inmersa desde que publicó por primera vez el libro (2012): “Hablar sobre el libro tras su publicación me ha hecho examinarme y comprender mi experiencia más a fondo”, concluye.