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Enrique Vila-Matas, ante el diván y frente a “ese famoso abismo”

Enrique Vila-Matas, ante el diván y frente a "ese famoso abismo"
Barcelona —

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Barcelona, 13 dic (EFE).- El escritor barcelonés Enrique Vila-Matas se confiesa como aquel que se sienta en el diván, en el libro “Ese famoso abismo”, en el que la periodista cultural Anna Maria Iglesia ejerce de irredenta psiquiatra literaria para obtener una confesión en toda regla, donde asoman recuerdos, anécdotas e influencias.

En la larga conversación recogida en “Ese famoso abismo” (Wunderkammer), el escritor revela que se sitúa entre los que “sospechan que el esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor”, y añade: “Escribir no puede estar más relacionado con la libertad, con la libertad extrema”, una de las lecciones que Cervantes nos regala en el Quijote.

El propio Vila-Matas se interroga: “¿Acaso la clave para vivir mejor no puede estar en la alegría de la escritura cuanto ésta va ligada al ejercicio de la libertad, o a esa variante de la libertad que Cervantes descubrió en la locura?”.

Al hilo de cierto determinismo pesimista de Pessoa, que decía que “no hay mayor castigo que el de saber que lo que escribo resulta enteramente fútil, fallido e incierto”, Vila-Matas considera que “hay que escribir desde la más rigurosa humildad sin cerrarse la puerta nunca a trazar una obra maestra”.

Vila-Matas se declara enemigo del argumento o la trama en la novela: “Aunque lo reprimo como puedo, en el fondo odio muchísimo a todos aquellos que se valen de un argumento o de una trama para escribir una de esas novelas convencionales que pretenden ofrecerle al lector 'una visión del mundo'”.

Su lucha es justamente desembarazarse lo máximo posible de “esa especie de obligación y tratar de ser libre” y para ello recurre como mantra a las últimas palabras del discurso de Rafael Sánchez Ferlosio cuando recibió el premio Cervantes: “El argumento se quedó parado y sobrevino la felicidad”.

Preguntado por la figura del narrador, el autor de “Bartleby y compañía”, “Doctor Pasavento” o “París no se acaba nunca”, asegura que el tipo de narrador que más le gusta es aquel que previamente ha ejercido de crítico y que en un momento determinado sabe comprender que, si quiere honrar a la literatura, tiene que convertirse directamente en escritor: “bajar al ruedo y prolongar, por otros medios, aquello que siempre ha estado en juego en la literatura, la exploración de ciertos abismos”.

En el diálogo surgen cuestiones recurrentes en el debate literario como la literatura comercial versus la literatura culta que, para el escritor, es “un falso dilema” pues “salvo unos cuantos best sellers, en realidad casi nadie vende nada”.

Vila-Matas propone hacer una encuesta entre los escritores para ver qué es para cada uno de ellos el éxito: “En el ensayo que cerraba 'Exploradores del abismo' yo sugería que el verdadero triunfo, lo que Juan Benet definió como el 'prestigio propio', la verdadera y sublime gloria solitaria, podía residir en no ser reconocido”.

Surge entonces la pregunta clave: “Si nadie vende nada, ¿qué sentido tiene que escribamos con un criterio comercial? Yo, sobre todo hoy en día, cuando más crudo se ha puesto todo, opino que, puestos a vender poco, lo mejor es que escribamos con total libertad todo lo que no nos atreveríamos nunca a escribir”.

Esa libertad le permitió mezclar ya en 1985 ficción y ensayo en “Historia abreviada de la literatura portátil”, un libro que tuvo una muy buena acogida en México y que, como recuerda Iglesia, “cambió el territorio” de la literatura de Vila-Matas.

Piensa el escritor de “Marienbad eléctrico” que la recepción de su trabajo en Francia, por ejemplo —y en casi la misma medida en Italia, Portugal, Gran Bretaña o Estados Unidos— ha sido siempre a la misma altura que la recepción latinoamericana.

En las páginas de “Ese famoso abismo” hay momentos para la “admiración”, como la que confiesa hacia el recientemente fallecido Juan Marsé, un sentimiento que justifica “por las férreas convicciones morales y estéticas que en literatura manejaba y que lentamente, a través de muchas mañanas de domingo —en el contexto de la tertulia del bar José Luis de la Diagonal—, fueron dejando de ser tan enigmáticas para mí”.

En su última carta, de julio del año pasado, Marsé confesó a Vila-Matas que “Esta bruma insensata” le había gustado mucho y le había estimulado, “quizá porque veía que seguía yo apostando por el chirriante estupor que produce la realidad, y quizá también porque le parecía admirable mi incondicional respeto a la ficción”, repone.

Jose Oliva

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